Bajo el suelo lunar.
Toda la noche pensó en su maléfico plan. Se regocijaba de gozo pensando en llevarlo a cabo. Debía ser valiente. Coraje, esa es la palabra. La palabra por la que muchos hombres luchan para cometer un propósito. En este caso el propósito que lo inquietaba, no era ni más ni menos difícil de llevar a cabo una expedición. No cualquier expedición, la expedición que cambiaría su vida. La expedición por la cual aunque no se sentía preparado, había tomado el suficiente coraje como para realizar. Y el comienzo de su odisea lo llevó hasta lo más profundo de su mente, para encontrar la idea que pudiera brindarle la oportunidad de realizar su preconcebido maléfico plan. Así, la tranquilidad del ambiente contrastaba con su espíritu. Así, las palabras aparecían una tras otra en su cerebro formando oraciones. Así, las palabras flotaban.
Así, se hacían parte inherente. Las palabras pedían salir, y entrar en el cuento. Claro que lo que Pablo pensaba era en llevar a cabo su maléfico plan. Sin perder tiempo, se dirigió a la central. Allí, un hombre de rostro poco amigable, de pelo cano, y tuerto le señaló una silla. – Siéntese- le dijo. Como verá el clima no es el mejor, y para ésta época del año, lo conveniente es usar un buen traje, y un buen casco.
-¿Que me ofrece?
-Lo mejor que tengo es el plástico lunar, muy resistente a la intemperie por cierto.
-¿Puedo probármelo aquí?
-Por supuesto, el traje, los guantes, las botas… y para eso tenemos cápsulas, una es temporal y la otra espacial, entre a esa por favor.
En dos segundos, Martín cambió su vestimenta.
-¿Que tal me veo?
-Se ve usted muy bien, le queda de maravillas. Estoy seguro que soportará los embates del tiempo.
Le dio un abrazo y sin quitarse el traje salió de la central por la escotilla superior. Ciertamente el trayecto se le hizo pesado, y cada paso que daba le daba la sensación de retroceder mas de lo que avanzaba. Curiosamente porque el viento no sólo podría denominarse fortísimo, sino que le parecía estar dentro de un huracán sin movimiento, en su centro, si se tiene en cuenta que superaba los 500 km por hora, sumado al peso del traje, al peso de las botas, y a la gravedad del planeta, sin dudas,
Que el trayecto le resultaría interminable. Cada dos pasos, se detenía y se ponía a mirar lo que tenía delante. Pero lo que el quería era mirar hacia abajo, y eso le costaba. Había algo que le llamaba la atención: la desolación total. Pero cuando pensaba aquello, aparecieron los querubines. Unas siluetas comenzaron a invadir el territorio maltrecho de su camino, y un mutante armado se paró delante de el.
- Soy Cleve, mensajero en pos de la paz. Y tu?
- Apártate o tendré que achurarte… en seguida recordó que ese término no se aplicaba en la luna, y dijo: Apártate o tendré que odiarte con justo encono.
Buscó la palabra en su mente y probó con:
Pulverizarte. Y añadió: ¿Me entiendes?
A lo que el lunático le respondió: Mi cerebro es capaz de aprender cincuenta mil palabras por segundo, y lamento decirte que la palabra achurar ya formaba parte de mi memoria, soy capaz de interpretar hasta lo impensado.
Pablo se asombró y dijo: ¿Sabes lo que me dijo alguien una vez?
¿Qué? Respondió el mutante.
Que no entendía porque algunas personas luchan para morir y otras para no morir.
Y tú tendrás que luchar para no morir. Fue la respuesta del mutante, que tenía ganas
de combatir, y que, sin perder tiempo, disparó un rayo láser que destrozó dos milímetros del traje de Pablo.
Benditas sean estas alas, pensó Pablo, al tiempo que apenas si pudo saltar dos centímetros del suelo. En ese preciso instante el cielo se pintó de morado y unas pequeñas piedras hicieron su aparición. La polvareda de arena no fue menor.
Se oyó una voz: Alto!
Mira esto es lo que en verdad soy.
Pablo no entendía nada, en realidad, no veía nada y permanecía quieto en su lugar.
Minutos después, la niebla cósmica comenzó a disiparse. Y ahí pudo ver su rostro.
Bonita. Un caramelo. Una preciosura.
-¿Quien eres tu?
- Soy Cleve
-Tu, tu…
-Si, soy como el camaleón, y mi alma es pura como la tuya.
-Que bien, porque yo creía que los mutantes no pensaban, no sentían, y ni siquiera hablaban.
-Te confieso que marchitaré como una flor, y espero que mi oscura alma no.
-¿Oscura?
-Si, nos está vedado vernos el alma. Si nos está vedado vernos el alma, así como a
los humanos les está vedado leer la Biblia al revés con pleno entendimiento.
Al menos que tomes unos cuantos tragos de lunasil.
La percepción de nuestra bella alma oscura, es una sonata tocada con dos violines y compuesta en honor a los elfos hace diez generaciones en este planeta, los elfos han desaparecido hace diez mil millones de años, los mutantes siguen gobernando este lugar.
Pablo le comentó que estaba marchando hacia los cráteres de Osiris, para encontrar a
Alberto, su caballo negro. Y se despidió con un enfático gesto de Cleve. Ella lo vio perderse entre la poca niebla cósmica que quedaba.
Unos pasos mas adelante, Pablo se había convertido en una roca moviente. Y para colmo de males, el camino se hizo cuesta arriba. La ladera del mar gris. Un mar con una ladera dentro que sobresale entre sus aguas. Debajo pueden verse anfibios de tres ojos, palomas muertas, sapos negros, una lechuza que habla, sirenas peligrosas, ninfas locuaces y tiburones desdentados. Pero no nos adelantemos tanto. Pablo camina por la ladera y observa el mar gris y todos sus atractivos. En realidad no puede ver el mar,
su casco se lo impide. Es como si quisiera gritar pero no puede, se siente abatido por el fastuoso camino que lo conduce, ya casi sin poder caminar, al más allá de la ladera del mar gris, entre bofetadas, patadas y silbidos de viento lunar.
Evidentemente el final del camino no resultó, ni era el punto de partida, Pablo se cayó por un precipicio empujado por el viento y una roca que caía desde lo alto.
A la boca del monstruo mas grande que te pueda devorar.
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