No puedo dormir, estoy cansado. Llevo acostado horas en esta cama y nada, a penas cierro los ojos vuelve a empezar todo. La música no me ayuda, el silencio mucho menos, la lectura me aburre, pero no lo suficiente. No es insomnio, es algo distinto, una especie de tentempié mental que perfora mi cabeza con sus gruesas y pesadas garras evitando que vuelva a ese maravilloso país, el de las maravillas. Esos rostros que desde mis paredes me observan se me antojan extraños, inertes, con una vitalidad oscura, casi maligna. Vigilan mi ayuno de sueño con actitud digna del régimen militar. Pero estos rostros no son los que evitan mi descanso, es algo más, es una suerte de calambre cerebral, una gotera que no deja de sonar en mis oídos, con un sonido dulcemente doloroso. No es un aullido, no es un suspiro, no es una sierra de cadena, es más ruidoso, más suave, más excitante, más profundo, más letal. Es una historia, un cuento de hadas sin inicio fantástico ni final feliz, solo un nudo en la garganta y un desenlace inconcluso. Es la narración de mis penas, que, como el tiempo, se repiten en mi sien, mil veces. Es la recreación sonora del más gráfico de los instantes, de las eternidades. Fue amor, es dolor, nunca será olvido. No tiene fin, no tuvo inicio, no es nada, lo cual lo hace peligroso. Es una voz, es la voz de la verdad, es la más grande falacia del universo, solo dice lo mismo una y otra vez. Solo fue creada para que nunca me dejara olvidar mis errores (como si necesitara ayuda), para que siempre recordara el sentido de Dios. Y solo dice una palabra, pero no puedo decirla, ya es tarde, tengo que dormir.