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No sé.
Me dijeron, la buscaron, la trajeron a la ciudad y yo la conocí en una mesa con sillones, atolondrada en las piruetas de tomar un cigarrillo, pensar qué decir (se le veía en los ojos el pavor a saberse observada) decir finalmente algo, no importa qué, pero buena mujer, me dije ya entonces después de medirla, mesa través, dejar que se acerque, que se acostumbrara un poco al ambiente, a toda la cosa.
Una mesa y no sé si un bar o lo de Queca, porque entonces era lo de Queca, su departamento y aquel cuadro con un tipo de sombrero tirado en una playa, una planta, mucho vidrio, ver para afuera
lo de Queca o restaurante, me pregunto (puta madre)
la calle, los rostros, los autos, el frío, el café que pedí con algo espirituoso, una imitación de güisqui que raspaba al pasar, pero digamos canela, crema y chocolate rallado para compensar, digamos que el café caliente, la taza, las manos, las palmas de la mano cada una alrededor, y ella, claro, dejarla venir, desgastándose velozmente por saber la forma de encajar en el ambiente.
Yo pensaba, pensaba, pensaba en ella, me preguntaba qué tenía esa mujer por mi delante para creerle la seguridad en las palabras, en sí misma, qué le habían visto para hablarle de mí (hablarme a mí de ella) buscarla, traerla a la ciudad y que yo la conozca en una mesa
la de Queca o restaurante (otra vez y puta madre)
y leche tibia. Ella. Con un chorro apenas de café y las manos también envolviendo la taza, las palmas, la tibieza. De pronto, los hombres que la habían traído, que me habían hablado de ella, se levantaron y se fueron un instante hacia la puerta, la barra, más allá. Era el momento de hablar. Ella me miró, hubo el café, vereda, silencio. Las ganas de algo, un gesto, que nos redimiera de ser nosotros en ese momento.
En verdad usted es escritor, me preguntó acercando el entrecejo, apenas, leve arruga en la frente, ojos pardos, piel blanca de francesita.
Le sonrío y pregunto qué esperaba.
Ella me mira, me dice no sé.
Yo espero y le digo una mentira, le digo que puedo ser lo que ella quiera.
Me sigue mirando, sigue el café, el silencio, le adivino la novedad de querer un cigarrillo.
Soy la muerte, le digo.
Mira la taza, no se sorprende, acaso lo esperaba o no le importa, toma su leche tibia con apenas café, un poco de azúcar. Deja la taza, y de repente cae un muro por su delante, hay un terrible rugido que me anuncia su desnudez al sonreírme con la mirada.
¿Va a matarme?, pregunta.
Yo veo un hotel, una plaza, un camino, cruzar la calle, el hotel, la cama del hotel. Tomo un poco de café, me raspo con el güisqui de mierda, me demoro infantilmente, como si de tanto ensayo descubriese no tener nada qué decir.
No, digo finalmente, no voy a matarla. Le digo que puedo ser escritor si ella quiere decirlo así, pero que no me interesa, y se anima a despegar los labios, ensaya la acrobacia de algo que está a punto de salírsele por la boca
pero entonces, dice
y yo sé que lo que vendrá es la declaración sorprendida de enterarse de mi condición de no escritor. Ante mi condición de muerte, mis atributos de tal, le digo que puedo escribir como nadie vivo, aunque de los ya muertos son varios en número los que me pasan el trapo.
Me mira de pronto, me digo que es tonta.
Ahora sonríe, con mueca exagera en demostrar que ha entendido que todo es una broma de mi parte, pero no, porque la miro, la miro, la miro y no digo nada, ni siquiera amago, me pierdo por la ventana, el frío, los abrigos de la gente que me interesan más que sus caras, sus vidas de centro y departamento, allí esa posible madre soltera que sale del trabajo y compra un zapallo en una verdulería para la noche, o el que espera, porque me digo que espera y otra no ha de caberle al tipo mientras yo lo mire y me diga que espera, dentro del auto,apoyado el antebrazo en la puerta, para dejar salir el humo de un cigarrillo que va por la mitad y el tipo apura inhalando, diría que nervioso por comodidad literaria pero no, está calmo, casi bovino al mirar pasar la gente, la gente, la gente, los abrigos de la gente que no encajan en nada que alguien pueda escribir en tardes así como esta, con mesa, con ella y café, aunque ella la leche, algo tibia, apenas café.
