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A menudo le invadió el sueño aquel de una mujer creada sólo para él y, desde algún tiempo atrás, la venía convocando casi cada noche su parte inconsciente.

Lo malo era que recordara con pelos y señales aquellos sueños y resultaba tanto más molesto cuanto que, con gran frecuencia, huellas inequívocas daban testimonio de esas infidelidades virtuales.

Al principio, le dio por creer que se había enamorado sin enterarse y buscó en las facciones de la mujer soñada cualquier parecido con las con quienes se codeaba. No reconoció a ninguna.

De cierta manera, lo tranquilizó.

A su lado, dormía Leticia con el aliento rítmico de un nene, ovillada en su camisón de felpa de algodón, dispersos en la cara sus mechones de color castaño claro.

La quería. De eso estaba seguro. ¿De qué iba, pues?

Buscó en sus lecturas recientes. Pasó revista de las películas que fueron a ver, de las que miraron por televisión.

Claro que la mujer soñada tenía algo de sus actrices predilectas, Cameron Diaz, Jennifer López, Meg Ryan o Sharon Stone, pero no era ninguna de ellas ni siquiera una síntesis de todas ellas.

Ella era todo lo que le gustaba, la mujer ideal para él : rubia, pero sin demasía, que sería hortera, pelo largo, ojos verdiazules, nariz recta, labios carnosos. Nalgas apetitosas, pechos de armas tomar, cabos finos, sonrisa resplandeciente. Tan alta como él. Maquillaje discreto. Lencería sexy.

Su mirada recorrió de nuevo el cuerpo dormido de Leticia y tuvo que reconocerlo : con toda evidencia, ella no cumplía aquel último requisito. Los cajones del ropero, los tenía llenos de bragas Petit Bateau, o de Sloggi maxi y en vano habría buscado uno cualquier pieza de ropa interior provocativa. Sus camisones de noche casi eran monacales y, de pudorosa, ¡todavía se encerraba con llave en el cuarto de baño tras cinco años de matrimonio!

Por esa falla se había metido aquel fantasma recurrente que lo venía a torturar tan agradablemente cada noche. Tenían que hablarlo. Pero, ¿cómo abordar el tema? ¿No se iba a mosquear Leticia? Él ya la oía :

— Ya, dilo de una vez, que quieres que me vista de puta, ¿eh? ¡Si seréis todos iguales, los hombres !
— No te dispares, amor. Te digo que me gustaría que llevaras lencería un poquitín más sexy y tú en seguida ¡como si quisiera que te pusieras a hacer la carrera!

Amenazaba con pararse en seco el diálogo.

Se había excitado un tanto, sin querer. Pudo constatar un comienzo de erección. No se le habría dado mal un polvo mañanero. Pero Leticia siempre se lo consentía más por deber que por placer, como de mala gana. El amor, para ella, era en la cama y por la noche. Y él temía que con los años se redujera a la noche de los sábados. Dio una ojeada a los digits del despertador. De cualquier manera, ya era tiempo de que se levantara. Con la ducha se las apañaría.

La Navidad andaba cerca. Y ¿si le ofreciera lencería?

Pero la sola idea de ser confrontado con la resplandeciente sonrisa de una venderora que se le antojaba seductora, le hizo desechar el proyecto por irrealista. Padecería un calvario antes de decidirse a entrar en la tienda. Y, una vez entrado, sería peor : sólo habría mujeres, claro, y las miradas de todas lo iban a apuntar, de eso no cabía la menor duda. Él se pondría como un tomate, farfullaría, en fin, haría el ridículo. Y ¿qué escoger? Y ¿qué talla, pues? No tenía la menor idea de cómo se compraban esas cosas. De tan turulato como iba a ser, tomaría los primeros artículos que le enseñarían, no convendrían en absoluto y ¡ni siquiera se atrevería a ofrecerlos a Leticia!

No, ni pensarlo, era una falsa buena idea.

O tenía que documentarse en serio antes.

Se desayunó (o sea que se tomó la taza de café que la máquina había preparado sola), de pie en la cocina, repitiendo mecánicamente los gestos de cada mañana. Pero, tan preocupado andaba ahora que ¡por poco deja el ordenador portátil en la acera y se va al trabajo con el cubo de la basura!

Al llegar a la oficina, no conectó el portátil a la estación de acogida para evitar que el administrador de red, espía del facha ese de DRH pudiera encontrar rastro de sus búsquedas. Y la primera palabra que tecleó en el buscador, tan pronto como dio media vuelta su patrón, fue : "lingerie", así, en francés.

Se tragó Xoogle las ocho letras y en trece centésimas de segundo le devolvió su respuesta : ¡82.600.000 páginas! Se quedó boquiabierto y sólo a la tercera lectura se convenció de la realidad del número. ¿Era la palabra "lingerie" un término universal? Y ¿limitándose a las páginas en castellano? 115.000 páginas todavía se presentaban. Increíble. Sitios a porrillo.

