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En las profundidades.

Mientras revisaba mis anotaciones laterales en la hoja de una servilleta, mi atención se distrajo por unos golpecitos en la pinoteca de mi habitación, apenas alumbrada por la suave luz de la luna en cuarto creciente. No hice severo caso y me dispuse con todas mis energías, las pocas que conservaba de la noche anterior, cuando si estaba despierto pasando por arriba de dos montañas. Una al lado de la otra como pequeños montículos de tierra. Comencé a responder los golpecitos, con lo que se convirtió rápidamente en un zapateo americano cuyo eco retumbó en las cuatro paredes. El suelo parecía quebrarse bajo mi baile, sin embargo, me movía yo en cámara lenta para caer con más peso sobre el ya agujereado piso de pinoteca, tres maderas cayeron al vacío. Fue cuando descubrí un abismo bajo mis pies. A dos centímetros de mi, mirar hacia abajo fue el principio de mi odisea. Comencé a sudar. Sequé la transpiración de las palmas de mis manos en mis cabellos y, nuevamente observé hacia abajo. No se veía nada, al ratito, unos pequeños destellos comenzaron a fulgurar por allá abajo. Pensé que se trataba de señales profundas. Fui en busca de una linterna, la encendí y al tiempo que la apagaba y encendía repetidas veces para cerciorarme. Las luciérnagas se desvanecieron tan pronto como hice unas pocas señales de contacto. No me quedaba otra que descender así me costase la vida. Valía la pena averiguar que ocurría allá abajo. ¿Y por qué querían comunicarse conmigo con lucecitas parpadeantes?
Entonces agarré la cuerda y la sujeté con firmeza a una madera que se me antojó segura, hice un nudo, y emprendí el descenso al tártaro, tal vez, a mi desesperación absoluta. Por suerte, logré controlar mis nervios mascando una hoja de coca, y dos metros abajo en el subsuelo del centro del universo, las maderas del suelo habían tomado la forma de un agujero negro. Mi sudor aumentó. Luego un frío que penetraba los huesos, y la oscuridad se volvía efusividad reinante en el ambiente, en tanto y cuanto iba bajando, muy despacio, para no caerme. No sabía yo la profundidad a la que me enfrentaba hasta volver a tocar tierra o suelo con mis pies. Para mi consuelo, mi linterna seguía funcionando, esto duró unos segundos, hasta que la última onda de luz se perdió en un punto. Ya que vi como se difuminaba y apagaba en un segundo y ahora sí, la oscuridad era total. Lejos había quedado la luna acechando aquella alumbrando apenas mi habitación. Se me ocurrió la idea de dejar caer la linterna, esperando un ruido, un milagro. Para mi sorpresa no hubo ruido alguno, lo que me dio la pauta de que el piso se hallaba, en teoría, lejano y moviéndose invisible bajo mis pies y el arco iris. Y es que un aventurero sabe que la ley de gravedad es un hecho científico comprobado e irrefutable como soltar una pelotita de tenis al vacío. Pero para mi segunda sorpresa, mientras seguía bajando muy despacio sujetado a la cuerda, sentí un roce y posterior golpe en mi cara y queda estática frente a mí, la linterna, que misteriosamente ascendió un hombre impulsado al infinito por un resorte. Quizás el aire pensé, mientras respiraba profundamente y continuaba descendiendo, se consumían mis últimas fuerzas. Enseguida me di cuenta que la linterna descendía al mismo tiempo que yo.
Cuando una voz desde lo alto me grita: ¡Pablo! ¿Estás ahí a abajo? ¿Pablo estás bien? La voz si bien no sonaba muy fuerte, su eco era impresionante. Así que al minuto grité: Sí!!! Y otra vez: Si!!!! Dichas mis palabras con el poco aire que me quedaba y pese a mi cansancio y ya cada vez más sentida fisura pulmonar. ¿Qué haces ahí abajo? ¿Que? No te oigo bien! Grité. Pero los tubos de ensayo contienen suave néctar que hace posible la vida eterna o juventud eterna, y el universo en un segundo padece la entropía y viceversa, un maremoto en china, la luna afecta a las mareas. Ciertamente no nos oíamos bien, y yo continuaba mi descenso con férrea decisión, sus gritos rápidamente se convirtieron en palabras entrecortadas y susurros. Y la linterna había subido velozmente con el impulso del brazo del barbudo de arriba, que la había atado, a otra cuerda. Tal vez la mas resistente de todas, o a una que también atraviesa Orión. Mi guía, la