Me sigue mirando, me pregunto si puede antojárseme deseable. Su voz de mascarita desdibuja un poco esa posibilidad. Entonces, otra vez el afuera, vereda, una campera verde que pasa, una bufanda roja que cruza, un saco negro saliendo, dos gorros de niña que ríen frente al vidrio, mi café con güisqui, con crema, canela, chocolate.
Promediando, se decide a preguntar cómo me llamo.
Le dije cualquier cosa, le dije Diego.
Tomó un poco de leche o miró por la ventana: importa saber que fue la pausa pequeña que le anticipó abrir el bolso, buscar apenas, sacar un papel doblado, desdoblar el papel, levantar un poco las cejas, repasar la palabras vagamente por encima que daba la impresión iba a sacar allí mismo unos lentes para leer en voz alta lo que finalmente leyó con sus ojos,


En medio de tanta gente
ella avanza, indiferente
que nadie la ve
cortar una flor

es mucho decir lo que el aire dice
el cansancio de los hombres
esa cosa en la mañana
más ahora, que falta la flor.



Creo que suspiré, y me dije que en eso quiso intuir ella mi declaración de culpabilidad.
No me declararé culpable, dije, pues no lo recuerdo, y le sonreí a la mesa, al cenicero, a su mirada que supe sobre la mueca de mi boca mientras lo hacía.
En serio, es usted escritor, y yo le digo ahora que sí, que soy, déme un papel, a ver, y ella se ríe de pronto, un poco, me dice que deje, que está bien, confío en la gente que me habló de usted.
De esos que están ahí, pregunto yo fingiendo mucho la sorpresa para que se note que la finjo, no se crea tanto. Mis amigos creen de mí lo que ven, que es lo que creen que ven o, pobre de mí, algo de lo que no me he enterado nunca y que es más real que yo, que me sobrevive en la piel, en el rostro, en las manos, en mi forma de encajar en la firmeza de las cosas que llamamos vigilia
empanadas con azúcar, con pasa de uva, una mesa en domingo de Pascuas, el mantel, mis abuelos, el espejo enorme en la pared del comedor de mis abuelos reproduciendo el comedor mismo, la familia terrible, fantasmal maquinaria de la duplicación sin alma
No toda vigilia, dijo ella, ostentando a Macedonio, es la de los ojos abiertos.
Creo que usted, y no se ofenda en esta apreciación, le pido, me adjudica un punto infinito, mujer.
Para nada.
Sepa que me habita una bestia, no un escritor.
Usted es un escritor, lo sé. Y lo es, viva quién lo viva. Ahora lo sé, después de tanto, después de las referencias ajenas, después de los cuentos, los poemas. Ahora sé que es escritor, dijo mirándome a los ojos y volvió a parecerme tonta, exagerada es su manía de ser humana.
También yo, le dije. Pero no entiendo qué quiere usted.
Mis memorias, dijo al fin.
La miré. Era joven y me costaba creer que necesitara tan pronto que alguien la recordase; acaso moriría, pero mientras la miraba y mi lengua preparaba el impulso, le pregunté en cambio por qué, habiendo quienes hay, yo.
Porque usted es la muerte, dijo y sonrió.
Ahora prefiere la muerte a un escritor.
Usted me dijo que era la muerte, y que como muerte podía escribir como nadie de los vivos. Además, sólo la muerte puede explicar ciertas cosas.
No entiendo, le dije, aunque imagino.
¿Y no le parece eso frustrante?
Sí, me lo parece. En verdad que sí, le dije, y me inquietó la idea de que aquella mujer comenzara a parecerme inexplicable.
Imagina, dice usted, y yo me digo que eso ya habla bien de un escritor. Bueno sería un escritor sin imaginancia.
De un modo terrible, debo admitir que no sin la cifra del miedo, descubrí que corregirla con la palabra imaginación hubiera significado una pequeña derrota, revelándome frente a sus ojos como un pobre formalista. Ella había dicho lo que dijo sabiendo, como una provocación. Tampoco, ay de mí, tuve el coraje de decirle que no me caían del todo mal las personas que se atrevían a decir las palabras no sólo como son, sino también como podrían ser.
