Cinturón de Castidad

- ¡Carajo! Ya llevo buen rato y este pendejo nomás no puede con la madrola ésta.
Sonia, a pesar de su queja interna, sin embargo, no parece enfadada. De pie, con las piernas abiertas, mira dominante a Rafael. Lo tiene de rodillas y se siente una diosa. Ella le acaricia el cabello mientras él pasea sus dedos por las piernas de seda, blancas, perfumadas con Channel y sudor, de una Sonia que arde.
Dicen que los cinturones de castidad fueron inventados en la Edad Media, que los caballeros se iban a las cruzadas y dejaban a sus mujeres con un calzón de metal y un candado que sellaba la vagina. ¡Chale, qué chinga!
Mientras Rafael le sigue haciendo la lucha al mecanismo electrónico, besa los muslos de la pelirroja y ella se estremece. Ambos están bañados de sal, húmedos por dentro y por fuera.
Luego los cinturones de castidad se hicieron más efectivos, según el reportaje de Osmond Spencer, un autor inglés iconoclasta que anda promoviendo la desaparición de esta prenda. De los candados pasaron a la cerradura casi plana. Entonces cambió hasta la moda. Aquellos vestidotes hampones que ocultaban el bulto del candado dejaron su lugar a prendas más ajustadas que mostraban esos vientres chatos que generaban nuevas fantasías.
Pero el control cambió del señor feudal a otros machos dominantes: sólo los papás, cuando somos niñas, y los maridos, cuando nos casamos, tienen la llave. Pero para eso están los sanchos, los reyes de la cerradura y los sistemas, los que tan sólo de decirnos al oído que pueden abrir su cinturón se nos moja ahí donde les platiqué.
- Cálmate, güerita, no te sulfures, ya mero abro esta madre.
- Apúrate, papacito, que no tengo tu tiempo.
Siglos después inventaron la combinación. Son padres esos cinturones. Una le busca y le busca y luego resulta que es la fecha de nacimiento del abuelo o de la mamá. Basta indagar el cumpleaños de la mami para que se conozca la clave. ¡Qué faltos de imaginación!
Es chido conocer a expertos en abrir cinturones. Las mujeres ardemos y entre más la hacen de emoción más nos excitamos.
Con el desarrollo de la tecnología llegaron los tiempos de los microchips, de los botones con clave, de los dispositivos electrónicos. Pero para todo hay ingenio. Los hackers del sexo también hacen de las suyas.
Y es que no saben lo sabroso que se siente cuando una se puede quitar el cinturón en la intimidad. El aire fresco se cuela por la entrepierna, como si una ráfaga acariciara la vagina y el clítoris. Se siente a toda madre que un galán le quite a una el cinturón, pero también es rico aprender a quitárselo a escondidas y gozar del placer de lo prohibido. Si mi mami se enterara me correría de la casa, aunque yo creo que ella también, de chavala, lo hacía.
-Ay, mi amor, te estás tardando mucho, gordito, ¡se me van a quitar las ganas!
Con eso de los dispositivos electrónicos las cosas se han puesto más gruesas. Ahora el papá, la mamá o el marido programan su dedo pulgar y sólo que lo pasen por el registro de rayo láser se puede abrir.
Lo que no saben es que ya se descubrió cómo: se toma un objeto que tenga la huella digital y se manda hacer una réplica fotográfica. Cobran buena lana, pero vale la pena. Aquí se hace una alianza de dos: una consigue la huella y él paga la réplica.
- Ay, apúrate, que se me pasan las ganas, papito.
Leí que en Holanda el parlamento aprobó una ley que dice que el cinturón no es obligatorio. A mí me vale madres mientras haya quien lo sepa abrir, pues aquí en México éste y temas como el aborto o el matrimonio entre homosexuales no son debatidos porque la gente se espanta. ¡Qué mochos!
Chin, ya es muy tarde. Mi papá se va a enojar. Le dije que iba a hacer la tarea a casa de unas amigas.

- Pinche Sonia tan desesperada. ¡Nomás porque no pude abrir la cerradura de su cinturón de castidad me mandó a la chingada.