Casi todos los días, al amanecer, miraba al cielo pidiéndole que se lo llevara, que no terminara el día sin que no muriera.
Estaba harto de vagar por el mundo intentando buscarse y no encontrarse.
Desde que ella había muerto, su vida era una carga, que cada vez le pesaba más.
Conforme iban pasando los días su cuerpo se parecía más a un gancho,
sobre sus hombros cargaba la soledad.
No pertenecía a ningún lugar, iba y venia.
Todos lo conocían, añoraban aquel hombre que había sido, aquel que era feliz.
Sabían que desde que ella murió, el también lo había hecho.
Su mirada estaba ausente, vacía,
su cuerpo se movía por inercia, no por su propia voluntad.Hacia tiempo que ya no era él.
Aquel día como todos los demás, le volvió a implorar al cielo que se lo llevara.Anduvo por aquellos parajes casi desérticos,
de un lado a otro.Solo descansaba cuando
entraba a alguna aldea para beber algo,
los habitantes lo miraban apenados
y conforme había entrado, se marchaba,
silencioso, solo se escuchaba sus zapatos en el suelo.
Esa misma tarde alguien lo encontró tirado en la arena,
su cuerpo estaba inerte,
sus ojos abiertos mirando al cielo,
y en su boca una sonrisa, por fin era feliz.
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