Miro con la calma del cáuselo;
que la carne y la vida se acaba,
en los verdes campos que un día viví.
en luchas y descansos de milicias que maté.

Voy con mi vida al hombro
con la misma leña que me excitó
probando en cada pozo agua fresca,
y nada, nada por seguro resultó.

No lloro por lo que no amo
ni lloraré por lo que no sé,
la vida viene y me lleva con ternura
al mismo puerto que un día ubiqué.

Son los sonetos de Pasos Arguello,
los primeros que casi canté en el atrio,
de aquella iglesia que ya está por caer.

El río llega sucio, como un anzuelo,
y el caracol tiene, esa misma baba
que me reza y no aprendí
como hacer el jaque mate.

Con esta liga que me junta
la misma sangre del halcón,
me canso de darlas y mas tarde
me ofrezco para no dar más.

El “sota caballo” me asusta en la mañana,
cuando el sol esta casi por nacer freso,
y en la montaña el avión me da vida
y por las noches el alimento es bélico.

Me muero conmigo mismo, talvez,
con mi viejo compañero;
la vida continúa como llama
sobre el granadino cochero.