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Con tu puedo...Cap 9
El sombrero

A las cinco y media de la mañana Alamiro ya estaba perforando la costra de caliche para colocar la pólvora. Los cargadores llenan los sacos con las palas calicheras y los alzan sobre sus hombros para descargarlos en los vagones. Matasapos y herramienteros hacen su labor. Los perforistas a las nueve o nueve y media ya tienen lista la superficie que van a remover, en unos minutos vendrá la explosión y de nuevo a cargar sobre los hombros los sacos de mineral.

Esa mañana se había acercado el capataz de pampa, hombre que a caballo recorre todos los puntos de explotación; preguntó al capataz del rajo por Alamiro y este se lo mostró, el capataz de pampa movió su cabeza, miró al joven y se fue.

A eso de las nueve y cuarto, otro jinete llegó al rajo. Era el jefe de los guardias de la compañía, de nombre Ramiro, de unos treinta y cinco años. Es quien coloca a los mineros en los cepos, quien hace y deshace en la Oficina. Se detuvo al borde del rajo y gritó.

—¡Alamiro Araya!

Los barrenadores detuvieron la faena, Alamiro se levantó y dijo. Yo soy.

—¡Acércate hombre!

Con calma, Alamiro se acercó al guardia, que no desmontó.

—Diga.

La voz del minero no suena débil ni temerosa.

—¡El sombrero!
—¿Cómo dice?

—¡Dije, el sombrero!
—Lo uso para el sol.

—¡Digo que cuando te hable tenís que sacarte el sombrero!
—¿Por qué señor?

—Por que soy el jefe de la guardia y ustedes me deben respeto.
—Señor, si estuviese en un sitio cerrado me quitaría el sombrero aunque me hablase mis compañeros de labores, pero acá en la pampa no me lo voy a quitar, porque lo uso para taparme el sol.

—¡Mierda, tenís que respetarme.
—Todo el respeto que usted se merece señor, pero bajo el sol no me quitaré el sombrero. ¿Me va a decir algo, señor Ramiro?

Alamiro mira directamente a los ojos del guardia y los deja fijos sin siquiera pestañear.
Ramiro está a punto de levantar el látigo que usa para castigar a la bestia o a algún minero, sólo porque sí. En eso estaba cuando se acercó el capataz del rajo.

—¿Qué ocurre Ramiro?
—Este huevón del Alamiro que no se quita el sombrero para hablar conmigo.

—Sí ¿Pero a qué viniste Ramiro?, No creo que a mirar como se quita el sombrero.
—Eloy, don Fernando quiere hablar esta tarde con este huevón, que se vaya una hora antes dice el Administrador.

—Eso me lo podías haber dicho a mí, ya que yo debo autorizar a Alamiro a que se vaya antes
—Sí, pero yo lo quería conocer.

—Ramiro
—Diga

—Esta tarde conversaremos en las oficinas, así que sería bueno me espere cerca de la de Don Fernando. ¡Hasta la tarde Ramiro!
Niños ¿Están preparados todos los cañones?
—Todos listos para detonarlos – Grita un minero

—Alamiro.
—Sí, Don Eloy.

—Vaya y encienda el fuego, que estamos retrasados.
¡Atención! ¡Con fuego... Tiro grande! – Sonó clarito cuando Alamiro encendió la mecha lenta, los mineros y ayudantes corrieron para estar lo más lejos posible en el instante de la explosión. Ramiro azotó su caballo y se fue a galope tendido.

Cuando están al abrigo de la explosión, Eloy, ingeniero jefe de faena se acerca a Alamiro.

—Mal enemigo te has buscado.
—Don Eloy, desperté con el genio atravesado, pero, aún cuando hubiese estado de buena no me iba a quitar el sombrero ante un personaje como el Ramiro.