Sería difícil, resolví por fin, que alguien se arrobara el título de tal sin eso que usted dice. Pero vea, tampoco quiero mentirle, no soy tan imaginativo si de escribir se trata.
Y entonces, preguntó sin dejarme seguir
por suerte, porque haber incurrido en el ejercicio de comenzar a explicarle hubiera significado meterme en un jardín de dios y mariasantísima, de esos que uno odia ni bien traspuestos,
entonces, ¿qué es?
Mire, siempre pensé que si tuviera que explicarle a alguien que soy escritor, diría que soy un escritor de forma. No un formalista hecho y derecho que no admite la esencia de lo que se narra más que como una mera excusa, acaso una anécdota subordinada al ejercicio de la escritura. No prepondero, entienda esto desde ahora, la forma de escribir a la literatura, al hecho de hacer literatura. Pero desde mi niñez me ha distraído siempre el sonido de las palabras, siempre remitentes a imágenes asociadas por el mero artilugio de un capricho
mientras hablaba me miraba, me miraba y no entendía
yo me decía que no entendía
que ella no entendía
por ejemplo, dije yo esperando no parecerle un tonto, siempre me ha sucedido con los nombres de las personas.
¿Cómo es eso?
Por ejemplo, cada vez que alguien ha dicho Darío por mi delante, yo no he podido dejar de pensar en sandía. No sé qué lo produzca, o si sea algo común a tantos otros; jamás lo he tomado como una anomalía o una particularidad ladrona de mi sueño. Lo mismo me da. Es como ver el azul. Qué puede importarme qué vean los demás, qué vea usted, si mis ojos me dicen que azul es el color que mis ojos ven sobre algunas cosas, y sólo yo puedo registrar a un tiempo lo que mis ojos me dicen. Si yo veo este pulóver azul, dije tocándome el pulóver que llevaba yo puesto aquella vez, que tal vez era azul, esa visión mía la registra sólo mi cabeza, y la suya de usted, sus ojos, su azul y pulóver, sólo la suya.
Cómo se vería usted ahora a sí mismo si usted fuese yo, dijo de improviso, y entreví que entendía perfectamente de qué le estaba hablando.
Con el rostro que ahora veo aquí delante, le dije por decir.
Desde ya, dijo y sonrisa.
La cuestión es que las palabras, seguí hablando, la forma en la que las palabras arman oraciones y esas oraciones otra cosa más grande, impredecible, mía, de él, de ese, el de allá, el otro
bla, bla, bla
ha representado para mí una curiosidad mucho mayor que la de las historias en sí. Siempre me he jactado de poder contar con asombrosa destreza escenas tan intrascendentes como la de un tipo que baja de su departamento, cruza la calle, la plaza, entra a un quiosco, compra cigarrillos, mira la hora, fuma frente al río, se va, lejos, no sé, no importa, luego vemos, se mete a un café, conoce a una mujer, ¿entiende?, y no sé si podré traspasar lo que usted siente por usted y por su vida, que no es otra cosa que la vida en sí, a un papel, a los ojos de alguien que lo lea, a otro espíritu. Si yo fuese usted, o fuese no usted, si fuese alguien más, digo, no sé si me elegiría a mí mismo para redactar mis memorias.
Es justamente lo que hago, dijo; no me estoy eligiendo a mí misma para hacerlo.
Tenía razón: si yo hubiera sido ella, hubiera estado obrando tal y como dije. No era ella quien quería pasar su propia vida al papel.
