Nicolás masticaba un pedazo de brea que había arrancado del cordón de la calle. Una parte de la brea le asomaba desde los labios, el resto del trozo oscuro lo trituraba con las muelas. Manejaba el viejo Fairlain gris. Una mujer para al borde de la calle, Nicolás clava los frenos, sonríe, con la mano le indica que cruce, ella también sonríe y camina sobre el asfalto bamboleando la cola como un gato sobre el tejado.
Traen tantos problemas – piensa Nicolás
Conduce por la calle, está transitada, es casi el mediodía y hay muchos peatones. Se ha cruzado con muchas mujeres más, muchas mujeres más esperando al borde de la calle, pero, no podía ponerse caballero con todas, jamás llegaría al baldío.
Habían encontrado el cuerpo de un tipo en un baldío cerca del puerto. Se había desayunado con la noticia de que unos jóvenes amantes habían descubierto el cuerpo de un hombre muerto; se toparon con él cuando intentaban encontrar un lugar para besarse y esas cosas.
La calle estaba cortada, era una cuadra llena de industrias y comercios relacionados con el mercado portuario, entre dos grandes galpones estaba el baldío. Había dos móviles policiales, cruzados sobre el asfalto. Uno de los policías lo esperaba junto a la puerta que daba al terreno, otros comían, fumaban, leían el diario.
Nicolás se acercó al policía que comía, este le convidó una factura.
Demasiado dulce de leche – dijo
Señor, le quedó toda la boca llena de azúcar impalpable – dijo el oficial
Nicolás se pasó el brazo por sobre los labios.
Gracias por avisarme ¿algo nuevo en el diario, Gutierrez? – preguntó
Lo de siempre, Maradona tuvo un paro cardíaco, Israel a firmado un nuevo tratado de paz con Palestina ¿cuanto durará?
Quién, Maradona o el tratado – el policía continuó leyendo, no contestó, Nicolás observó la puerta del terreno – vamos a ver que pasa – dijo y caminó hacia el lugar
El oficial que lo esperaba en la puerta lo saludó, después lo invitó a entrar al baldío.
Está al fondo – dijo – lo dejaron anoche, dos pibes lo encontraron esta madrugada
Caminaron entre unos yuyos altos, algunas ortigas, restos metálicos, de autos, de motores. Había un poco de barro, los zapatos de Nicolás se hundían en la tierra húmeda, los del oficial también, dejaban unas huellas profundas y bien delimitadas. Huellas profundas y bien delimitadas como dejan los malos momentos de la vida, eso pensaba Nicolás mientras caminaba y miraba de reojo las marcas que sus zapatos dejaban.
Allá está – dijo el oficial
El cuerpo estaba tirado sobre el piso, sobre unos yuyos, y parecía haber sido arrastrado porque estaba el dorso del cuerpo embarrado y lastimado; raspaduras y golpes.
Nicolás miraba el cuerpo desnudo; la piel llena de quemaduras, unas ronchas coloradas, grandes, en torno al pene y los testículos
Que tiene en la pelvis – dijo Nicolás
Por el olor miel – dijo el oficial – le han puesto miel y hormigas, así parece por las picaduras y el olor.
Pobre tipo – dijo mirando hacia el piso – tiene un cigarrillo
Acercó un fósforo al cigarrillo, el fuego solo encendió la mitad del extremo del cigarrillo – sabe que significa esto – dijo Nicolás – que soy cornudo – afirmó – no importa, sigamos. Es el mismo tipo que la otra vez, el asesino digo.
Sí, el cuerpo está meado, como los otros.
Nicolás se rascó la cabeza, el oficial sacó un cigarrillo, lo colocó en su boca y acercó el encendedor.
¡No! – dijo el hombre de las mejillas gordas – los oficiales no pueden fumar durante su labor
Pero…
No pueden, yo fumo porque tengo un problema de adicción importante, además me ayuda a pensar, guarde el cigarrillo por favor
El oficial tenía los ojos abiertos, como si los empujaran desde atrás, las ojeras marcadas, la boca chorreando sobre el mentón. Arremangando un gesto con la boca guardó el cigarrillo.