—El administrador, Don Fernando Gómez quiere hablar contigo a las seis, así que te vas a las
cuatro para que llegues a tiempo, pero, no te vas a ir solo. Te enviaré con uno de los herramienteros, debe llevar algunas herramientas a la fragua así que aprovecharé.
—Gracias señor.

—Cuídate niño – con eso el jefe terminó su dialogo con Alamiro y comenzó a caminar hacia el lugar de la explosión. Alamiro y el resto mascando su bolo de coca también caminan hacia la labor: Unos a seguir perforando, los niños a moler mineral y los hombres a llenar sacos. Pasado el medio día, el capataz le grita a Alamiro que se vaya, llama a Nicanor, el niño que reemplazó a Manuel.

—Nicanor.
—Sí señor.

—Prepara la mula con las herramientas para que las lleves a la maestranza, los barrenos requieren temple. Le dices al de la fragua y que estén para mañana cuando vengas a la faena
—¿Y después que hago señor?

—Nada niño. Luego te vas a tu casa y descansa.
—Gracias señor Eloy – Dice con alegría el niño.

—Apura niño, para que te vayas con Alamiro.

Niño y hombre caminaron los kilómetros que hay entre el rajo y el campamento.

—Nicanor.
—¿Qué quieres Alamiro?

—¿Sabes leer y escribir?
—NO, no sé Alamiro.

—¿Cuándo vas a aprender?
—¿Para qué voy a aprender? Mejor descanso y juego con mis amigos.

—Hum, si, tienes razón, es mejor estar con los amigos que metido en un libro, ¿Sabes?
—¿Qué cosa Alamiro?

—¿Cómo sabes que lo que compras en la pulpería es lo que dice el papel?

El niño se quita la chupalla y se rasca la cabeza, mira al suelo y patea algunos terrones grandes.

—Bueno, creo que el pulpero no roba.

—¿Y si te roba? Porque con la mayoría lo hace.
—Oye Alamiro, mira, yo soy duro de mollera, mi amá me lo dice cada tarde, no sé fíjate, no sé si sirve saber o para qué sirva, en la faena no hay nada que leer, basta saber entender los gritos del capataz y también saber hacer el bolo con coca y fumarse un cigarrillo, es lo que me sirve a mí.

—Hasta hace unas semanas, me pasaba lo mismo que a ti, cuando comencé a conversar con Arsenio y me fue explicando lo importante que es saber, entonces empecé a tratar de leer, y me ha servido, puedo saber las cuentas que me hacen y descubrir otras cosas. Así que mi compañero, le voy a invitar a que vaya los martes al teatro y te enseñarán. Estamos.
—¿Y si no voy?

—Si te dijera que voy a tu casa o donde estés, te agarro de una oreja y te llevo ¿Me creerías?
—Fuiiiu, Alamiro, si es como cuando te vimos contestarle al Ramiro, parece que no tengo otra.

—Y cuando hayan explosiones, me esperas que yo vaya primero y luego vas tú. ¿Está claro?
—Shuta, si compañero, está claro y no me tendrá que buscar para aprender.

La charla fue de eso y de niñas, hasta que finalmente llegaron al campamento, cada uno a su responsabilidad. El niño a la maestranza a entregar las herramientas, quedándose con el maestro Luis, al que ayudó a girar el molino que da aire a la fragua. El maestro fue templando cada herramienta, de paso enseñando al niño a conocer los colores del hierro cuando se calienta al rojo y en qué instante se debe meter el acero al agua o al aceite para endurecerlo. El niño, absorbe todo, tal como la pampa cuando al cielo se le ocurre llorar, de seguro ya pronto el muchacho será un buen herrero.

Alamiro se dirige a su casa, se lava y va donde la Julita a almorzar, de paso le pide le planchen la ropa, todos saben que debe ir con el administrador.

A la hora exacta, llega a la oficina, allí está el maestro Juvencio, ambos tal como si fuese domingo de Filarmónica, zapatos brillantes, peinados y con sus trajes.

