NOTA IMPORTANTE: Los versos que salen este escrito son de la canción en la que me base para escribir este cuento y se llama "Princesa" de Joaquín Sabina
Acababa de dar una vuelta por el parque observando, a ver si la encontraba entre esos grupos donde la droga y el alcohol corría a caudales. Faltaba del dinero que tenían para pagar el arriendo, los niños estaban con su abuela materna; por lo menos no los dejó solos en la casa, como la otra vez, mientras ella iba a emborracharse con sus amigos. Alguien tocaba una canción a guitarra, mientras él se sentaba en un banco a fumarse un cigarrillo y pensar que haría para solucionar todo esto.
Empezó a percibir la melodía y a escuchar la letra de la canción que recién empezaba y sintió frustración y rabia al darse cuenta del tema que trataba. Era como si fuera hecha para él, pero este no se percataba que en la vida no existen las casualidades y que seguramente en esa canción podría estar un mensaje “divino” que lo guiara en su camino.
Se estiró en el banco con los ojos cerrados e inhalando la nicotina junto con el alquitrán que lo tranquilizaban y sentía que lo hacían pensar con más calma. Aunque sabia que esto le hacia mierda los pulmones que importaba, de todas maneras tenía que morir algún día.
Entonces la vio. Caminando o mejor dicho tambaleándose donde un tipo, el cual le daba se podría decir a crédito ciertas sustancias prohibidas y a la vez demasiado populares entre todos los jóvenes, incluyéndose… incluyéndome.
Observó su camisa raída y llena de polvo, quemaduras de cigarrillos, de perfume, el olor a ron y marihuana, lo demás que se echaba en el cuerpo solo se le notaba en la mirada ida y las incoherencias que hablaba. En la mirada lujuriosa que obsequiaba a cualquier ente masculino que se le cruzaba.
Desde lejos la miraba. No sabía cual de los dos estaba en un estado peor. Ella con su mirada casi demente producto de la desesperación y el ansia, mientras que con un intento de sonrisa parecía querer convencer a su interlocutor que le diera más de lo que tenía para pagar…
Entre la cirrosis
y la sobredosis
andas siempre, muñeca.
Con tu sucia camisa
y, en lugar de sonrisa,
una especie de mueca…
Era impensable que ella, hace un par de años, era una mujer hermosa. Con esa misma blusa, pero siempre impecable. Con una boca deseable y la sonrisa en la cara iluminándolo todo a su paso. Lo había vuelto loco. En ese tiempo no estaba metida en toda la basura de ahora y todavía podía lastimarlo solo con una mirada herida, una sonrisa sarcástica ¿Cómo puede cambiar tanto la gente? Ahora está irreconocible incluso para él, que ha estado un par de años con ella, disfrutando, proyectándose con su hijo. Quería, quiere formar una familia juntos, pero así no se puede, por mucho que le duela aceptarlo, no es posible…
No es posible porque él no podía matarse trabajando doce horas diarias para que ella lo gastase en alcohol y drogas. No era posible porque a su hijo siempre le faltaban cosas y a ella nunca le faltaba para una cerveza, porque siempre la veían borracha o “dura”, porque ya no podía seguir autodestruyéndose con ella. Tendría que buscarse a otro que estuviera dispuesto a pagarle el vicio. Él ya no sería el perro faldero que la protegiera cada vez que tenía un problema.
¿Cómo no imaginarte,
cómo no recordarte
hace apenas dos años?
Cuando eras la princesa
de la boca de fresa,
cuando tenías aún esa forma
de hacerme daño.
Ahora es demasiado tarde, princesa.
Búscate otro perro que te ladre, princesa.
¿Quién fue el que te metió en todo esto? ¿Tus amigos? ¿O los míos? ¿Quién levantó el silencio que ahora nos embarga cuando estamos juntos? Ese que te atenaza el pecho y atrofia los sentidos, que tiene a todo de color negro, solo es roto por la desesperación y los gritos que atraviesan el aire, como cuchillas en la carne. A veces hay algún gesto del anterior cariño que era dueño antes de lo que ahora arrebató el silencio y la oscuridad; pero siempre viene acompañado de tu voz suave, pidiéndome dinero, que te de unos cuantos billetes, para comprarte las cervezas o las jeringas y el implemento…
Rememoro esos días tibios del verano que se fue y el miedo que se anidaba en mí, de que te fueras y no volvieras en una de tus juergas. Ahora le agradecería al cielo si eso sucediera. Ya no existe el pánico, fue desvaneciéndose por la rutina y la monotonía. No puedo seguir a tu lado viendo como te autodestruyes y de paso matas a todos los que te quieren. Yo ya no pertenezco a ese grupo, ya mataste la parte de mí que todavía te amaba, esa que era capaz de cargar con tu esencia sin rechistar, solo para poder ver tu sonrisa al despertar. Hubiera dado la vida entera simplemente para alivianarte el peso que hunde cada día más tu alma. Pero ya no, es demasiado tarde. El camino se oscureció y no existe nada por lo que valga la pena seguirlo.
Maldito sea el gurú
que levantó entre tú
y yo un silencio oscuro,
del que ya sólo sales
para decirme, “vale,
déjame veinte duros”.
Ya no te tengo miedo
nena, pero no puedo
seguirte en tu viaje.
Cuantas veces hubiera dado la vida entera
porque tú me pidieras
llevarte el equipaje.
Ahora es demasiado tarde, princesa…
Ahí estás, acabas de ver a este hombre que sonríe cansado. Te sorprendes y asustas a la vez. Pensaste que no vendría a buscarte, te acercas y sonríes con la mueca hipócrita en la cual se ha convertido nuestra relación. Una malformación de lo que hubo en otro tiempo. Me besas intentando aplacar mi ira, pensando que me produce placer. Te equivocas y duele saberlo. Ya no me causan placer tus caricias…solo asco y tus miradas con la presencia que antes llenaba todo, lástima…
Me acuerdo cuando ibas a todos lados, siguiendo las últimas tendencias, estando siempre a la moda, en la vanguardia, llenándolo todo; hasta que caíste en este vicio autodestructivo, que todo lo hermoso se transforma en espeluznante. Claro tenías que estar a la última, no podías sentirte aparte del mundo.
Y ahora me pregunto ¿Hasta donde eres capaz de llegar por conseguir unas simples pastillas? En el último asalto de tus amigos ¿Estuviste metida? Te terminaste de hundir en el pozo negro del olvido
Tú que sembraste en todas
las islas de la moda
las flores de tu gracia,
¿cómo no ibas a verte
envuelta en una muerte
con asalto a farmacia?
Aunque ¿Cómo puedo culparte si yo nunca dije nada cuando veía que estabas drogándote y yo mismo te acompañaba? Claro, hasta que se nos fue de las manos. Todos en cierta medida somos responsables por no parar a tiempo todo esto. Puedes seguir haciendo las movidas y los contactos, sigue consiguiéndote drogas, sin importar el método, sigue con tus asaltos, tus juegos, tus coqueteos. Pero con otro, yo ya no puedo. No pienso ni quiero pasarme la vida intentando reparando tus errores, cuidándote y pagando las fianzas de cada cosa que hagas. Ya es demasiado tarde. Me aburrí, colapsé. No puedo seguir un segundo más así. Búscate a otro que este tan locamente enamorado de ti, como yo hace un tiempo.
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