La tristeza embarga el alma como quien busca desesperado un sueño
Trepa por cualquier muro, se escurre y entra por donde ni siquiera lo imaginabas.
Abres la puerta y te sorprende. O eso le haces creer cuando momentos antes no hacías si no pensar en el momento exacto en el que giraste el pomo de la puerta.
Por eso quien te sonríe y te quiere no debe saberlo. No quieres ser culpable de que sus ojos se nublen por las lágrimas y que te insista en decirte que dejes de estar como estás
No debes
Eso no lo puedes concebir, no tienes razones y las patrañas se te acabaron. Los motivos para encontrarte así son tan diversos y al fin tan iguales como cada gente que ves caminando. Esa gente que tanto te fastidia.
La vida. ¿La vida? Estas dejando que se marche, que se evapore por cada uno de tus poros.
Y estás muriendo. Lo sabes.
Crees que tienes veneno en vez de sangre, y cada luna llena, o por cada nube gris que veas en el cielo, has deseado abrirte la piel y las venas para diluirlo con tus lágrimas. Con esas malditas lágrimas
Tus pasos te han dirigido al borde de la nada.
Al borde de ese abismo que te ha seducido noche tras noche. Que te ha seducido en medio del insomnio cuando te encuentras con un montonal de ideas pendiendo de un hilo imaginario frente a tus ojos, cuyos párpados se niegan a cerrar y empezar ese mítico viaje que tanto deseas a la tierra de los sueños. Del cual te gustaría ya no despertar.
El problema, como has comprendido, es que ni siquiera puedes llegar a él.
Por eso quieres saltar. Quieres por una vez en tu vida arriesgarte, dejar todo atrás y marcharte a un lugar al cual ya no puedan alcanzarte. Encontrarte. Quieres saltar.
Ya no le tienes miedo a la soledad, porque es parte de ti. Y leyendo Luna llena en las rocas, entendiste que de noche tus peores temores, todos los monstruos que te acechaban de pequeña ahora se han convertido en tus cómplices, te uniste a la jauría del terror, sin necesitar de antronaútica; en el rincón cerca del techo, que observas por las madrugadas, imaginando que tal vez con una cuchara puedas hacer un agujero y por fin! observar las estrellas.
Te sabes diferente, miras con desdén a la mujer que te desprecia, la mujer que te dedica sus mejores miradas de odio y sus estúpidas frases, las cuales después de herirte, hacen que sientas lástima por la poca cultura, el corto vocabulario y las causas perdidas.
No has encontrado aún la tan ansiada libertad, y ya no puedes volar porque con el paso del tiempo en esta mazmorra te has cortado las alas, pensando que no las necesitabas. Errores? Claro, todos podemos cometerlos, de distintos tamaños, por supuesto.
Como patética Cenicienta, o como un vampiro a la luz del sol, empiezas a olvidar como eran exactamente todos esos demonios con los cuales te sentiste tranquila. Y al olvidar, vuelve el miedo, un miedo malsano y terco, que vuelve casi siempre acompañado de esa tristeza ¿La recuerdas? Si, la misma a la que le abriste la puerta.
Tú no sabías que traería invitados. No sabías que venían tomados de la mano.
Es entonces, cuando te avergüenzas de todo lo que pensaste. De tus intentos de alcanzar algo solo para ti, algo que anhelas y que tanto entierras.
Lentamente se han ido reduciendo los destellos de esperanza que salían de tu alma. Son pocos, lo sabes, con pena y agobiada, pero lo sabes. Ya no puedes ocultarlos para que no te los roben, para que no se desvanezcan, y en medio de esos destellos te preguntas el porqué de tu situación, sin poder contestarte. Le das la última calada al Lucky que encendiste minutos atrás con la esperanza de consumirte igual.
Le abriste la puerta a tu enfermedad favorita: La Srita Tristeza.
Sorpresa. Lo que tampoco sabías, es que no eras tu quien le estaba abriendo esa puerta, más bien, ella te estaba recibiendo a ti.
Y que todos los hilos rojos que has marcado en tu piel, tal vez volverán.
No sabías que esas marcas serían recuerdos permanentes de ese dolor que sientes.
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