Estás sentada sola en el hielo,
el frío cala por tus huesos,
te humedece el pecho,
el corazón late a mil por hora,
más tú sigues con vida,
aunque tu aliento se presente blanco,
entre nubes de calor,
tus dedos son azules y se empiezan a caer,
el abrigo ya no te sirve
y el cabello está muy helado para taparte la cara.
Tus brazos entrelazados y tus piernas dobladas,
te cruje el alma
cuando escuchas que el hielo se cae,
sientes el agua entre tus ropas,
el frío te quema,
y tú no puedes abrir los labios,
la lengua está pegada a los dientes,
y si gritas sangras.
La desesperación no es la mejor salida.

Tus dedos se aferraron al hielo que quedaba,
mientras tu cuerpo semimuerto flotaba en el agua.
Pronto se te quebraron las uñas y te ardieron las manos,
los guantes no resistían tal temperatura
y se ponían duros.

No sentías la mayor parte del cuerpo
y los ojos te dolían, estaban rojos,
los labios morados y la nariz te dolía al respirar.

Pronto te rendiste al frío, a ese condenado frío
y te dejaste caer,
como una presa ante su cazador.
Pronto sentiste el calor que te abrazaba,
te entregaste como si fuera una salvación,
desnuda entre el hielo te sentías bien
y tu cuerpo nadaba entre las sirenas,
ninguna existió, pero eran tuyas.

Entre el frío cuajó tu sangre
y ahí quedaste hecha hielo,
hermosa entre tanta frialdad.