RECUERDOS

El pequeño Ehécatl y su abuelo Atemoztli estaban sentados en unas sillas viejas afuera de su casa.
—¡Abuelo! Mira, se aproximan muchas nubes y todas son muy oscuras.
—No te preocupes Ehécatl, las nubes que se aproximan son sólo un adiv. Antes de que empiece a llover nos metemos a la casa.
—Abuelo, ¿qué es un adiv…?—preguntó Ehécatl.
—Está bien, te contaré la historia de por qué le llamo así a esta clase de lluvias. Cuando era infante me gustaba ir a jugar a los cerros del pueblo en el que crecí. Ese pueblo seguía mucho las tradiciones de los ancestros. En él habitaban los indígenas, ellos eran dueños del pueblo. Después fueron despojados de sus tierras.
Fue una mañana—continuó el abuelo— cuando en el cielo se dibujaban nubes oscuras como las que hoy ves que se aproximan. En esa mañana, como las demás, salimos de la casa y nos dirigimos al cerro.
Ya en la cima de la montaña los demás niños y yo jugábamos gustosos. Pero de un momento a otro empezaron a caer gotas del cielo que chocaban contra nuestros rostros felices. Después se empezaron a oír truenos, salían luces azules y en ocasiones amarillas. De inmediato todos gritamos: ¡Está lloviendo, vamonos a nuestras casas!. Pero no nos fuimos; decidimos quedarnos a jugar bajo la lluvia.
—¡Abuelo! Aún no me dices que es un adiv—insistía impaciente el pequeño Ehécatl.
—¿Sabes? Nosotros inventamos la palabra adiv para llamar a esa experiencia tan hermosa, para no olvidar el juego bajo las lágrimas del cielo.
Desde entonces, cada vez que llueve recuerdo aquel bello momento. Parecíamos semillas bañadas por la lluvia, parecía que nos regaba para terminar siendo unos frondosos árboles.
—¡Abuelo! Ya empieza a llover, hay que meternos a la casa—dijo Ehécatl.
Entonces, el viejo y el pequeño, entraron a la casa.

Eliseo Guillén