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La carta


Mirando por la ventana, la anciana Ernestina esperaba ansiosamente a su esposo. Oscurecía ya en el rancho de bareque y barro, y en el cielo se divisaban las parejas de loros regresando de quien sabe donde con la algarabía que siempre acostumbran. Ernestina tenía miedo. Unos días antes, su esposo se había ido de caza sin avisar y regresó dos días después sin dar ninguna explicación por su tardanza. A pesar de su edad, Ernestina sentía celos. Pero, recordaba la anciana, en todos esos años juntos Ramiro nunca le había hecho pasar un mal rato por culpa de otra mujer. Pero, también se decía, que si no era una mujer el misterio que desde hace unos días envuelve a su esposo. Como una víctima sin remedio pensaba que al diablo su esposo y su nueva hembra, y recordando palabras de la calle, repetía para sus adentros lo que no es de uno déjalo correr.

Ya de noche, Ernestina decidió acostarse. Su esposo aún no llegaba. Después de una cena modesta, se dirigió a su cuarto. Estaba decidida a esperar un rato más, hasta que el sueño la venciera.
Cuando amanecía, Ernestina miró a su lado y encontró la cama vacía. Contrariada se dijo que algo le había sucedido a su esposo. Pensó que lo mejor era tomar el Jeep de la leche que baja a las cinco de la mañana e ir a preguntar al pueblo por la suerte de su marido. Antes de que el sol saliera, Ernestina se hallaba en la plaza del pueblo que se prestaba para un día de mercado. A estas horas tempranas, el pueblo negocia lo sembrado en sus alrededores con los comerciantes de las ciudades. La señora de Roque la reconoció de inmediato y la invitó a tomarse un tinto. Sorprendida por la historia de Ernestina, comentó que hace unas dos semanas Ramiro estaba comprando unas papas a Gerardo Molina en la plaza cuando de un jeep le gritaron algo que ella no alcanzó a entender y Ramiro dejó las papas y se montó al carro.

- ¿Por qué no va y le pregunta a don Gerardo que fue lo que pasó? El debe saber.
- ¿Será que ya abrió la tienda ?
- A esta hora ya debe haber vendido todo. Vaya y viene y me cuenta.

Ernestina llegó a donde Gerardo, el tendero, y sin merodeos preguntó por su esposo. Gerardo un poco sorprendido contesto que no sabía nada de Ramiro desde hace días.

- Pero, La señora de Roque me dijo que él estaba aquí hace dos semanas comprando papa y que se monto en un jeep.
- Pero Doña Ernestina, era Joaquín que lo estaba buscando porque la vaca preñada, Bolita, iba a parir, y como usted sabe, por estos lares el veterinario es su esposo.
- Ah, bueno Don Gerardo
- Pero y por que con esa cara Doña Ernestina? Le paso algo a Ramiro?
- No. Pues no sé. Anoche no fue a dormir, y ya es la segunda vez que me la hace.
- No se preocupe por eso Doña Ernestina, eso debe ser que le cayó la noche lejos de su casa, y como él nunca ha querido comprarse un jeep, pues a lo mejor esta por ahí y no ha podido avisarle.
- Bueno Don Gerardo, si sabe algo por favor me cuenta.
- Como no, Doña Ernestina.

Apenada, Ernestina hizo unas compras en silencio, y partió a su casa antes del mediodía. El jeep se detuvo en el colegio de las monjas y el chofer no lo pudo encender de nuevo. La anciana Ernestina comenzó a caminar.
Pelando una mandarina para apaciguar la fatiga observó a su esposo sentado en el asiento de copiloto en un jeep que subía. El carro paró, y Ramiro se bajó y le dijo que se subiera. Ya adentro, Ramiro comenzó a hablar