—¿A usted también le llamaron?
—Usted tenía razón, ya sabían que yo soy el presidente de la Filarmónica. ¿Cómo lo habrán sabido?

—Hay un pajarito que le gusta cantar por estos lados.
—¿Quién?

El maestro Juvencio, le dio una mirada a Alamiro y nada le dijo, el joven entendió, fueron. Llamados a la oficina de Don Fernando, que los espera de pie, ambos se quedan parados frente al jefe. En la oficina está Ramiro que mira con un odio a Alamiro, este no le baja la vista en ningún instante. El administrador pide a Ramiro se retire diciéndole que continuarán la charla una vez acabada la conversación con los señores de la Filarmónica. El guardia sale dando golpes en las botas con su látigo.

—Asiento señores.
—Gracias

—Con usted, maestro Juvencio, habían conversado hace un par de días por lo del casamiento de mi hija.
—Así es, Don Fernando.

La oficina, es de gusto espartano, sólo un escritorio de madera, una silla para el ocupante y tres para las visitas. Los tres asientos firmes pero sin tapiz, incomodas. En una de las paredes, un gran mapa pende de un clavo, es un mapa de la región y en él, marcado con líneas rojas los límites de la Oficina; en su interior, con alfileres de color, los puntos de explotación.

—A usted le hice llamar para conocerlo Don Alamiro, ya que según sé es el nuevo presidente de la Filarmónica.
—Sí, señor desde ayer.

—Don Juvencio ¿Le contó a los artistas de mi petición?
—Sí señor, ya todos lo saben.

—¿Y presentarán la obra en primer lugar en el casorio?
—Si, señor, ese día estará lista, lo único malo es que tenemos algunos problemas, Alamiro también es parte de la compañía de teatro don Fernando.

—¿Alamiro, qué problema tienen?
—Señor, por lo que nos decía el director, para esa fecha tendremos todo listo menos el vestuario. Nuestros recursos no nos alcanzan para comprar el vestuario de toda la compañía, tenemos toda la voluntad, pero usted entenderá que se vería feo al protagonista principal el Marqués de Montero actuando con los pantalones encayapados y con un frac que brilla de antiguo.

—¿Y qué quieren entonces?
—A lo mejor la administración podría comprar el vestuario en Iquique – Dice Alamiro

—¿Usted no se está aprovechando de la situación don Alamiro?
—Para nada señor, podemos presentar la obra con los trajes que tenemos ahora.

—Se reirían mucho los invitados que vienen de Santiago e Iquique y algunos que llegan desde Inglaterra, voy a pensarlo.
—Gracias señor.

El administrador, mide a ambos trabajadores, no son malos trabajadores, nunca se les ha visto borrachos, estos son los peores –medita

—Juvencio, les agradezco hayan venido con buena disposición. Díganle al contador que viaje con alguien a Iquique a comprar lo que haga falta para la obra y que el día de la presentación salga como Dios manda.
Alamiro Araya.
—Sí, señor

Nada, váyanse.

—Señor Gómez, me permite – Alamiro se ha quedado parado frente a la puerta.
—Dígame.

—Dicen que en otras Oficinas han construido plazas y se ve algo verde, dicen que las han construido con la tierra que traen los barcos desde otros países, a lo mejor usted podría algún día construir una, la gente extraña el verde.
—Algún día, sí.

Al salir de la oficina, ambos trabajadores se encontraron a boca de jarro con Eloy, el ingeniero jefe de Alamiro.

—¿Le fue bien Alamiro?
—Mejor de lo que pensábamos, señor.

—Alamiro, Mañana tempranito en la faena y vaya acompañado, no es bueno caminar tantos kilómetros en soledad; usted es amigo del herramientero, páselo a buscar.
—Gracias por el consejo, señor.

Al salir se volvieron a encontrar con Ramiro quien entra a la oficina del Administrador, mirando con más odio a Alamiro. Ingresaron juntos Ingeniero y guardia.

