Marita no es feliz. Marita sufre de SESP que técnicamente significa Síndrome de excitación sexual persistente, lo que en buen castellano quiere decir que hace el amor con el lechero, carnicero, verdulero, abogado, médico de cabecera, primos, o se insinúa expeditivamente en una calle solitaria al taxista para luego pedirle por favor que lo deje en el departamento de un amigo con el que ya concretó una cita amorosa y al terminar la jornada aún siente la necesidad sexual, por lo que completa con sesiones masturbatorias. Marita sin embargo es cuidadosa. Compra preservativos en cantidades que le llenan la cartera. Su filosofía es-y lo proclama a los cuatro vientos- que puede ser bastante putona porque esa es su naturaleza, pero tonta tampoco. Esa es su forma de driblar al Sida y a los embarazos no deseados. Su record son cientos de orgasmos en un día que por supuesto no tuvo la paciencia de contarlos. Marita no encuentra la horma de su zapato, los hombres después de estar con ella la temen y escapan de su incontrolable deseo con las vesículas seminales colapsadas y con el orgullo por los suelos. Su ginecólogo trataba de explicarle-mientras ella hacia denodados esfuerzos por desvestirlo- que lo que ella tenía era diferente a la ninfomanía pero no le entendió demasiado en esa oportunidad. Ella podía tener orgasmos mientras esperaba la atención en un restaurante, haciendo la cola para pagar los víveres en el supermercado o escuchando una canción de Arjona.
Cuando aquella noche, ya casi amaneciendo, me dijo que había pensado en el suicidio, estaba tan agotado que le respondí:
-No es mala idea Marita. No es mala idea.
-Eres un desgraciado -me dijo -y se me tiró encima…