Hoy llueve, es un día algo triste, todo está muy oscuro y casi no se escuchan ruidos, sólo el de los pájaros que parecen desesperarse por el inmenso torrente de agua que cae sobre sus nidos. El patio está callado, muy calmo, muy verde; desperté, abrí las ventanas y me dejé caer nuevamente en la cama. Otra vez recostado sobre mi brazo izquierdo volví a dirigir mi mirada hacia ese cielo entre gris y negro...pensé en vos como todos los días, pero esta vez ese sentimiento diario esta surcado por un tinte de nostalgia, por una sensación de lejanía capaz de acabar con cualquier otro sentimiento que se propusiera ocupar una mínima fracción de su territorio...lloré, pero no con llanto a borbotones, no con lágrimas de desquiciado, tampoco con sensación de estar abatido por la vida. Estas lágrimas más bien eran pequeñas, de esas que se desprenden de los ojos como no queriendo abandonarlos, de esas que se escapan muy despacio y permanecen muy cerca de los ojos sin animarse a recorrer nuestras mejillas. Tal vez todo sea producto de la distancia que nos separa en este momento, de las ganas de abrazarte y tenerte conmigo, del añorar estar tendido a tu lado desnudo acariciando tu pelo y mirarte mientras te sumergis rapidamente en un sueño tan profundo y abatedor que no es propio de otro ser, sino unicamente tuyo.