Un cerdito caminaba distraídamente por el supermercado. Por la expresión en su rostro, se notaba que estaba feliz. De pronto, una vaca se cruzó en su camino. Tan distraído iba el cerdito que chocó a la vaca con tal violencia, que ésta cayó tendida de espaldas. Al cerdito le faltaron pezuñas para ayudar a la vaca a ponerse nuevamente de pie. Al parecer, la vaca también estaba de muy buen humor, porque en todo el trance no paró jamás de sonreír. Al ver el accidente, se acercó un elefante qué, muy serio, se dedicó a poner un poco de orden. Reprendió al cerdito con enérgicas señas de sus redondas manos, mientras agitaba su cabeza y su trompa en señal de desaprobación. Como eran especies diferentes no hablaban el mismo idioma, por lo que se hacían entender entre ellos sólo con pantomimas. Al parecer la vaca no estaba tan contenta como parecía, pues con una pata en la cintura y la otra apuntando recriminatoriamente al cerdito, parecía acusarlo como el causante del pequeño accidente. Después de algunos minutos de silenciosa pero acalorada trifulca, los tres animales parecieron llegar a un acuerdo. Entrelazaron sus brazos y se dirigieron hacia las cajas bailando y saltando.
- Mamá, ¿Por qué van tan contentos los animales hacia las cajas? - pregunté - Si un cerdo distraído te empujara, tu no te quedarías tan tranquila.
- No, hijo - me respondió -. Como abogada que soy, probablemente lo demandaría por una considerable suma de dinero y lo pondría algunos días en la cárcel para que se le quite lo distraído. Pero al parecer las vacas son mucho mas comprensivas que yo, corazón.

Al cabo de un rato, mi mamá terminó de hacer las compras. Después de pagar, divisé al elefante conversando animadamente con la vaca. Pero algo andaba mal:
- ¡Mira mamá! Parece que la vaca no era tan comprensiva.
Muy asustado, le indiqué a mi madre el lugar en el suelo donde reposaba la cabeza sin vida del cerdito distraído.
- Tienes razón - me dijo mi madre -. Al parecer, la ley de los animales es mucho más severa que la de nosotros. Mira que cortarle la cabeza a un cerdo por un pequeño accidente. Me parece una exageración.
Pasé lo más alejado que pude de la cabeza del cerdito, que al parecer seguía sonriendo despreocupadamente. Empezaba a preguntarme dónde estaría el resto del cuerpo, cuando entrando al supermercado venía un hombre enfundado en el cuerpo del difunto animal.
- Mamá, ¿será eso parte del castigo?
- Probablemente.
No me quedaba claro si el castigo sería para el hombre o para el cerdito, así que me acerqué a preguntar.
- Señor, ¿hizo usted algo malo que tiene que ponerse el cuerpo de un cerdito muerto?
- No, niño - me respondió el hombre muy enojado -. Me disfrazo así para ganarme el pan. Soportar a los niños preguntones y estúpidos es sólo parte del trabajo.
Me alejé, apenado. Si nosotros viviéramos según la ley de los animales, este señor perdería mucho más que su cabeza. No le dije nada a mi mamá. Creo que la cárcel también es mucho castigo para él.