A corazón abierto
Era el día perfecto. Todo estaba dispuesto. Hasta yo. Tomé una daga élfica y me abrí el pecho. Aguanté sin anestesia mientras del hueco emergían los líquidos pertinentes. Parecía una acuarela en sus tonalidades, de blanca a verde, de verde a azul, de azul a rojo y de rojo hasta negro, y así volvía a empezar con mil combinaciones, desde las hermosas hasta más espeluznantes. Miraba en el espejo, frente a mí, el reflejo del carnoso elemento, temerosa de ajarlo y destruirlo definitivamente. Por fuera se veía golpeado; si fuera una autopsia dirían que tuve una vida bastante agitada en cuanto a penas se refiere.
Si he de ver qué hay dentro y entender un poco, lo tengo que abrir, no hay otra forma. Me tiembla la mano, me suda, tengo miedo de lo que encuentre dentro. Sería demente pensar que podés abrirte el corazón y no impresionarte un poco al menos.
Me impacta la rigidez del pericardio, empeñado en no dejarme seguir adelante. Tal vez piensa que es mejor dejar todo como está. Quien ignora no peca, creerá. Llegué a la carne de mi alma y sin pensarlo mucho la abrí en dos, pero, ¡qué imbécil!, dejé los lentes lejos, y no puedo más que tratar de ver lo que hay allí entre las borrosas imágenes que percibo. ¿A quién se le ocurre operar sin lentes? ¿Será por eso que necesito esto? ¿Será que sólo a mí me ocurren estas cosas?
A seguir. Ya está hecho. Ahora, a mirar bien y ver qué hay. ¡Qué extraño! No sabía que el corazón se dividía en dos, ¿O será sólo el mío? Uno derecho, uno izquierdo. Y hay dos latidos, uno sordo, el otro agudo. ¿Seré normal o una rareza digna de estudio? Desde acá todo se ve en orden, es una biblioteca limpia y ordenada, los libros están perfectamente rotulados, cada cual con su nombre, cada uno según su función. Recorrer un poco no haría mal.
Sección infantil, no hay mucho que recuerde de lo que hay, pero una pequeña nota escrita con letra de adulta me devuelve a ese tiempo: “Te quiero hasta el cielo ida y vuelta, infinitas veces. Papá”. Pensar que hoy ya no nos decimos esas cosas, pero es bueno recordar que alguna vez lo hicimos.
Sección juvenil: “El diario de Ana Frank”, lo recuerdo porque así me sentía, aunque deseaba ser Josephine March o Laura Ingals, pero encontré “Nunca más” y no puedo evitar pensar, ¡Por Dios, que nunca más!
Esa época transcurrió entre la historia de las guerras mundiales, la Revolución de Mayo y otras mil batallas, y cada una como si yo misma las hubiera librado en la soledad de mi mente y de mi alma. Sobreviví con dignidad. Eso merece una mención especial. Entre las páginas hay algunos zorros como los del Principito, que se transformaron en amigos, y de más está decir que lo seguimos siendo. Época plagada de fantasmas donde yo era una rareza más, cual Salvador Gaviota. Aunque si he de ser sincera, nunca volé, aunque a mi alrededor muchos volaron y se estrellaron contra las rocas de la orilla y ahí murieron, y murieron, y murieron.
Kafka me mira, y en su metamorfosis me envuelve y nos senti-mos uno, pero yo prefiero llevar una vida y una muerte más humanas, así que me alejo del recuerdo sombrío de ese tiempo.
Está todo ordenado, pero hay un hueco en la biblioteca y, aunque generalmente pudiera obviarlo, en honor a que quería saber qué estaba mal tengo que revisar los legajos y ver que falta.
Acá está, lo encontré. Lo que faltaba debería inquietarme, pero no es así. Tal vez esa parte nunca estuvo cubierta o me he acostumbrado ya a aquella falta ¿Cuál es esa carencia? Podría decírtelo, pero no. Yo lo sé y, después de todo, uno debe vivir la vida que le toca sin vueltas ni excusas. No te enojes, abrí mi corazón para ver qué había, pero que estuvieras conmigo fue sólo casualidad, o tal vez no.
Debo cerrar. Pero esperá, acá tengo unos jazmines y unas rosas. Le van a dar mejor aspecto al lugar, no porque tenga el corazón muerto y lo esté velando (no te rías, o sí, ya no me importa). Es porque lo merece. Me ha sobrevivido, a pesar de todo. Sigue marcando su paso fiel, aunque más de una vez pensé que se había callado y me dejaba, o lo dejaba...
Yo pensé que era muy duro, pero es tan blando que parece derretirse entre mis dedos. Debo cerrarlo pronto o cualquiera podría descubrir mis secretos y acaso saber que sigo siendo humana, hija, hermana, madre, esposa, amiga, persona. Esas cosa que antes creía tan distintas, y a medida que pasa el tiempo descubro que son como son, sin receta ni anestesia.
Lo cerré con un hilo invisible de locura y misterio. No quedó tan mal, teniendo en cuenta que no soy cirujana.
¿Sabés?, me gustaría que esto quedara entre vos y yo. No sé si los demás entienden que a una se le dé por abrirse el pecho y el cora-zón para mirar adentro.
Si he de ser sincera, mentí un poco. Por supuesto que hay cosas que pueden mejorarse y hasta cambiar (no soy perfecta). Pero temo que si aumento la presión, el corazón colapsará. Así que de a poco (te prometo) lo voy a ir cuidando para que cada vez esté más sano y, si se puede, más abierto (figurativamente hablando), por supuesto.
Gracias por asistirme en silencio, y no burlarte. No es fácil hablar como te hablé, a corazón abierto.
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