Pero vea…
No, me cortó de pronto, niña pero feroz a un tiempo, posando un dedo sobre el canto de la taza que todavía, un poco, estaba caliente, y por un instante creí, me dije como un deseo, casi adolescente, que iba a decirme yo he leído sus cuentos y sus poemas hace ya mucho, si usted es usted, si usted es escritor, cuando apenas era una adolescente, cuando cada una de sus historias, incluso aquellas que no son tan buenas como otras, y oiga en esto un elogio, porque lo admiro tanto, a usted o al que haya escrito aquellos textos que presupongo son suyos, que no me pesa decirle qué pienso de cada uno de ellos, aún con los que no me han resultado tan propios, los que no se me han hecho carne, porque en esa sinceridad, en el contraste de esa sinceridad, se realza mi admiración por usted, por sus letras, pero sólo hizo girar la yema de su dedo sobre el borde de la taza y apenas, mirando hacia fuera, la gente, los rostros, los abrigos de la gente, sus caras de martes, de tarde, de cine, oficina, entre horas un paseo, una novia, una plaza, la fuente de la plaza de la Reconquista que yo me dije de pronto, con su jardín florido en decadencia, con su bandera del país enorme allá arriba, tapando al mirar en el fondo, de hierro, una inmensa cruz latina.
Me han hablado mucho de usted, dijo por final, y agregó, después de decirme que también le habían dado alguno que otro de mis textos, que precisamente era la cuestión de la forma, de la forma en mí, su manera de escribir formalmente hablando, lo que me ha impulsado a pedirle a su gente que me busque, vea que yo ya no viajo tanto, y me traigan a usted, aquí, a esta mesa esta tarde
y yo que me decía de nuevo Queca
o restaurante
la no memoria de esas cosas, de Queca o un restaurante que no podía fijar en mi mente, ni siquiera como una mentira
le pregunté si era de Uruguay, aunque lo sabía, pero lo mismo lo pregunté como esos ingleses demasiado ingleses que en el patio de una casa muy inglesa de ladrillos preguntan si el reloj toca a las cinco la hora, verdad, y alguien les contesta que sí, claro, a las cinco cada vez
oh my dear
uruguaya. Y antes de que yo recordara preguntar lo que había tenido ganas antes, una, tres veces, ella me dio la respuesta.
Sabe, dijo, Mariani me habló de usted.
¿Mariani?
Quién, le dije.
Mariani. Gustavo Mariani.
La miré fijo, esta vez sorprendido en verdad, y juzgué que ahora mentía de nuevo, como ya me estaba diciendo que había mentido al preguntarme si era escritor, sabiendo que lo era
es que yo ya sabía que usted era escritor, pero quería comprobarlo
Miente, le dije.
¿Por qué lo dice?
Porque Mariani jamás me leyó.
¿Cómo sabe?
Jamás lo mencionó, jamás se refirió a mi literatura. Mariani no sabía que yo existo.
Mariani lo leyó, me dijo. A usted, lo leyó. De hecho, él me habló de usted, ya le digo. Él me trajo sus textos.
¿Por qué fingió no conocerme? ¿Por qué le he dicho un nombre cualquiera y usted lo asumió con total prescindencia de la realidad?
Porque la realidad no es otra cosa que lo que acordamos de ella.
Pregunté lo que era esperable, qué pensaba Mariani de lo que escribo, le gustaba mi literatura, y ella dijo mire, eso no lo sé, sólo que como escritor, lo consideraba un buen escritor. Nunca habló de gustos, pero sé que él lo consideraba un buen escritor.
Dicen que ha dejado un perro en el techo de su casa roja, sabe, de cara al cielo, como si estuviera muerto, como si un pájaro amarillo fuese su flor mientras espera.
¿Usted lo conoció?
No. De lo contrario, sabría ya si gustaba
Gustavo
de mi forma de escribir.
Y vamos con la forma…
Esta vez ha sido un decir, una formalidad.
Me miró, tomó un sorbo de leche tibia, sonrió.
Soy un formalista, le dije. Aunque usted, Mariani, el punto infinito. Soy un formalista.
Y por eso, Diego, estoy aquí.
Soy la muerte.
Por eso estoy aquí, del lado de acá, en esta mesa. Porque sólo la muerte, óigalo, puede revelar el revés de ciertas cosas. Toda mi vida, siento, he sido un cúmulo de circunstancias, no todas por mí elegidas aunque sí ejecutadas, o, mejor dicho, o yo quisiera al menos decirlo así, desempeñadas como un actor, una actriz en este caso, desempeña un papel. También a mí me sobrevive la piel alguien con mi nombre, Diego
le dije otro nombre, le dije Diego
desde niña, he sido una dialéctica causalidad líquida. Si algo necesito, es que sea otorgada una forma a lo que he vivido y sé que la muerte puede, aunque más no sea por escrito, abolir el difuminado horizonte de mi tiempo, delinear su contorno estableciendo el hito de cada acontecimiento en su espacio y sitio precisos.