- Las vueltas que da la vida Ernestina, después de todos estos años y es la primera vez que nos encontramos por casualidad en esta carretera.
Ernestina se quedo en silencio
- La última vez que salimos de estas montañas fue ya hace tiempo. Estaba pensando que talvés sería bueno mudarse a otra parte.
- ¿A dónde? – preguntó la anciana asombrada
- No sé mija, a cualquier parte
- Pero Ramiro, ¿a usted qué le pasa? - ¿Se enloqueció?
- No sé mija, a lo mejor

El resto del camino lo andaron en silencio. Ernestina preparó la comida y almorzaron en silencio. Ya tarde Ernestina no aguantó la curiosidad y se fue al establo donde Ramiro criaba un ternerito. Lo observó un rato antes de decidirse.

- Usted esta con ganas de irse y dejarme tirada - ¿cierto?
Ramiro no dijo nada. De espaldas siguió dándole el tetero al ternerito
- A ver conteste, no se quede ahí callado. Si se va a ir, al menos diga algo.
- Ernestina, ¿cómo se le ocurre decir eso? – contesto sin voltearse
- Usted esta muy extraño. Se va y no avisa. ¿Qué quiere que piense?
- Es que no le puedo contar, pero estese tranquila que ya habrá tiempo para explicarle.

A las dos semanas, después de tres noches angustiosas, Doña Ernestina se enteró que su esposo había sido encontrado muerto en el alto de la Loca, cerca al páramo de Sumarché. El mensajero preguntó a la anciana si se le ofrecía algo. La anciana guardó silencio y se refugio en su choza.

