La bruma deja su estela en el regazo de la montaña, me sumerjo en la ciudad, triste poeta, busca entre, perfumes y pintalabios baratos, que aporte felicidad entre las sabanas noctámbulas en el viejo motel.
Quiero perderme, con las caricias alegóricas, febriles que me alquila esta bella mujer de calle, sus labios nicotizados, aliento a vino de antaño es el néctar que pocos conocen.
Sacio mi sed bohemia, en sus piernas, el rubor de sus pechos ansiaban a que mis manos fugases a tomarlos confirmesa y confundirme en la rigidez de los pezones, que disfrazados entre mi boca, en lo melancólico y lo carnal
No sabia su nombre, pero no me importaba era inútil para el momento, poco a poco sumergí en su cuerpo, en esa piel, en el deseo erigido de prolongar el coito, sus gemidos, es el himno lujurioso, melancólico, erótico, su rostro reflejaba la inocencia de su joven vida, no importo, deje atrás mi juicio, saciar mi espíritu con su cuerpo lleno de camin y aroma a calle.
Fue muy lívido, el tiempo seguía su simulacro maquiavélico y monótono el cual me olvide de mi propia existencia, volví a recordar mi joven vida, en su perfección de mujer, bella, hermosa con sus moretones cotidianos, el mismo dios quería perder su virginidad, sirena ebria, de mares de lagrimas, mujer amante deja envenenarme mis pulmones y que beba un poco de ron añejo, para volver a recorrer tu figura con mi lengua y con mis viejas manos se rejuvenezcan aferradas a tu cintura.
Duerme y duerme entre las sabanas blancas y muda, mientras yo me pierdo entre los árboles de concreto, entre ríos de basura, antes de que el sol me agarre al asomar sus grandes ojos…
Gabriel Briceño
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