—Buenas tardes, Don Fernando.
—Buenas Hombre. ¿Qué ocurre?

—Señor, hoy se produjo un pequeño incidente entre Ramiro y Alamiro.
—Lo sé, ese obrero que no quiso quitarse el sombrero, mala señal esa, Eloy.

—No sé señor si buena o mala señal, pero, en la faena el jefe soy yo, a mi se me ha contratado para hacer producir las calicheras, y es lo que hago.
—Eloy así es, pero se requiere respeto de los obreros.

—Yo prefiero, haya más producción por jornada a qué alguien se quite o no un sombrero. El joven ese, Alamiro, es uno de los mejores en su trabajo, pudiese decir el mejor, cada tiro que él prepara es de la mejor calidad, me hace ahorrar un quinto de explosivo por tiro. No sé como lo hace, pero pareciera que huele la vena de salitre y en esa dirección hace detonar la pólvora, nadie se le compara, ahora, lo podemos despedir por su falta de respeto. ¿Lo despido señor?
—No es para tanto, pero que no vuelva a ocurrir. El hombre es orgulloso, Ramiro, vigílelo pero de lejos, no quiero una huelga acá en este instante ya que hay solicitud de un embarque grande, hay que producir mucho y cualquier atisbo de paralización hay que terminarlo antes, así que dejemos esta cosa hasta ahí. ¡Está claro Ramiro!
—Sí señor.

—Don Fernando
—Dígame.

—Quisiera que cuando se requiera a algún trabajador de la faena, se dirijan a mí y no al trabajador, mire que trabajo con explosivo y otro accidente como el del Mañungo sería fatal.
—O sea que el guardia no le dijo a usted primero.

—No, señor.
—Ok. Vaya tranquilo Eloy. Ramiro quédese otro minuto.

Curiche
Marzo 5, 2007


Texto agregado el 05-03-2007, y leído por 239 visitantes. (14 votos)


Lectores Opinan
06-05-2007 Este Alamiro ya nos esta envolviendo con su liderazgo, el tema de la soberbia sigue tan latente entre nosotros que aun hay muchos Ramiros por ahi deambulando kuthelia
12-04-2007 Todo un señor este Alamiro, siempre digno y altivo, como debe ser...un capítulo muy entretenido. sigo.. Arianna
28-03-2007 Sigue creciendo en respeto y confianza el perfil de Alamiro, como también el reconocimiento por su trabajo certero. El personaje tiene " muy buen puesto " su sombrero, su mirada es segura, no lo intimida la prepotencia del jefe de los guardias, Ramiro, hasta ahora, solo su mente proyecta los cambios, no teme, más que nada su dignidad no es pisoteada. Muy buenos los diálogos, los personajes se perciben con mucha claridad: Ramiro, Eloy, don Fernando Gómez y el niño Nicanor. Mis cinco estrellas. Ignacia
23-03-2007 Cuando hablamos del temperamento humano, tenemos que decir que hay diferentes tipos. El el campo de la psicología, el temperamento es la combinación que heredamos de nuestros padres. Es el dentro de la persona el que hace que sea abierta y extrovertida o timida e introvertida. En el caso de Alamiro se puede ver claramente el temperamento de un gran lider. Ecuanime, muy templado y con mucho valor (algo que debe tener el lider por sobre todas las cosas). Ramiro es el tipico polo opuesto, tratando de gritar creen que van a intimidar o amedrentar. Tremenda la forma como llevas esta historia, cada vez me haces ver con claridad que estamos frente a un TREMENDO LIDER. Seguiré en la ruta... FELICITACIONES!!. ***** bohemio5
12-03-2007 Formidable ese encuentro entre Alamiro y ese capataz prepotente, el incidente del sombrero es muy simbólico. Me gustan mucho los diálogos, esa forma de dar a entender las cosas sin nombrarlas, esa manera de comprenderse a medias palabras. Me saco el sombrero ante tu maestría! loretopaz
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