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Muchas veces despierto pensando en ti. Es absurdo. No ocurría muy a menudo cuando estábamos juntos y ahora apareces como una imagen que me rodea y en la que me pierdo hasta que poco a poco se disuelve y el día empieza en verdad, libre ya de tu recuerdo.

Mientras la imagen está presente, no siento alegría ni tristeza, nostalgia ni arrepentimiento. Nada más estás. Quizá esa es tu fuerza durante esos breves momentos. Supongo, imagino, porque es probable que a ti te ocurra lo mismo. Nadie se desprende por completo de su pasado. Pero yo no quiero evocarte, sino tan solo asentar que muchas veces despierto pensando en ti.

Es imposible vivir solo en el presente. El pasado no permanece como lo que fue, lo vence el olvido, pero su triunfo consiste en una transformación dentro de la que sus huellas son mucho más poderosas. Si trato de precisar de qué manera me despierto pensando en ti; al recordar ese momento tengo que corregirme y asentar que primero no aparece una imagen sino una pura sensación, que además no es la sensación de nada, sino de algo que reconozco como tu presencia en mí. Solo entonces alguna imagen se une de pronto a mi reconocimiento. Te veo, pero ¿Desde dónde te veo?, ¿Cómo es posible que te vea si tu no estás? Si lo que veo al abrir mis ojos, son algunos muebles, las paredes de mi cuarto, las ventanas cuyas cortinas he dejado abiertas y el árbol más allá y tu ni siquiera conoces este cuarto, nunca has estado en él, más que cuando te veo y tu no sabes que te veo? Sin embargo, te veo, absurdo no? Se que todos somos capaces de imaginar, y entre muchas otras cosas lo que alimenta nuestra imaginación puede ser el pasado. Pero, ¡Qué extraño es poder verte con solo imaginarte y sin que mi voluntad intervenga, al que imagino seas tú!

No se cuál es mi propósito. Ignoro por qué he confesado que muchas veces despierto pensando en ti. Quizá quiera utilizarte como pretexto para contar una historia, pero ¿Qué interés puede tener esa historia? ¿Hubo una historia entre tu y yo?

Tiene que haberla habido porque toda sucesión de acontecimientos va creando una trama que tu y yo vivimos, tal vez sin darle importancia pero viviéndolo porque nos atraía estar juntos. No se trata entonces de recuperar nada. Ya te lo dije, no quiero evocarte. Solo se trata de que algunas veces estás presente y no puedo dejar de reconocer que hay una historia que fue nuestra historia, aunque ya no esté en ningún lado, del mismo modo que yo no sé dónde estás hora y lo más probable es que a ti no te preocupe en lo más mínimo, si acaso en algunas remotas y fugaces ocasiones, donde estoy yo. Juntos ya no existimos. Eso debe ser lo único que me seduce, que me atrae y me conduce una y otra vez al deshilvanado tejido de mis recuerdos; vernos como si ya no existiéramos. Algún día, en efecto, ya no existiremos y sin embargo, para nadie, para el recuerdo de nadie, los aspectos que nada más tu y yo podemos saber y a los que tendríamos que considerar como los que forman nuestra historia, habría sido y en esa dirección son irrevocables, aunque para lograrlo han pagado el precio, o pagarán el precio una vez que ni tu ni yo podamos recordarlos, de no tener ninguna realidad. Pero entonces, ¿En dónde se encontrará su carácter irrevocable? ¿En qué futuro o en qué lugar? ¿En qué espacio sería el sitio donde el pasado que se ha salido del tiempo se convierte en presente, a pesar de que, esencialmente, ya no es sino que tan solo fue y por que fue está en ese espacio que alojará todo lo que alguna vez ocurrió y que es imposible imaginar pues su dimensión tendría que ser la del infinito que, como no tiene principio ni fin, no está en ningún lado?

