Carta # 1
Ana tiene una mirada tan tierna que enamora. Sus ojos pequeños son tan agudos que inevitablemente provocan huirles, para después escapar mirándole los labios, delgados y rosas. Luego se antoja besarlos. Tiene el don de la inteligencia y la sensibilidad, es crítica y rompe con el convencionalismo de su entorno. A la desconfianza generada por tantos golpes de amor no queda otra opción que escribirle. Qué mejor homenaje que sus ojos con lágrimas al borde una vez que leyó las siguientes líneas:
Dos adolescentes
Seremos dos adolescentes. Nuestras arrugas serán las espinillas y nos miraremos en el espejo para preguntar al aire si llevamos puesta la ropa conveniente. Nuestras manos se harán sudar una a otra y platicaremos para soñar que cuando seamos adultos seremos solitarios y nuestra soledad será el pretexto para encontrarnos.
Tú serás psicóloga y penetrarás en historias inconfesables para conocer pasiones ajenas y, cual Diosa, decirles cómo ser menos infelices. Yo querré ser un periodista dedicado a desfacer entuertos. Desde la computadora cambiaré al mundo después de destrozarlo y alzaré mi pecho sintiéndome en la historia.
Al terminar la jornada de trabajo, tus pacientes volverán a sus casas en busca de la vida que frente a ti despecharon. Yo saldré a la calle, en donde la realidad será la misma que encontré al escribir la primera línea.
Entonces nos encontraremos en un café e imaginaremos que somos dos adolescentes, porque ser adulto es poco trascendente.
Haremos el amor como si hubiera culpa, como fruto prohibido, como si creyéramos en el pecado. No vamos a reflexionar sobre el erotismo freudiano ni aludiremos a la lucha de clases. Tampoco pensaremos en la epistemología. Ni tú interpretarás mis representaciones psíquicas ni yo haré un análisis semiológico con las palabras pronunciadas durante un orgasmo.
No, haremos el amor como si fuera clandestino, como si temiéramos que nuestros padres se enteraran, como si planeáramos irnos a confesar y decírselo al cura para sentirnos felices al verlo encabronado.
Volveremos a encontrarnos y comentaremos que cuando seamos adultos contaremos cómo nos pitorreamos de los sentimientos de culpa de nuestra era adolescente, pero que estaremos solos y seremos desconfiados en el amor.
Imaginaremos que un día nos hicimos pareja y yo te escribía una carta con todo lo que hemos vivido. Leerás, entonces, estas líneas y podrás exclamar lo mismo "¡qué interesante!", "¡qué lindo"! o "¡no mames!", pero agarrarás la onda y soltarás una carcajada, me darás un abrazo y yo empezaré a acariciarte.
Los que nos vean, comentarán: mira a aquella parejita de adultos, ¡qué cursis, parecen adolescentes!".
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