Sus ojos volvieron a cobrar vida, y su conciencia regresó un momento. La bruma de un sueño lejano pareció disiparse, como si alguien hubiera subido con cierto ritmo la intensidad de la luz. La habitación ya no se movía alrededor, la voz que le hablaba ya no era distante como la noche anterior.
- A qué has regresado – el hombre giró un poco, con una cierta tranquilidad, tratando de permanecer lo más normal posible.
Susana le pareció un poco mayor que como la recordaba, quizá más madura, también más delgada. Proveniente de algún lugar se escuchaba una canción de arrabal. Quiso decir algo pero no encontraba palabras y ella lo sabía. Estaba más delgada y también parecía más pálida, cómo si hubiera padecido una larga enfermedad y estuviera recobrándose.
Se había equivocado. No al irse, sino al regresar. Había perdido la memoria de las cosas antiguas, y sobretodo de los miedos. La caída lo había devuelto a la realidad y ahora el destino lo colocaba justo frente a Susana, pensó que todo había sido escrito desde antes en el fatalismo de una vida irremediablemente predestinada.
- Estás más delgada.
- Es el tiempo que cambia a la gente.
La vieja radiola sonaba con ese sonido rancio y continuo que no parecía cesar jamás, todas las canciones parecían iguales en ese trasto. No sabía bien porqué estaba ahí, pero se imaginaba que había sido esa especie de nostalgia con la que había vivido. Un día sintió esa necesidad irrefrenable de regresar, así tan de repente como había sentido la necesidad de partir. Susana no había cambiado demasiado o así le parecía, aunque ahora estaba más madura, más mujer.
El aire era denso y pegajoso, como si fuera una especie de resina que aparte de todo había que respirar. Cuando volvió a despertar ya no estaba, trató de recordarla, de mantener viva la imagen del ángel que lo había acompañado en su delirio de una noche que le había parecido interminable.
Le gustaba recordar ese día como si hubiera habido una banda papayera al fondo, con algún viejo clarinete chillando la misma melodía una y otra vez. Le hubiera gustado eso y así lo imaginaba. Un pasado que nunca existió. Susana lo había esperado después de todo, por todos los años, por todos esos que fueron robados, por todos esos que nunca pasaron. Ahora estaba allí, al fin.
No había nadie en esa habitación sólo el viejo quien deliraba todo el tiempo, y eventualmente una enfermera que lo aseaba. El viejo se veía cada vez más y más enfermo y en la habitación se sentía ese olor a muerte. A veces se le oían musitar frases incomprensibles.
La noche había llegado al fin, pero el calor de la tarde mantenía el ambiente abrigado. La mujer volvió a formular la pregunta de la última conversación inconclusa.
- A qué has regresado.
- Debía ser así.
- Cuando dejes un sitio no debes mirar atrás.
El sueño del viejo era más intranquilo que de costumbre.
- Sólo tengo una pregunta, porqué jamás pudiste amarme como yo a ti.
Susana se desvaneció frente a él. Le gustaba imaginar cosas que nunca habían pasado. |