Entonces yo.
Entonces usted, entonces la muerte.
Pagó todo y se despidió cordialmente de mis conocidos, acaso con un entonado agradecimiento que nos demoró un instante. Esperó en la vereda, reservando un coche, mientras yo hacía lo propio, aprovechando para consultar algunas formalidades de ocasión.
Decir que lo que siguió fue confuso sería otra conveniencia literaria, pero es verdad que lo fue, ya desde el coche, la ciudad, las calles, el amplio edificio, su departamento.
¿Los escritores escuchan jazz?
No sé, dije.
¿Y la muerte?
El sonido del silencio, que es como un zumbido. Algo muy abierto.
Con el vino, su piel me pareció particularmente blanca, algo seco en la punta de mi lengua el perfume de su cuello. Tenía ya la mirada extraviada, como quien hubiese olvidado algo de pronto.
Me llevó hasta la habitación y me pidió con las manos que la desvistiera, sonriendo de a poco y cada vez, cada prenda.
Una bestia me habita en forma de molusco dentro de la boca, le dije, y lo derramé en el caracol de su oreja mientras la conducía hacia la almohada.
Tenía esa pasión a medias que tienen las mujeres que piensan que saben volar, pero la disfrutaba de todas formas
en la sensación de su ofrenda húmeda
en el valle lunar de los pechos
la suavidad alámbrica de la entrepierna.
¡Ahora!, gritó por de pronto.
una muerte cosquillosa hacía nido en mi centro
¡Ahora, mire el espejo arriba de mi cama, mírelo!
Me incorporé, aún sobre ella, y miré el espejo sin verme. Quise tocarlo, pero el vidrio negó el reflejó de mis dedos.
Entonces, fuera de mi cuerpo, la miré. Un último estertor de su rostro antes del fin me reveló, como el lenguaje de un libro, la verdadera cifra de mi destino.






Texto agregado el 11-03-2007, y leído por 1384 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
22-11-2007 Un texto que atrapa desde el comienzo. Lo leí dos veces. Buena manera de jugar con los personajes ¡y los sufridos lectores! No es bueno. Buenísmo. No tengo más que añadir. Sólo elogios.***** Reina_Mares_Sur
08-05-2007 Cuál es el incendio? Mi incendio, se queman las naves viejas y las nuevas flotan... te dejo un abrazo sobre tus letras siempre tan unidas a la tierra y yo siempre tan lejos... pasa por mis poesías cuando tengas un momento evangeline
05-05-2007 Me nace una pregunta: ¿Qué lleva a un hombre a confiar en una mujer tan desorganizada en su discurso, tan incierta, tan ambigua? Creo que las mismas caracteristicas que abruman al escritor en el momento de su vida. Eso se refleja en la magistral manera de llevar el dialogo sin imponer más que algunas pistas de lo que sucede. Nos vemos a travez de los otros. Te dejo un fuerte abrazo. Moisesito
12-04-2007 "le dije otro nombre, le dije Diego" taxi
11-04-2007 (de que sirve tocar)... opss y cómo me gustaría saber porqué me quedé colgada de esa oración. Pero buee...mientras lo pienso; rescato dos comentarios de dos personas q también disfruto leer - quenik y pola.. - él con su alusión a su manera de "introducir la poesía" en los textos - Una bestia me habita en forma de molusco dentro de la boca - sólo por apuntar un ejemplo y ¡vaya ejemplo! y el comentario de Pola sobre que "los personajes se encamen"...mmmm no se; toda la trama suda 1 asunto increíblemente físico, y que sin embargo se revela brutalmente etéreo. No se si me entiende ud don Diego pero yo, llegué aquí por recomendación de Ojitos Lindos (Orlando) - a ojos ciegos sigo sus recomendaciones y ahora me voy pero seguro vuelvo. Siento q este texto tiene mucho q decirme aún... piq piq gaviotapatagonica
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