estrella que brillaba ahora con menor intensidad miraba a plutón, y Barbas no podía hacer nada al respecto para salvarme de mi situación. Luego de treinta minutos y mil días, golpeé algo con la suela de mi zapatilla deportiva. Una piedra que examinándola bien tenía el tamaño de un meteorito de treinta centímetros de ancho y treinta de alto. Gracias a Dios, encontré la linterna en el suelo rocoso y seguía funcionando. Un viento comenzó a soplar de algún lado, un viento frío del mismísimo infierno, y palabras que ahora rebotaban en las paredes convexas de la caverna. Tuve que cubrirme cuando comencé a patinar en el hielo del descenso, por la pista de madera con forma de tobogán espiral que nace en las nubes de la constelación de Andrómeda y concluye en el foso de los tormentos de una ciénaga de fuego mortal, claro, hacia abajo, con un efecto mas bien mareante en mi alma, y curiosamente no paraba de descender ahora a una velocidad muy superior a la anterior. Aún a gran velocidad podía yo observar el paisaje, porque la oscuridad dio paso a unos claro de luna que entraban por algunos huecos de la masa rocosa. Las vueltas que di antes de terminar de descender me parecieron de una vertiginosidad infinita. Y la luz no me ayudaba a guiarme en este averno rocoso. Cuando la pista se dividió en dos y yo me desvié hacia la derecha salvándome del fuego. Sufrí un ligero golpe en mi mentón y cuando recobré el conocimiento me percaté que me hallaba en una caja, herméticamente cerrada por arriba y en mi izquierda y derecha y una rendija con barrotes labrados con figuras de Marte, frente a mí, me confirmaban que no tenía salida. Estaba atrapado. Y no podía ya volver a tomar entre mis manos la cuerda que colgaba de un anillo de Saturno Escuché unos susurros y sentí que me elevaba y lógicamente, habían levantado la caja prisión para llevarme quien sabe donde. Al cabo de diez minutos que se me antojaron años, un camino empinado y dos curvas quedaron atrás, y bajaron la caja. Fue en ese preciso instante que perdí el conocimiento. Cuando tomé nuevamente conciencia, y estiré mis brazos y piernas, aunque la oscuridad ahora si era definitivamente total. Toqué el duro barrote, y una mano que no era la mía lo empezó a frotar. Es mi celda, me resigné, a esperar lo que mis captores del averno designarían para mi. Aunque no pude ver a ninguno, no había dudas que me habían transportado hasta esta celda, y además, escuché ese idioma incomprensible que acostumbran en el último estadio del universo, transmitido por el Xxd-Sat. Pude haber intentado escapar, pero decidí esperar que el tigre saliera de su guarida, aún, muriéndome de hambre y sed, y por otra parte, no creo que nadie me extrañe allá arriba, pensé. Me persigné y recé las oraciones a todos los dioses del modo mas veloz en que fui capaz, en todos los idiomas planetarios que recordé en esos nanosegundos en que temí por mi vida. Quería yo confesarme a Alá, y un tridente se agitaba violentamente, cuando un sonido me interrumpió.
– ¿Qué ha ocurrido? Hace muchas horas que estás durmiendo allí, tu mujer ya te daba por muerto.
Me desperté en el techo de mi casa sobresaltado, con una bola de golf en mi mano, a mi lado estaba mi amigo Lucas sonriendo: -Oye Pablo- me dijo-, has dormido como un angelito, ¿Recuerdas que me dijiste que ocurriría si te hubieras caído de aquí?!!! Murmuraste algo así como vienen por mí!!! Debes vencer tu miedo a las alturas. Precisamente, yo… y mire la pelotita de Golf. Bajé rápidamente del techo de mi casa, y me dirigí a la porción estropeada del piso de pinoteca para repararlo, -Si hay criaturas allá abajo no podrán salir, mis captores quedarán atrapados allí-. Antes del paso final, le pedí a mi amigo que traiga unas bolsas de cemento, las cuales vertimos rápidamente sobre una de ellas ya que algo quería trepar, por el orificio cilíndrico, por suerte, la tarea no nos fue dificultosa. El cilindro quedó tapado y el suelo de pinoteca reparado.
Todavía hoy cuando me acuesto temo a las pesadillas, y no puedo olvidar que allá abajo puedan existir realmente otras criaturas que no sean de este mundo, y que cacen personas para que vayan al infierno.

Texto agregado el 10-03-2007, y leído por 254 visitantes. (3 votos)


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