Con tu puedo...Cap 13
Palomas en la pampa
Dos días bastaron a Ramiro para saber en dónde hacer volar a Bernardo González, además se le haría fácil. El hombre, por lo que sabe, siempre hace lo mismo, va a los mismos lugares y su camisa la mantiene limpia. Su carabina la comenzó a dejar bajo la custodia de los militares, eso de que cada día fuese a tirar al blanco le ayudó a cumplir con su patrón.
Hace tantos años que conozco a Don Fernando, la primera vez lo vi: yo andaba por los campos de Putaendo. Él iba con su padre, ¡por Dios qué papá tenía Don Fernando! Viejo con olfato para encontrar buenas piedras. Nos hicimos amigos con el Fernando, por esos años yo le decía así, su nombre a secas. Cuando se fue a la Universidad, dejé de verlo, fueron aquellos años en que me desgracié en Curimón. Jacinto se llamaba el cristiano, con trago, era odioso, esa tarde me molestó a la Ernestina, era linda la Tina, morenita como me gustan, recuerdo que por esos días trabajaba como garzona en esa fuente de soda, en una pasada el Jacinto le agarró una pierna, la Tina me lo dijo al tiro. Lo esperé afuera, más de cuatro horas, hasta cuando se decidió irse a su casa, lo paré justo al laíto del canal, le puse cinco puñaladas, no dijo ni pío. Lo encontraron unos campesinos en el canal, se enganchó en unas ramas. Al mes me empezaron a buscar, me arrimé al papá del Fernando, él me escondió. Me fui con él hasta la Argentina buscando minas, me demoré siete años en regresar, a la vuelta ya no era Fernando, era Don Fernando, se había casado con la Estelita, linda la niña. Cuando Don Fernando se vino a la pampa, me trajo. Lo he cuidado y defendido durante tantos años. Me colocó de jefe de los guardias.
El Jacinto fue el primero que me cargué, luego hubieron otros y acá. Bueno, acá me he cargado a varios, todos como trabajitos para el patrón. No me puede echar, le sé tantas cosas, más bien me debo cuidar de él.
Este porteño, salió más fácil que otros. Era confiado el huevón, cuando le disparé, pegó medio salto, abrió los brazos, si parecía que estaba volando y, como iba con la camisa blanca, parecía paloma en vuelo. Ahí la tierra es blanda, así que, en cavar y taparlo no pasaron más de cinco minutos.
La tarde de ese domingo es calma, hace menos calor que otros días. Alamiro llegó temprano a abrir las puertas del teatro, cuando fue a pedir las llaves a la administración estaba Don Fernando en persona, él mismo fue a buscar las llaves para entregárselas.
—¿Cómo estás, Alamiro?
—Bien, señor.
—Dígale a la gente que yo di la orden a la pulpería para que trajeran vino.
—Sí, gracias, pero en las fiestas de los domingos, en la sala no se bebe vino, seguimos como antes, señor.
—Alamiro, ya parecen evangélicos o socialistas. ¿De cuáles es usted?
—De ninguno, señor, aún cuando me acerco más a los segundos. Pero, lo del vino en la filarmónica tiene que ver con la amistad, si hay alguien que se emborrache, puede echar a perder todo, así que el vino en la casa de cada cual.
—¿Cómo se siente en la casa nueva?
—No bien, señor, es demasiado grande para mí, mejor me hubiese seguido con mis compañeros de Ovalle, el Jesús y el Atanasio.
—¿Cualquier cosa que necesite dígale al contador,
—Gracias, pero hoy no necesito nada.
—¿Les entregaron los trajes para la obra?
—Sí, Don Fernando, gracias
—Espero salga bien la obra.
—Téngalo por seguro que va a ser como una compañía profesional.
—Debo abrir el teatro, gracias, Don Fernando.
—Ve hombre, ve con tu gente.
Roto de mierda, nunca nadie me ha hablado así, debí dejar que el Ramiro le diese con el látigo. Me miraba de frente y sin una pizca de temor, ni asomo de pedir algo para él cuando le ofrecí lo que necesitara, o es muy valiente o hay alguien que le respalda. No se desvía y es un cabro casi imberbe. Me las vas a pagar hijo de puta, toditas las pagarás, cada centavo extra que me has hecho gastar, con gotas de sangre pagarás, ya lo verás.
Alamiro mientras camina hacia el teatro, piensa en las palabras del administrador.
¿Por qué habrá estado el allí Don Gómez, si nunca antes lo ha hecho? A esta hora está durmiendo siesta. Prepotente el viejo, si hasta me ofreció plata, se nota que no me conoce, debe pensar que estoy con los socialistas, ya que me lo insinuó. Los patrones siempre van a pensar que con dinero nos comprarán los corazones, hay muchos que se venden y por menos, pero, ¡Carajo, yo no! Ni casa ni nada. Te lo voy a demostrar Fernando Gómez, ya verás quien soy.
Amigas, amigos, antes de iniciar la Filarmónica de hoy, quiero insistir que acá no se bebe nada con alcohol, quienes quieran hacerlo, por favor háganlo en sus casas, acá se puede transformar en peleas. Pasémoslo bien, como siempre.
Cuando bajó del escenario, Juvencio se acercó a Alamiro, le saludo con un abrazo muy apretado y le invitó a conversar un par de palabras con él y José Manuel.
—Alamiro, que bien lo haces como presidente.
—Gracias Don José.
—Mañana lunes Marianita cumple diecinueve años, mi vieja le hará una fiestita pequeña, así que quiero invitarlo, va a estar Juvencio, los niños del teatro y, algunas amigas de mi niña.
—Gracias, Don José Manuel, en cuanto llegue del rajo me arreglo y voy.
—Sí, además que un compadre de Monte Patria me envió un aguardiente enguindao que está de maravillas.
—Suena bien eso.
—Alamiro, ¿has visto al Bernardo González?
—No maestro Juvencio, no lo he visto, además que trabaja en otro rajo.
—Hay algo raro, mi hueñecito, el Antonio, me contó que vio uno de los guardias salir de la habitación del Bernardo. ¿Has visto algo extraño?
—Nada, si casi ni conversaba con Bernardo, hace una semana acá me estuvo preguntando por la manera mejor de colocar la carga de explosivo, como para tener buen resultado y ahorrar explosivo. Me cae bien, así que le expliqué como lo hago yo.
—Alamiro, ¿No has estado escondiendo pólvora? ¡No te enojes! Luego te lo explico.
—No, Juvencio no.
—Alamiro, cada tarde cuando ustedes se vienen del rajo, llegan los guardias a donde has estado trabajando y revisan centímetro a centímetro por si has escondido algo.
—¿Cómo lo sabe, Juvencio? Porque ya les dije que no quería que me siguieran.
—Ay, compañero, no debes cuidarte o enojarte conmigo o José, nos lo mandaron a decir desde Iquique que la guardia te revisa.
—Ah, discúlpenme entonces, el Facundo ha estado más nervioso.
—Si conversas con Facundo, dile que trate de cambiarse a otra Oficina, lo del Bernardo huele a “palomeo”
—¿Qué es “palomeo”?
—Alamiro, conversemos mañana en casa de mi compadre, mientras celebramos el cumpleaños de la niña Mariana, acá no es conveniente y ya se comenzarán a acercar las mujeres para que usted baile con ellas. Si parece que vas a tener tú que andar con la tablilla para anotar los turnos del baile y la Clotilde aún te mira harto. ¡No te vayai a enamorar rotito!
Te esperamos mañana con el enguindao.
—Bien, mañana nos vemos.
Curiche
9, marzo de 2007
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