No quiero ser masa, me rebelo, trato de alejarme de las multitudes, abomino hasta de ese aire impuro que todos beben a bocanadas. Trato de no serlo, pero allí estoy, apretujado en las estaciones del Metro, asfixiado en los vagones, contemplándolos a todos y todos mirando al infinito, como si algo muy importante se estuviera gestando en un punto indefinido que se traza más allá de sus narices. Corro por las estaciones, prefiero las solitarias escaleras, despreciando las mecánicas que conducen a la marea de transeúntes a sus inciertos destinos.
Camino por las calles a tranco lento, viendo al torbellino humano que se desplaza enloquecido, tal si la existencia se les escabullera a borbotones y tratasen de alcanzar, a como diese lugar, el punto fatal del deshilado.
No quiero ser masa pero todo confluye en el mismo punto. Y pese a mis deseos más que a mis intentos, debo hacer lo mismo que todos y entreverarme en esos estadios de confusión programada y arracimarme con el resto.
Hoy me he visto reflejado en la actitud de un tipo que trataba de aislarse del resto, por el simple conjuro de los insultos. Hoy me he visto retratado en aquel que alardeaba en el último piso de un edificio, jugando a ser el intérprete de una obra de la que ni él conocía la trama. Hoy me he visto en ese hombre que, sentado en un escaño, asumía una terca indiferencia ante un mundo que no lo identifica. Hoy me he mirado en un espejo y no me he reconocido. En mi rostro se adivina la amargura, la desconfianza, el miedo, la desilusión. Me he sentido distinto, con las enturbiadas imágenes de esa marea de personas que se confunden unas a otras, reflejándose en mis pupilas. Y escapo impulsado por el terror que me supone ser atrapado en esos fardos descomunales de carne palpitante.
Pero, allí estoy, en medio de la gente, asfixiado entre la muchedumbre que aparenta lejanía, esperando descender o subir, ya ni lo sé, en algo que me aleje de eso o me confunda del todo para ya no ser, o ser, finalmente, una molécula más de esa gigantesca masa…
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