Alguna vez me contaste de tu pasado, también me dijiste que estabas insatisfecho con tu presente y te negabas a pensar en el futuro. Tenías razón. No sirve de nada pensar en el futuro. Nadie tiene futuro. Tal vez yo estoy cumpliendo con una predicción, pero tiene un carácter distinto al de aquel con el que la hicieron. No es la misma. El presente hace falso el futuro que pretendimos imaginar. Y después de todo, ¿Qué consecuencia puede tener ser el modelo para un relato? Ninguna. Siempre se puede negar la veracidad del que te ha utilizado para modelo, porque la verdad de los relatos no es la de la vida y en ellos todo se compone, se desfigura, se acomoda para lograr verosimilitud que solo le es necesaria al relato, de tal modo que el retrato nunca se parece al modelo. Pero bueno, además, cuando tú me dijiste todo eso, lo único que pude pensar fue que eras adorable en tu ingenuidad.

Recuerdo el momento en que nos conocimos y me recuerdo viéndote después, vestido informalmente pero de una manera atractiva, con tu sonrisa sin edad y el pelo corto, con tus movimientos en los que se afirmaba, una secreta coquetería, una terrible necesidad de gustar. A mi, por lo menos, me gustaste.

Salimos a aquel pedacito de pasto, camellón o como quieras llamarlo solos, solos tú y yo, sin intermediarios, sin testigos, dos totales desconocidos, uno para el otro.

Es muy bello contarte a ti lo que ya vivimos, lo que solo tu y yo sabemos, lo que no necesitas leer ni probablemente vas a leer nunca, pero no estoy muy segura de por qué he sentido la necesidad de hacerlo. No estoy trazando tu retrato, aunque sé que me gustaría que te vieras en ese retrato y al verte supieras como te veía yo. Sin embargo, no eres mi modelo, eres el recuerdo que tengo de un retrato que me sirve para llegar hasta ti como modelo. Ignoro por que quiero hacerlo, del mismo modo que no sé porque muchas veces despierto pensando en ti.

¿Me interesa averiguar si nuestra historia es una historia y puede contarse para hacer que le pertenezca a todo el que quiera llegar a ella? No tendría ningún sentido en relación con nosotros dos, ya que sabemos que nuestra historia, es sí acaso la historia de una relación que no llegó a ser historia. ¿Pero lo tendría para lo que fue nuestra relación?

No sé si recuerdes nuestra primera salida juntos, yo la tengo muy presente.

Fuiste con un jeans y una polera marrón, que no me gustó. Pero eso no tiene importancia, porque en cambio me gustó sentirte bajo ella cuando salimos a caminar por aquel camellón y fuiste tú el que te apoyaste en mí para que te abrazara. También era bella la suave ondulación verde con la súbita verticalidad de algunos grupos de árboles y las islas de algodón de las nubes moviéndose apenas sobre el azul del cielo.

Sé que era delicioso y es más delicioso aún el recordarlo.

¿Por qué te admiraba tanto entonces, por qué me gustabas tanto? No lo sé pero, bueno. Yo solo quería recordar cuan agradable era estar a tu lado y hacerlo como una forma de homenaje a las virtudes a las que, probablemente, debes haber renunciado ahora.

No hubo despedida entre tu y yo. Alguna vez, cuando nos permitíamos imaginar proyectos irrealizables, después de haber imaginado largamente, planeamos casarnos. Yo aceptaba entonces sin ningún esfuerzo por que me hubiera gustado casarme contigo y tenía las esperanzas de que así fuera. Era nuestro placer poder imaginar.

La carta que me enviaste hace mucho es maravillosa. No la he leído desde entonces. La leo de vez en cuando y me conmuevo al imaginarte escribiéndola, y creo que también, un poco, ante el recuerdo de aquella tarde luminosa y banal en la que me la diste y por lo tanto ante tu recuerdo y la unión entre tu y ella.

A partir del recuerdo de ese detalle todo se disuelve y solo que, ahora, al cabo de tanto tiempo,


Muchas veces despierto pensando en ti.

Texto agregado el 10-03-2007, y leído por 691 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
12-03-2007 excelente... bruja
11-03-2007 Bonito texto y muy bien redactado. doctora
10-03-2007 Me gustó, escribir sin que llegue al destino, escribir sin que tenga un principio y saber que si tiene un final. Ella_la_Mariposa
10-03-2007 Esta bien, como narracion. Un poco repetitiva y monotona, pero bien... Un saludo dalecaspa
10-03-2007 Interesante tu escrito; ademas que posee una gran sensibilidad. gatubela40
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