Este tipo sufrió un montón – dijo Nicolás – debe de haber estado mucho tiempo agonizando, es así Ferreira, un día estamos otro día no estamos
Esa es una forma de pensar muy al límite – dijo el oficial – si me permite el disenso agente
Bienvenido sea el disenso, puede ser que tenga razón; pero mírelo a este tipo, todo el cuerpo achicharrado por algún psicópata depravado, que era este tipo
Instalador de aires acondicionados
Se da cuenta, qué relación puede tener un instalador de aires acondicionados con la muerte, con el crimen, pobre tipo
El oficial frunció la boca y asintió con la cabeza
No hay nada que hacerle, para qué un dios, para qué una filosofía de vida, para que una rígida disciplina, si el mundo está libre ahí afuera, está libre con todos sus caprichos, sus palos en las ruedas, sus cambios de ánimo, sus gambetas, sus caños, su ilimitada capacidad para desdibujar lo que planeamos
El oficial volvió a fruncir la cara y a asentir con la cabeza, pero, en realidad, había perdido un poco el hilo de la conversación.
No hay mucho para hacer, por más que queramos las cosas pasan, y no pasan porque Dios lo quiere, por el destino, porque hicimos las cosas mal o las cosas bien. En que cabeza entra Ferreira, en que cabeza entra que el destino, que Dios nos juega una mala pasada – preguntó Nicolás con vehemencia
El oficial se encogió de hombros. Apoyó las espalda contra el tapial.
Dígame, no es normal que en un lugar donde hay viento, donde hay agua, donde hay insectos, animales, gravedad, electricidad, las cosas se mueven, la gente piensa, elige, se confunde, envejece, nacen niños, en un lugar donde hay virus y bacterias, no es normal que en un lugar así pasen cosas, cosas como que a un depravado insensato se le ocurra acribillar de esta manera a un instalador de aires acondicionados
Si…sería normal, pero no entiendo cual es su punto
El punto es que el hombre es, somos, unos malditos antropocentristas, que dios, que el destino, que el inconsciente colectivo, la sociología, la psicología de masas, esto, lo otro, mendengue, cachengue, a todo le buscamos una explicación, nos creemos dueños de la verdad, no solo dueños, creemos que nos podemos siquiera acercar a la verdad. Las cosas pasan porque pasan Ferreira y listo, que tanto especular
Pero el hombre busca explicación a las cosas para no equivocarse, para hacer las cosas mejor, para vivir mejor, si me permite el disenso agente – el oficial sacó un cigarrillo, lo colocó en la boca y lo encendió, esta vez Nicolás no le dijo nada, solo lo previno de arrojar ceniza sobre el cadáver
Dígame Ferreira, usted es feliz
El oficial movió la cabeza en un gesto de indecisión, casi de confusión
Yo creo que la gente tiene tiempo para ser infeliz. La gente antes vivía treinta años, trabajaban como monos, se agarraban un resfrío y se les perforaban los pulmones, se clavaban una espina en el pie y le amputaban la pierna. Ahora la gente vive setenta, ochenta años, tiene vacaciones, tiene derechos del trabajador, derechos del ciudadano, derechos del niño, derecho a expresarse, a opinar, a pensar, un resfrío es un pequeño chiste, casi como lo es una tuberculosis, o una sífilis. Que hace la gente los fines de semana, lee el diario, en el diario salen artículos “el stress y los vínculos familiares” “haga dieta comiendo carne y huevos fritos” “la anorexia y la televisión” “los ataques de pánico en el siglo XXI” “te de mondongo, una infusión curativa”, entiende Ferreira, disparadores, agitadores, estas cosas que se ha puesto de moda, que la gente lee, mira por televisión, le permiten tener argumentos para darse manija, para darle rosca a la rosca y pensar, pensar, pensar ¿para ser mejor? Pindonga, pindonga Ferreira, la gente piensa porque le gusta, le gusta pensar y hacerse problemas, hablar al pedo, le da placer hacer girar la rosca de la zabiola, del marote, porque tiene tiempo, tiene vacaciones, fines de semana, derechos del trabajador que le permiten ir al baño, fumarse un cigarrillo, dicho sea de paso, no me convida otro cigarrillo