Para tener alguna base de comparación, deletreó la palabra "sexo", que venía con fama de ser la más utilizada en Internet :47.000.000 de páginas solamente. Así no era el sexo crudo lo que regía el mundo de Internet, sino lo que servía para revelarlo, enmarcarlo, ensalzarlo. Bien hubiera podido sospecharlo. Sin embargo, ¡el dato lo dejaba patidifuso!

Entonces, a lo largo de tres semanas de voyeurismo intenso por catálogos tan virtuales como dispendiosos, adquirió una pericia de la cosa : ¡ya no se le escapaba nada de la diferencia entre un corsé, un ajustador, un corpiño ; ya no ignoraba nada de la arquitectura del mirífico WonderBra y nunca más confundiría, tanga, boxer y braguita ! Incluso iba para la sobredosis y tanto le afectó la libido que en un momento en que se mostraba emprededor antes de tiempo, al volver del trabajo, tuvo Leticia este comentario premonitorio :

— Oye, ¿en qué te pasas el tiempo o a quién ves en la oficina, porque... vaya efecto, eh ?

Iba a cantar de plano, pero se perdió su frase en un beso y, en el transcurso de la acción, prefirió pájaro en mano a cien volando. En estos casos, toda cautela es poca.

Finalmente, al cabo de unos días de aquella dieta amatoria, notó en Leticia una evolución y le pareció que ella le agradecía el haber renovado así "su modus amandi" habitual y rutinero. En el transcurso de la misma semana, se amaron en la ducha, en el sofá e incluso de pie detrás de la puerta de entrada, a iniciativa de ella, en ese caso.

Entonces, le dio por creer que había llegado el momento.

Y, durante la tregua de los combatientes, se atrevió :

— Nena, ¿y qué, si te ofreciera lencería sexi? Te vendría la mar de bien, ¿sabes ?

Genio y figura hasta la sepultura. Ella arrancó a la primera, arropando su desnudez ofuscada en la primera prenda que alcanzó su mano :

— Te estás pasando, ¿eh? ¿Me quieres poner en ridículo o qué ?

Pero ¿cómo se le ocurrió llamarla "Nena", cuando se encontraron? Había cambiado y madurado la mujer-niña desde entonces, pero el sobrenombre le quedó. Trató de rectificar :

— Pero, amor, eso del string, ¿quién no, ahora? Hasta las doceañeras, en el colegio.
— Tal vez, y por eso, precisamente, ya no tengo doce años, y, de toda manera, no los soporto. Pruébate uno, a ver, ya verás lo inconfortable que es. Y, todo eso para qué? Para alentarle la libido al Señor. Pero, cariño, ¿necesitamos eso nosotros?
— Querida, no es un fin, sólo un medio, entre otros, para no caer en la rutina.

Hubo un silencio.

— Y¿no encontramos un medio para no caer en la rutina?

Se miraron y rompieron a carcajadas. Y quedó enterrado el tema, bajo un beso, sin más contemplaciones.

La mujer soñada se hacía discreta desde algún tiempo. Se alejaba la crisis. Finalmente, pasaron las Navidades en Praga. ¡Qué ocurrencia más buena la de pasar por delante de aquella agencia de viajes! Le encantó a Leticia la sorpresa. La ciudad centelleaba de luces, sonaban músicas por doquier y nunca se vio enamorados más unidos en el puente Carlos, bajo el cual corrían las negras aguas del Vlatva.

Se aproximaba la Nochevieja. A Leticia le tocaba organizarla. La idea les vino a la par, en el avión de vuelta.

Cuarenta y ocho horas antes de que finalizara el año, recibió por vía informática un pasaje de avión. La fórmula del viaje-sorpresa, a Leticia le había gustado más de lo que pensaba. Había recuperado la idea y esta vez había elegido Malta. Era verdad que mencionara el nombre alguna que otra vez. Pero, al llegar a casa, quedó decepcionado : por morosidad, ella no había podido obtener dos asientos en el mismo vuelo : llegaría allí tres horas antes que él. Pero, a la vuelta, estarían juntos.

El vuelo Corvair fue sin contratiempos. Habían acordado encontrarse en el hotel. Cogió la cola de espera de los taxis tratando de no impacientarse. Unas veinte personas lo precedían, pero la noria de coches los llevaba bastante rápido.

— Crown Plaza Hotel, please.

Era uno de los hoteles de cinco estrellas de La Valetta, la fortaleza que Franceses, Ingleses y Turcos se disputaron durante cuatro siglos después de que, para protegerse mejor del peligro otomano, Carlos V cediera, en 1530, la isla de Malta a la orden hospitalera de San Juan de Jerusalén.

