Cárcel de concreto,
espacio donde convergen
mil universos tuertos,
pero en crecimiento.
Un mundo de números,
letras, órganos y sentimientos,
de gritos y juegos,
de llantos y discordias.
Ese recinto entre
la madurez y el tiempo,
ese infierno que
recuerdan, con añoranza,
los que en el fueron seudo felices.
Como malabaristas intentamos continuar,
con mil libros en mano,
como contorsionistas
entre las neuronas ya muertas,
con cuadernos y un cansado cráneo.
Ese pandemonio, esa locura;
ese golpe de necesarias torturas,
el mundo reducido en instantes,
segundos perdidos esperando un timbre.
Pies agitándose en el aire,
sonidos de palabras incomprensibles;
personas enseñando,
cosas inútiles y obligatorias;
un lugar donde se aprende
a odiar,
a temer,
a sufrir
y llorar;
donde se obliga a ser normal.
Caminares distantes,
perdidos en la sombra llamada hogar,
en la farsa de concreto,
en la red de cristal.
Bocas reparten sabidurías vacías,
silencios se apoderan del aire,
lápices escurren y suena un reloj.
Se pasa el tiempo y por fin parece que todo acabó...
pero es solo la broma del destino,
un receso controlado,
todo continua...
todo hasta que llega el final.
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