La mujer de mis sueños se ha encarnado en una mujer de nombre Rosi. Pero esta vez el sueño no se ha quedado en sólo tal, sino que se ha convertido en latente realidad.
Nos conocimos de la manera que se estila en esta era cibernética: Por internet. Al contrario que yo, que ya soy un avezado en estas lides - a pesar que en materia amorosa no me ha ido para nada bien – ella era una absoluta neófita y hace sólo unos meses que había ingresado al mundillo este del chat. Ya desde el primer instante avizoré que ella no era siquiera remotamente parecida a nadie a quien yo hubiera conocido antes. De partida, tenía una meta más que clara; ella buscaba, a sus 40 años más que bien conservados – a pesar de su azarosa y triste vida – una pareja estable. Más que eso, un compañero y padre para su hijo(a), ya que su reloj biológico ya le señalaba que deseaba más que nada formar una familia. Y era estrictamente necesario vernos por cámara, para evitar potenciales sorpresas desagradables. Yo quedé sorprendido de su sinceridad y más gratamente sorprendido al señalarme ella que le era atractivo (jamás he sido ni cercano a un galán). Está demás decir que ella sí lo era, objetivamente hablando. Lo que más me cautivó fueron esos dos luceros que lleva por ojos, a la vez capaces de transmitir tristeza y sensualidad.
Pues bien, yo me animé a corresponderle en esa sinceridad y ser igual de transparente. Entramos en una confianza mutua que se fue incrementando con el paso del tiempo, hasta convertirnos en grandes confidentes. Fue ella la primera que tomó la iniciativa en tal aspecto, contándome un gran secreto que la ha martirizado noche y día. Ante tal confesión, a pesar de no sentir reproche alguno hacia ella, me sentí en la obligación de quedar en igualdad de condiciones, confesándole a la vez un secreto mío. Sucedió como resultado algo que me imaginaba. Mi secreto resultó ser más difícil de digerir por parte de ella y por momentos pensé que todo se venía abajo. Pero no fue así y todo regresó al cauce por el que iba.
Un segundo punto importantísimo era que para ella podía existir atracción a través de un contacto como el que llevábamos, como de hecho la existía. Pero de allí a hablar de enamorarse era no ser consecuentes con la sinceridad que nos caracterizaba. Para saber si podríamos funcionar como eventual pareja era imperativo conocerse personalmente y comprobar in situ si existía química y compatibilidad. Para ella, eso se debe dar instantáneamente o por lo menos estar cerca de ello. Habría que mencionar a estas alturas un importantísimo detalle. Ella es española y vive en Gran Canaria y yo soy chileno y resido en Madrid. Pero esto no fue impedimento para decidir quedar y la fecha elegida fue el día 22 de noviembre. Le compré el pasaje – era que no – a través de internet, una total novedad para ella. Tuve la suerte de encontrar además un buen precio.
Pues bien, la belleza que aprecié a través de la cámara se incrementó con creces, a tal grado que mi reacción fue una mezcla de sorpresa mayúscula y miedo a la vez, pues me dije que me encontraba ante algo muy grande. Sin embargo, su reacción al verme fue inversamente proporcional a la mía, sobre todo en su mirada. De todos modos, estaba en mis cálculos.
Esos primeros momentos en el metro de camino a casa sirvieron para liberar un poco las tensiones, sobre todo para mí, que realmente lo necesitaba, pensando en lo que se venía: esa noche y la siguiente dormiríamos juntos, pues a pesar de todo ambos lo queríamos.
Llegó ese esperado momento y comenzó el instante más importante de toda la noche: nuestra charla de reconocimiento mutuo. Conversamos y filosofamos, meditamos e inquirimos el uno del otro, en fin. Nos dimos a conocer en toda plenitud. Pero NO hicimos el amor. Es más ni siquiera nos besamos. Ella se durmió primero, pero yo no pude imitarla en tal gesto hasta muy entrada la mañana. Fue como si me hubiera bebido una especie de bebida energética que me impidió conciliar el sueño. Aproveché tal situación para contemplarla, cual ángel, mientras dormía, a sólo unos centímetros de su rostro, respirando sobre el mío, exhalando su perfume. A sólo centímetros de caer en la tentación y enturbiar esta relación de amistad. Preferí, ante tal mágico momento, abstenerme de toda acción que pudiera caer en el facilismo. Me dije "Quizás mañana", aunque no muy convencido.
Seguimos compartiendo durante ese día. Fuimos a comer y a pasear por el centro de la ciudad y finalmente llegó la segunda noche en compañía de mi querida Rosi. Y lo que pensé que sería imposible sucedió: Esta noche superó totalmente en expectativas a la anterior, pues logré sentir cosas que jamás antes había experimentado ante una mujer; un respeto único, una enorme sensación de paz interior, una exaltación de la belleza femenina, etc. Y por supuesto, lo más importante: No hicimos el amor. Es más, ni siquiera la besé. Y puede sonar más increíble aún, pero la realidad es que ni siquiera me arrepiento en lo más mínimo de no haber intentado algo con ella, pues estoy seguro que el tiempo será mi mejor aliado.
Ella sabe que jamás encontró ni encontrará a alguien que le diga las palabras que le he dicho, que la haga sentir como yo la he hecho sentir, que la valore como yo y aspiro, en un futuro no tan lejano, a que ella me llegue a querer como yo la quiero.
Chicos, ¿Compartirían lecho con la mujer de tus sueños sin hacer el amor? |