La noticia sobre la suerte de su marido la sorprendió hasta la vergüenza. Durante su espera imaginó a Ramiro rumbo a otra parte acompañado de otra. Llegó a desear verlo muerto de comprobar sus ideas. Después se suicidaría ella. Colocó en la mesa de noche un frasco de remedio para desparasitar vacas. Tomárselo de un tirón no era problema. Pero, ¿sería efectivo? No quería fracasar en el intento de decidir sobre su muerte. Al menos tenía derecho a imponer su voluntad contra la vida. Y definitivamente no deseaba vivir sin la compañía de Ramiro un día más. Por desgracia para Ernestina, el sueño siempre la vencía, y ya por la mañana la esperanza de volver a ver a su esposo le renovaba un vago impulso por vivir. Ahora que su marido regresaba a casa pero muerto, la pena por su ausencia era menor que la vergüenza que acechaba el alma de la anciana al enterarse de las circunstancias por las cuales Ramiro se fue de este mundo. Don Gerardo Molina había subido desde el pueblo a contarle su versión de los hechos.
- Ernestina, lo que voy a contarle debe guardarlo en secreto. Ramiro estaba con ganas de comprar una finca en el Valle del Cauca. Había ido varias veces por esos lados, hasta que le mostraron una tierrita que el creía era la más bonita. Tenía un río que la cruzaba, y la casa estaba en buenas condiciones. Deseaba montar un consultorio veterinario para los ganaderos de la región. Estaba aburrido de las montañas. Incluso el doctor Pedroza le aconsejó que buscara tierras bajas, por lo del oxígeno. Pero Doña Ernestina, la finca que su esposo iba a comprar era de un mafioso que acaban de asesinar en la cárcel. Un sobrino de este, que tenía las tierras a su nombre, aprovechó la ocasión de conseguir una plata y optó por ofrecerle la tierra a Ramiro a un buen precio. A los muchachos, los que mandan por esos lugares, no les gustó el negocio, ni que Ramiro estuviera deseoso de irse a vivir al valle. Después de la primera visita, Ramiro le prometió al sobrino del mafioso, que creo se llama Mauricio Urdinola, traerle la plata en quince días. Ese fue el día que Ramiro atendió a Bolita. Cuando llegó a la finca, los muchachos estaban esperándolo. Mauricio estaba con ellos y le pidió que se tranquilizará. Los muchachos le pidieron que los ayudará con unas vacas que tenían en una finca por ahí cerquita. Que si los ayudaba, lo dejarían irse a vivir al Valle sin molestarlo. Ramiro fue con ellos. Las vacas estaban enfermas de aftosa. Ramiro les dijo que lo mejor era sacrificarlas. Los muchachos se enojaron con Ramiro. Esas vacas ya estaban vendidas y tenían que responderle al comprador.
- Don Gerardo, a mi marido lo mataron. Ahórrese todo ese discurso y dígame quien lo mató.
- Estese tranquila Doña Ernestina, que ya voy a terminar. Ramiro les dijo que no había más nada para hacer. Las vacas debían sacrificarse. Sino se hacía de inmediato, la peste podría extenderse a todo el Valle. Los muchachos disgustados todavía, le dijeron a Ramiro que se fuera. Cuando llegó de nuevo a la finca, Mauricio lo estaba esperando para que cerrarán el negocio. Su esposo cumplió con lo pactado. Arrimaron al pueblo, y certificaron el traspaso ante el notario. Hace quince días cuando bajó a preguntarme por Ramiro, yo no le dije nada de esto porque él venía insistiendo en que lo más difícil sería convencerla a usted de irse a vivir para allá. Esa misma noche, él sobrino del mafioso lo había citado para informarle por ciertos inconvenientes que se habían presentado. Al parecer los muchachos aún no gustaban mucho de la idea de que Ramiro se asentará en esas tierras. Como la platica ya estaba invertida, y la tierra ya estaba a su nombre, decidió ir a hablar con Mauricio a ver si intercedía con ellos para que lo dejarán mudarse. Una vez en el pueblo Mauricio aconsejó a su esposo de no ocupar la finca todavía. Que esperará un tiempito a ver si la cosa se componía. Ramiro con lo terco le llevo la contraria y se fue directamente hasta donde los muchachos a negociar su permiso. Los muchachos le dieron una hora para irse del pueblo o sino lo mataban. Esa noche Ramiro se escondió en un cañaduzal evitando que la muerte lo acorralará. Al otro día, cuando volvió, me lo contó todo. Ese fue el día que usted me preguntó por él, y que como yo le dije no le informé nada por disposición de él.
- Pero todavía estaba vivo. ¿Cómo fue entonces que lo mataron?
- Hace tres días Ramiro fue a la tienda a que le fiara una comida ya que tenía que irse a una finca a revisar un ganado. Según me dijo, la aftosa se estaba regando por toda la región. “Esos muchachos de mierda” le alcance a oír antes de que se marchara. Parece que Ramiro se fue para el Valle después de sacrificar un ganado por allá por dos cruces y que en esas encontró la muerte a mano de los muchachos.
- Esta bien Don Gerardo. Ya no diga nada más.
- Se le ofrece algo doña Ernestina, ¿cualquier cosa?
- No Don Gerardo, váyase tranquilo
- Ah, se me olvidaba, Ramiro me dejó las escrituras de esa tierra. Tómelas.

Ernestina, la anciana, tomo el sobre con las dos manos dispuesta a quemarlo sin abrirlo. Pero el saber de la muerte de su esposo la llenaba de amargura. Se sentía cómplice. Y esta sensación fue lo que en últimas evitó que el sobre se quemara irremediablemente en la estufa de la casa.

Pasaron algunos días de tristeza. Ernestina siempre había temido a la soledad. Ahora que estaba vieja creía que no iba a poder soportarlo. Desde hace unos años el solo imaginar que podría quedarse sola la angustiaba por dentro. Los hijos que nunca nacieron quizás podrían ayudarla un poco. A cambio, tenía los terneritos de Ramiro, los perros pulgosos, y la gatita mencha de la vecina que a veces venía a pedir leche. El ternero – pensó – se va a morir de hambre. Entonces preparando el tetero se decidió a abrir el sobre. Sacó al ternero del establo y lo llevó a la casa. Un milagro que no se haya muerto pensaba. Estaba tan cansado que ya ni berreaba. Adentro había una carta.

