El roce entre las sombras de los cerros y aquellos mismos, parecía grande, aunque insuficiente para perturbar el silencio, o evitar el deslizamiento del manto gris cerro abajo, como atraído por una fuerza en el fondo de la quebrada.
La luna, que había dormido plena sobre el valle, se desvaneció al sigilo cuando los primeros rayos de sol entraron a la trampa que les habían tendido las montañas hace ya tanto tiempo.
La imagen desde fuera era enternecedora: el valle cobraba vida segundo a segundo. Me tocó ver desde el fondo de la quebrada, sentado junto al espino, como el cono deslumbrante barría con los vestigios de la noche añeja, y teñía technicolor el mundo monocromo de la maldita noche en que por pensar en ti no pude dormirme. Con la llegada del sol, las nubes cobraron vida y se volvieron animales ampulosos que hacían de la soledad la mejor compañía. Los destellos del sol en las rocas al fondo del río seco, remedaban a los peces que alguna vez saltaron ahí, mientras a la orquesta de zorzales se le sumaban queltehues que completaron el cuadro musical, al ritmo del tintineo de las gotas de rocío en los espinos.
Cuando no pude compartir el valle contigo, la madrugada se volvió tenebrosa. El collage de montañas rocosas pegadas contra el cielo dejó a mi celular buscando red, así como cuando yo te buscaba entre las multitudes. La imagen desde dentro era tétrica: el valle se tragaba mi vida segundo a segundo. Sentado al fondo de la quebrada, los espinos se volvieron espinas; las nubes, nubes; los peces, piedras; el rocío, sudor de árbol. Entrampado en el relieve desleal, vi como el cono cegador barría con los restos de la única noche en que por no dormir, pude pensar en ti eternamente. No bien perdí la luna, que te podía buscar más allá de las montañas, me quedé pensando en cuando tú no estabas, y cuando yo no estuviera más. Después de un año de tregua, la soledad se volvió solitaria de nuevo, al tiempo que la luz saturaba de colores mi mundo dicotómico de cuando te tuve y cuando no. Ya resignado a no encontrarte entre las canciones horrorosas de las aves, decidí volver a mis asuntos. Dejé el lápiz y el celular, y volví a dormir, no sin antes haber reparado en cuan lamentable pudo haber sido todo este tiempo sin ti. Recordé cuando aún no te encontraba, cuando te buscaba por ahí sin saber quien eras, cuando anduve perdido y te hallé; sin premeditaciones, sin expectativas, sin señal.
|