Meditaba esa mañana sobre su vida confusa, sobre el no tener rumbo ni perseguir algún sueño, sentía como su vida corría entre soledad y aturdirse, pasar de una euforia nocturna a la depresión matinal al llegar de regreso a su hogar.
Intentaba luego ordenar sus sentidos y sin convicción al trabajo iba a transcurrir las horas largas, monótonas y grises, a contemplar a Susana, que lo tenía intrigado, le gustaba esa muchacha pero había algo en ella que no podía descifrar, así hasta la noche en que de nuevo al llegar a su casa lo asaltaba la depresión.
Así el tiempo pasaba sin matices, aburrido, la misma rutina siempre, el mismo hastío también, hasta que un martes al salir, lo hizo junto a Susana, la invitó a tomar algo y para su sorpresa ella asintió sin dudarlo, fueron al bar de la esquina, conversaron naderías hasta que al rato decidieron retirarse, al salir rodeo su cintura con su brazo que ella aceptó inmutable, te acompaño a tu casa, dijo él, ella asintió y tomaron el ómnibus en la esquina, llegaron en media hora, caminaron hasta la puerta, y para su sorpresa al ella abrirla, lo invitó a pasar.
Ya adentro le agradó el ambiente en que vivía Susana, la miró intensamente y ella se ruborizó apenas, se acercó lentamente, la abrazó con pasión, buscó su boca y mordió con fuerza sus labios húmedos, sintió su lengua tibia, sintió su cuerpo temblando, fue quitando su blusa y ella su cinturón, lo que entonces sucedió cambió su vida por siempre, hicieron el amor hasta quedar inmóviles, sudorosos y felices, había encontrado por fin un motivo por vivir.
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