El hall era lujoso. Mármol, cristal y caoba. Un decorado internacional que los habituados reconocen. Se anunció en recepción. Sí, había llegado su señora. Junior suite n° 207. Pero - tras una mirada hacia los casilleros de las llaves - de momento había salido. ¡Podría haberlo acogido ¿no? en vez de irse de compras! Un tic de irritación le frunció le ceño. Cogió la llave que le tendían y se dirigió al ascensor de los pisos pares.

Habitación espaciosa con recibidor y balcón-terraza, muebles de caña de Filipinas, cama king size, decoración esmerada, minibar a tope, cuarto de baño lujoso, pequeñas atenciones, climatización eficaz y silenciosa. No faltaba nada. Ni siquiera el sol. A la Navidad sin abetos ni nieve le falta algo, pero ¡comerse las uvas de la suerte con veinticinco grados de temperatura no es cosa de desdeñar!

Se estaba tomando un baño perfumado con lavanda, para hacer tiempo y probarse la blancura inmaculada de la bata colgada del gancho, cuando dos camareras entraron a preparar el lecho y depositar dos estuches de chocolate en la colcha, expertamente doblada. Suerte que habían llamado y estaban charlando entre sí, porque ¡casi sale del baño en pelota, creyendo que era Leticia!

Terminaba de vestirse - esmoquín de alquiler, para que lo sepa, por orden de Leticia - cuando llamaron de nuevo. Fue a abrir, esperanzado. No era sino el servicio de cámara. Dos jóvenes, de impecable atuendo, empujando una mesita de ruedas con varias campanas de corladura, así como una mesa redonda puesta para dos. Porcelana, cubertería de plata, copas de cristal, palmatorias y cubo para champán, no faltaba nada.

Sonrió. Leticia lo había planeado todo a lo grande. Nochevieja cara a cara en su minisuite. Le quisieron anunciar el menú. Avisó que aun no había vuelto su esposa de la ciudad, se negó a que desbravaran el champán y pidió un whisky con hielo para matar una espera que se le hacía pesada. Lo había ganado un sentimiento intermedio entre la irritación contra un retraso premeditado y la inquietud por un posible incidente.

Pero el calor y los efluvios a turba de un single malt de gran calidad pronto le devolvieron el optismismo inicial.

Pidió otro - elprimero sí que sabía a demasiado poco - y encendió el televisor. Las nueve. Lentejuelas, variedades melosas y vestidos escotados en todos los canales. En inglés, francés, italiano. Llamó a la compañía de taxis que había llevado a su esposa al casco urbano hacía tres horas. Le pudieron confirmar que acababa de ser pedido un coche para ir al Crown Plaza. Llegaría dentro de quince minutos, todo lo más. Se sirvió otro trago de la botella de whisky que había mandado dejar y tamizó las luces. Se iba sintiendo muy a gusto.

Llamaron. Fue a abrir.

Era una diosa rubia, en un vestidito negro de tirantes , deliciosamente escotado, encaramada en impresionantes tacones de aguja, el cabello rubio ceniciento recogido en un elegante moño que descubría la frágil nuca.

— Buenas noches. Me temo que se haya equivocado, que esto es el 207, lo siento.
— ¿Señor Philippe Chatel?
— Sí.
— Pues, con usted es con quien tengo cita.

Sin esperar a que la convidara a hacerlo, entró, alargándole el transparente chal y el minúsculo bolso para que se los quitara. Lo cual hizo, incapaz de articular cualquier sonido. Su vestido era como una réplica del de Mireille Darc en aquella película de antología : lleno de promesas por delante y escándalosamente provocante por detrás. Lo sumergió una tufarada de calor. Temía comprender. ¿Habría decidido Leticia realizar sus fantasmas por poderes? Era ridículo.

Pero... ¿no habría decidido realizar ella también los suyos propios en esta nochevieja? En este mismo momento, en otra habitación de este hotel o en otro, ¿no estaría entrando un gigante rubio, sonriendo con toda su impecable dentadura a su mismísima mujer? Sintió que se le contractaban los maxilares. En este caso...

— ¿Champán?
— Con gusto.

Apartó la silla para que se sentara la diosa rubia, luego, con ademanes torpes, emprendió la tarea de descorchar el champán. Antes de brindar, le preguntó :

— ¿Cómo se llama?
— Leticia.

¡Mecachis! No podía ser una casualidad.

— Leticia, ¿me puede explicar a qué debo el placer de su presencia? dijo, intentando captar la mirada verde que le hacía frente, sin la menor timidez.
— Servicio personal, noche incluída, abonada por antelación - sonrió ella, brindando.