Mija querida lo que son los caprichosa de la vida. Venir yo a escribirle una carta a estas alturas. Usted debe de estar pensado que yo me volví loco, y pues la verdad no sé. Hoy me voy a ir a arreglar un asunto con una tierrita por allá abajo y talvés me voy en busca de lo que no se me ha perdido. Voy a aprovechar que Joaquín me va arrimar a donde Pedro que tiene las vacas enfermas y parece que es aftosa. De ahí voy para el valle. Se acuerda de Argemiro. Vino a visitarme. Me ofreció una estufa a gas. Me dijo que los médicos estaban en una campaña contra las estufas de leña. Que talvés es por eso que yo estoy malo de los pulmones. De repente me entraron unas ganas enormes de irme para la tierrita caliente. Yo sé que usted es más terca que una cabra y se me va a oponer. Pero mija, entiéndame, sino lo hacemos me muero a la vuelta de la esquina. Píenselo y cuando vuelva me dice. Ramiro

La pobre anciana sintió una tristeza tan grande. Era ya el último recuerdo de su marido que le quedaba. En adelante todo sería silencio. Miró las escrituras, notariadas en Andalucía, estaba a poco más de una hora en jeep para llegar a la finca. Si Ramiro quería irse para allá, pues ella se iba y no había mas remedio. La última voz de su esposo se había extendido a través de esa carta. Empacó las pocas cositas, dejó encargando otras, el ternerito se lo dejó a la vecina mientras pasaba la aftosa. Y partió rumbo a su nueva casa.

Cuando no se tiene certeza de nada la edad cobra un valor instantáneo. Los niños son felices con la incertidumbre de un viaje. Los jóvenes con cierta aprehensión muestran las garras si tienen miedo, y los viejos más temerosos aún, se enfrentan con resignación a lo que ocurra. Ernestina no sabía lo que iba a encontrar. Pero la muerte de su esposo la había convertido en una mujer sin atados. Que le quedaba ya, sino esperar la muerte?

La finca era en efecto, una tierrita muy bien ubicada. Un brazo del río la cruzaba por la mitad, justo detrás de la casa. El terreno era grande. Acostumbrada a vivir en una chocita de bareque con menos de una plaza de área, el nuevo proyecto de Ramiro se le mostraba como un cambio radical. La finca, al ojo, medía unas seis hectáreas. La entrada de la carretera a la casa estaba sembrada de heliconias. La casa por su parte estaba hecha de ladrillo, sencilla, de un solo piso. Atravesando el río se encontraba una pradera lista para la siembra. Ernestina pensó de repente que quería sembrar arroz. Al menos el agua le sobraba. Unas vacas dormitaban al fondo del terreno. Estarán incluidas en el contrato? Pensaba la anciana.

Como no había nadie que la ayudará, limpio el baño, su cuarto y la cocina. El resto para el otro día. Tomando el tinto de por la tarde, llegaron los muchachos. La alharaca de sus voces la estremeció.

- Buenas los señores – salio la anciana a decirles
- Y ¿usted quién es?
- La dueña de este terruño
- Y desde cuándo – preguntó el mocito más joven
- Desde hoy

Intrigados por la disposición de la vieja, uno de los muchachos se puso bravo y ya estaba con ganas de sacar el machete.

