El hombre calvo subió al tren.
Estaba cansado, un ligero dolor le oprimía el pecho. Se sentó.
Su diaria rutina recién comenzaba.
Distraídamente sus ojos iban descubriendo rostros conocidos en los anónimos pasajeros que subían. Pensó en los músculos de su mandíbula y los relajó. Acomodó sus brazos al costado de sus piernas y también los relajó.
Sus ojos veían a sus ocasionales compañeros de viaje mientras su mente saltaba de recuerdo en recuerdo. Su madre, unos zapatos regalados de niño para la escuela, el olor del pan de su pueblo, las flores de campanillas del canal, el sabor de la rúcula ... De pronto su mano derecha palpó al costado del asiento, debajo del posabrazos, un diario doblado. Lo retiró y se puso a leerlo. Ninguna de las noticias las había escuchado esa mañana mientras desayunaba.
En la Sección Policiales un título decía: Muerte de un pasajero en el tren: Ayer lunes mientras se dirigía a su trabajo, falleció un hombre de unos sesenta años, aparentemente víctima de un ataque cardíaco. Se trataría de Vicente Leo quien ...
¡¡ No podía creerlo !!.
¡¡ Vicente Leo era él !!.
Se fijó en la fecha. El diario era del día siguiente. Quiso levantarse pero un dolor intenso lo paralizó. Cayó sobre el asiento.
Trataron de ayudarlo pero no había nada que hacer.
El hombre había muerto.
El diario pasó inadvertido, estaba arrugado y parecía viejo.
¿Quién levanta del suelo diarios viejos para leerlos?