¡Una p...! Rectificó mentalmente : una call-girl. Sabía, de oídas, que aquellos hoteles de lujo proponían discretos servicios adicionales, proporcionados por jóvenes estudiantes de carrera o tituladas, deseosas de llegar holgadamente a final de mes, de añadir entradas a su agenda de direcciones e incluso de dar con un corazón y una fortuna por conquistar. Pero ¡saberlo y experimentarlo son dos cosas diferentes! Cuanto más cuando el mandante no era sino... su propia esposa. Tal vez pensara que no se atrevería... siendo de parte suya... Era eso, no había que dudarlo... No quería ella realizar su fantasma sino al contrario impedir para siempre que quisiera y pudiera cumplirlo, tomando la iniciativa de propónerselo. Audaz tentativa, pero corría el riesgo de quedar decepcionada. En este momento, ¡muy capaz se sentía Felipe de olvidar que estaba casado y quería a su mujer! Alejó de su mente este último y perturbador pensamiento y levantó su copa a su vez :

— ¡Feliz nochevieja... Leticia!

Brindaron. El champán era delicioso, afrutado, de burbujas apretadas. Se mordió un poco el labio para convencerse de que no estaba soñando.

Caviar, blinis y salmón ahumado.

Mucho mejor que en la Isla de la Tentación.

También se acordó de aquel guaperas soltero que iba probando bellas solitarias. Esta noche, alguien había hecho la elección para él. Era perfecta.

Cenaron. Leticia tenía tanta conversación como atractivos físicos. Por poco, en varios momentos, se olvida de asegurar el servicio que le tocaba. Destellaban los ojos verdes. Quiso franquear de un golpe varias etapas, pero ella le recordó que tenían toda la noche por delante. La parte superior de su cuerpo intentaba mantener tranquila la parte inferior, pero en vano. ¡Menos mal que estaba sentado!

Apenas tocaron al postre. Con la ayuda del champán, Leticia también parecía tener más prisa ahora. Se llevaron la segunda botella y las copas a la cama, y deshaciéndose de sus mejos mojados, ella le representó una tórrida escena de destape, enrollando con la yema de los dedos sus medias de seda negra hasta los tobillos, soltando el liguero y luego el corsé y por fin el tanga que reveló una rubia auténtica, antes de abalanzarse sobre él ¡para un suplicio tan dulce!

Durante algunos instantes, tuvo que pensar en toneladas de hielo machacado para templar sus ardores e intentar cubrir la distancia. Bien le hubiera gustado tomar la iniciativa, pero ella no le dejaba tiempo para ello. ¡Esta chica no era novata en el oficio o aprendía la mar de rápido!

Aquella noche exploraron la cama king size en todas las direcciones, hicieron el amor en más posiciones de las que practicó nunca, comieron la tarta helada en la piel uno de otro y se durmieron extenuados, ensuciados, con los nervios de punta, exacerbados los sentidos, tumefacto y doloroso el sexo.

El sol, alto ya, filtraba entre las cortinas y él yacía bocabajo en una cama revuelta. Una tenaza le apretaba el cráneo y primero pensó que tenía la memoria virgen. Pero no. Afluyeron los recuerdos al galope y, pronto, supo quién era - Philippe Chatel - y dónde estaba - La Valetta, Malta, Hotel Crown Plaza, suite 207 y sobre todo ¡con quién pasó la noche! Y un nombre le vino a los labios : ¡Leticia!

Diciéndolo, se había incorporado a medias, completamente despierto, de súbito. Se giró hacia el cuerpo dormido a su lado y... se le desplomó el cielo en la cabeza : Leticia, su esposa, dormía ovillada como de costumbre, en un recatado camisón, con sus mechones castaño claro esparcidos en la cara.

Se sentó del todo, inspeccionó febrilmente la habitación con la mirada : no había el menor rastro de la otra Leticia. ¡Uf!

No podía haber soñado... La Leticia caída del cielo ¿se había escabullido de puntitas y la suya había vuelto a la cama sin que se diera cuenta? No era imposible, porque había bebido más de la cuenta anoche. O ¿se había disfrazado Leticia para seducirlo? Cabello postizo y un champú colorante, era posible, lentes de color, posible también, el atuendo sexy y el maquillage adecuado, posible siempre, pero esa voz grave... y además ¡si había visto muy de cerca que esta chica era una rubia auténtica! A menos que eso también...

Apartó lentamente la sábana que cubría a su campañera de cama y... vislumbró un triángulo rubio y rizado, mientras Leticia iba abriendo los ojos y le decía, sonriendo, con una inhabitual voz profunda :

— Qué tal, cariño, ¿feliz?

©Pierre-Alain GASSE, 2003.
http://pierrealaingasse.fr/esp/

Texto agregado el 11-03-2007, y leído por 200 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
11-03-2007 Está visto que a los caballeros les siguen gustando rubias. Saludos y estrellas por esa rubia. -Vera-
 
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