Tiene derechos del ciudadano que le permiten tener limites en su horario de trabajo, de actividades y después la gente puede rascarse el higo tranquilamente en su casa. Usted conoce algún Somalí con ataques de pánico, escuchó que los incas tenían anorexia o que los Quilmes tenían stress cuando caminaron de Tucumán a Buenos Aires. Nacemos de un hoyo más pequeño que nuestra cabeza, eso es stress, nacer es stress, aprender a caminar a los porrazos es stress. El stress es parte de la vida del ser humano, puede hacer baños de inmersión, nadar en aguas termales, viajar al caribe que arrastrará con el la tensión de estar vivo, el dolor, la angustia de estar vivo…
Disculpe que lo interrumpa, pero habla como si ignorara, o quisiera ignorar algunos temas, como si le estuviese buscando una solución simplista a algunos problemas, inclusive suena un poco… Facho… me parece que el hecho de que la gente tenga o sepa de sus derechos no es malo…
Nicolás tragó saliva, volvió a rascarse la cabeza, ahora casi con violencia, como si el tema lo apasionara al punto de la exasperación.
No, no me parece malos que existan los derechos, los privilegios constitucionales, creo que de alguna u otra forma promueven la libertad, la paz, la justicia, aunque en realidad el mas libre, el que mejor disfruta de la paz, de la justicia es el infeliz intrascendente, pero eso es otro tema, de cualquier manera los derechos no son el centro de mis opinión, si no el hecho de que el hombre ha mejorado su calidad de vida, su expectativa de vida y eso ha ocasionado el surgimiento de una nueva ola de inconvenientes, de problemas, que no puedo evitar pensarlos como caprichos, no de las personas a nivel individual, sino caprichos sociales, de la sociedad entera.
El oficial frunció el entrecejo, las mejillas. Movió la cabeza de un lado al otro.
Nicolás relajó su cara, movió los brazos hacia delante en gestos de explicación y dijo - lo que quiero decir es que la gente en su afán de ser feliz, a transformado la búsqueda de la felicidad en un martirio en si mismo, el hombre debería resignarse, en realidad no resignarse, aceptar la angustia de existir ¿Qué hora es?
La dos y veinticinco
Ya está, hemos hecho el tiempo suficiente, ya cumplimos, salgamos de acá, asegúrese que vengan los peritos y el fotógrafo, como siempre, y dígale al médico que vea si no puede sacar algún dato de la orina, este tipo parece ser inatrapable. Ferreira, le dejo mi número de teléfono, cualquier cosa me llama, ha sido un placer hablar con usted.
Sorprendido por el gesto, el oficial aceptó el papel donde estaba anotado el número, no dijo nada. Nicolás se alejó quejándose por los yuyos y las ortigas, caminando sobre sus propias huellas; como uno camina sobre los quilombos que arma, piensa Nicolás cuando observa sus zapatos hundirse en las marcas donde se habían hundido antes.
Mira hacia el cielo, unas líneas de humo cortan el celeste. Hay palomas en las ventanas de los galpones y la calle está sucia, los cordones. Trabajadores de gamulanes azules, verdes, se sientan en las veredas, beben refrescos, comen sándwiches. En el aire hay olor a pescado, hacia el final de la calle se ven los muelles del puerto, algunas embarcaciones.
Nicolás pasa entre los oficiales apostados en los autos sin saludar. Camina mirando el piso, con los pelos enmarañados, entreverándose por la brisa; como se entreviera su camisa que cuelga por fuera del pantalón. Llega a la esquina, se sube a su Fairlain gris y desaparece en el horizonte del barrio portuario. En su radio escucha unos temas de Polaco Goyeneche.
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