- Si vienen por las vaquitas, están atrás de la casa. Bien puedan y llévenselas que por mi es más el estorbo.
- Nosotros hacemos lo que nos…- contesto el mocito
- Que le pasa Eduard, cállese la jeta – dijo el que parecía que mandaba. – Porque no nos hace el favor mi señora de explicar eso de que usted es la dueña de este terreno.
- Mi marido le compró esto a un Urdinola, miré – y le pasó las escrituras
- Y su marido ¿quién es?
- Se llamaba Ramiro, era veterinario
- Ese no era el que la semana pas…
- Que se calle la jeta marica. A ver yo miro estos papeles, hum, pues sí, usted debe ser Ernestina.
- La misma
- Mi señora – continuo el jefe – yo de estas vainas de papeleos no entiendo. Pero lamento decirle que la finca es de nosotros, así que haga el favor de empacar sus chiros y se devuelve por donde vino.
- Los papeles me autorizan a ser posesión de la finquita – dijo la anciana como cansada
- No oyó vieja hijueputa…
- Que se calle malparido – dijo el jefe apuntándole al mocito con su metralleta – Y al próximo hijueputa que hable le vuelo la cabeza. Mi doña, esos papeles pueden decir lo que quiera, pero aquí el que manda soy yo. Así que por favor, sin andar en más pendejadas, recoja sus cositas y se va

En esas se oyeron ráfagas de disparos a lo lejos. Todos se quedaron parados en silencio. Otra vez las ráfagas. De repente un estruendo.

- Y eso ¿qué es comandante? – preguntó el que parecía que le seguía al mocito en edad.
- Son los chulos. Pisémonos que deben estarse dando con la cuadrilla de Antonio. Ya sabe mi señora, empaque y váyase.

Ernestina preparó la cena preferida de Ramiro. La finca tenía una estufa de leña. Puso las papas, despresó la gallina, peló los plátanos, todo a la olla, y después de un buen rato, el sancocho de gallina. El pobre Ramiro terminar así. Como gallina cocinada. La anciana comprobó que el sancocho estaba sabroso. Sirvió su plato, cenó y se recostó en la silla de madera que miraba al portón de entrada. No sentía nada. El cielo estaba extrañamente despejado, lleno casi hasta el mareo de estrellas. La anciana sin sueño recordó a su madre llamándola a comer mientras jugaba con su prima en el patio de la casa.
- Ya voy mami
- Apúrate que se te enfría Ernestina
- Ya voy, ya voy

…“ tan lejos que me encuentro del cielo donde he nacido” cantaba Ernestina de repente y como atacada por un instante de resignación.

Al otro día, Ernestina revisó a las vacas. Estaban sin aftosa. Una vaca estaba preñada. La llamó Rayuela y la vaca fingió entenderla cuando le aconsejaba que comiera bien y se estuviera quietica no fuera y se engarzara con un alambre de púas. Por la noche, con el sonido de los grillos y todos esos insectos que nadie nunca sabrá porqué cantan, llegaron en silencio, los muchachos.

Ernestina no hizo ningún gesto de asombro, cuando sin avisar, cinco hombres armados se le sentaron al lado de la mesa donde tomaba un café.

- Mi señora, parece que no entendió lo que le dije - dijo el jefe apoyando los codos en la mesa.
- La finca mi marido se la compró a un señor Urdinola, sino me cree mire los papeles
- Que papeles ni que mierda. ¿Usted está loca? ¿Quiere que le peguemos un tiro para acabar de una vez con esta joda?
- Está finquita me pertenece. Si quieren llévense las vacas. Están sin aftosa.
- Camine a ver, vamos a ver esas vacas

Se pararon los muchachos, Ernestina se demoró un rato mientras se tomaba el café.
- Camine a ver vieja. – El mocito le quitó el pocillo y la halo de un brazo.
- Pero si no pesa nada la vieja – Dijo el mocito. Todos rieron

Al fondo de la finca, Rayuela salió a saludar a Ernestina

- Hola mijita ¿cómo estás? – le dijo Ernestina mientras le acariciaba el hocico
- Bueno mi señora, hasta acá llegamos – Ernestina sacó la carta que Ramiro le dejó
- Si quiere tápese los ojos, pero póngase de frente que no me gusta disparar por la espalda.
- Así está bien – dijo de espaldas Ernestina mientras leía por última vez la carta
Después sólo se oyeron aquellos insectos que cantan y cantan sin saber porqué.

Texto agregado el 07-03-2007, y leído por 144 visitantes. (0 votos)


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