1. LA HISTORIA DE UN COMIENZO
En un mundo aparte, paralelo al conocido, había un lugar en el que habitaban los dioses en perfecta armonía. Había bosques inmensos, espesos y verdes, en los que habitaba la diosa de los árboles, Diana. Diana era una bella dama con unos cabellos tan largos que desaparecían entre los ramajes que de ella salían convirtiéndola en una mujer-laurel, con una preciosa corona de color verde esmeralda coronando su frente. Reinaba en los bosques con sus dos hijas, Rosa, la mayor de ellas era la diosa de las flores, siempre sonriente, vestida con gigantescos pétalos de flores y con el pelo recogido en dos enormes moños dorados que salían como un par de rayos de luz. Indicando su poder celestial, en su frente yacía un precioso talismán de color rosa. Su hermana era Dulcinea, diosa de todo lo dulce, que parecía un estilizado arbusto con brazos, cabeza y cuerpo, toda ella recubierta de dulces y suculentos frutos. De su cabeza surgían dos ramajes que seguramente cubrirían su pelo y, como todas, en su frente tenía una baya de cristal.
Había enormes lagos y mares poblando el lugar dirigidos también por diversos dioses. Sabrina era la diosa del agua, con forma de sirena y pelo sumamente largo. En lugar de dos brazos tenia un par de aletas que manejaba muy hábilmente, su apariencia le hacía mucho más joven de lo que en realidad era, y poseía una corona en su frente de color azul y con una preciosa esfera de rubí en su centro. Su única hija era Úrsula, diosa de las burbujas, en apariencia una niña, pero en su interior una adolescente, con cuerpo de sirena. Al contrario que su madre, ésta poseía brazos, su talismán no estaba en su frente, sino en su cuello y en él había una enorme perla en forma de burbuja. Sabrina no tenía más hijas, pero vivía feliz junto al dios del hielo Waty, con forma de pez de cristal.
En una montaña que surgía del inmenso mar, es donde dormían los dioses del cielo, aunque la mayoría de ellos se pasaban el día completo volando. La diosa del viento, Cristal, era una de las más hermosas diosas, y tan rápida que solo se podía ver su hermosa cara y un precioso pelo que cubría lo poco que se podía observar de su figura. En su frente tenía una corona, en forma de un par de alas, de color azul. Dieciseis eran los dioses del mundo en aquel entonces, y todos los dioses adultos tenían su corona, todos menos Heaven, la Diosa Suprema. No había pretendientes para ella salvo Bakal, el dios de la ambición y el poder.
Un día, la diosa Heaven se vio obligada a casarse con él para que su descendencia heredara el poder de Diosa Suprema, cuando ella faltara. Finalmente, se casó con Bakal y tuvo a dos hijas: Minina, el felino oscuro, la diosa del mal; y a Unipuma la diosa de la justicia subjetiva. Su rivalidad entre hermanas era tal que comenzaron a hacer uso de sus poderes sobrenaturales para acabar la una con la otra. Fue por aquellos tiempos cuando llegó a su mundo un arma tremendamente poderosa: el ser humano. Las primeras dinastías de unas tribus que tendrían una gran influencia en el destino del mundo.
Unipuma cerró el paso a la tribu de Minina, para que el poder que sus tribus le suministraban quedara muy por debajo de sus posibilidades. Esta guerra destruyó de tal manera su propio mundo, que de los dieciocho dioses solo quedaron ellas dos, desterradas en un elevado monte, alejadas de sus respectivas tribus y sin el poder suficiente para poder escapar, y fue entonces cuando la vida de los humanos comenzó a pasar normalmente, ¿o no?
El Bosque Ciego, un bosque lleno de animales extraños y de grandes bestias y abundantemente frondoso, tanto que la tribu que allí habitaba tenía cerrado el paso al exterior por completo, ya que los árboles tardaban pocas horas en reconstruir cada parte cortada de su tronco. En su interior habitaban las tribus Sikas, unas tribus que vivían prácticamente en la completa oscuridad, allí se veneraba a la diosa Minina. El feminismo radical de su diosa influyó profundamente en estas tribus, hasta el punto en el que se convirtió en un ritual el que, a los 17 años los hombres debían realizar el acto carnal con las mujeres y éstas tras quedarse embarazadas debían asesinar al joven con el que habían realizado el acto carnal, creando así una tribu de mujeres y niños, en la que no existían los varones adultos.
En un gran claro muy fértil, habitaban las tribus Nanditas, poseían grandes terrenos y la mejor hierba. Tenían el mismo ritual Siko: de jóvenes asesinaban a los chicos después de hacer el acto sexual con ellos. En ésta tribu se veneraba a la diosa Unipuma.
En las tribus Nanditas, cuando la Reina Miranda sólo tenía 17 años y tenía que celebrar la tradicional ceremonia, conoció a un joven educado para ser el padre de los hijos de la Reina. Miranda entró en una habitación y se puso las ropas tradicionales, el joven se acercó sigilosamente y le acarició todo el cuerpo, se desnudó y la agarró fuertemente por la espalda y empezó a practicar el sexo con ella. Mientras le abrazaba, Miranda cogió un puñal dorado, y justo después del momento en que él concluyó su cometido, ella le rasgó la espalda de lado a lado con el puñal. El joven se sobresaltó e intentó huir, sangrando por la espalda, mientras que la princesa relamía a disgusto la sangre del puñal como marcaba el ritual y, acercándose serenamente hacia el rincón donde él estaba, comenzó a clavarle una serie de puñaladas muy rápidamente hasta que lo mató. Ocho meses y trece días más tarde la reina Miranda dio a luz a un varón. Miranda, enamorada de lo que había traído al mundo, no iba a permitir que se lo arrebataran en 17 años. Así que, justo después del parto, la reina mandó asesinar a todas aquellas mujeres que le habían ayudado a dar a luz y que, por tanto, habían visto nacer al niño. Después, Miranda cogió a su bebé, todavía mugriento del parto, le ató de pies y manos y le cortó los genitales. Semanas más tarde, cuando la herida dejó de ser evidente, salió en público y le contó a todo su pueblo que había dado a luz a una hembra descendiente de diosas, y que por lo tanto, debía permanecer virgen por siempre, le bautizó como Shalía.
Así pasaron cuatro años, y en las tribus Sikas, la princesa María cumplía ya sus 17. Era el último día del año, y sus sirvientas la estaban preparando para acudir a misa. Sólo se asistía una vez al año, pues todo lo sagrado estaba prohibido, ya que había una gran superstición por la desgracia ocurrida a aquella tribu por obra de los dioses. El templo no era muy grande, era de tamaño circular y construido en madera. En el centro reinaba la luz de una gran hoguera que rodeaba la figura dorada de un majestuoso gato. Encima de la figura había una plataforma colgando del techo con un tablero encima. En la plataforma, una sacerdotisa parecía ocupada. María sabía qué estaba haciendo, ya hacía años que asistía a aquellas misas. En el techo había una pequeña placa metálica con una rendija minúscula que dejaba pasar la escasa luz. La luz del sol cada año tenía una inclinación distinta, de minúscula diferencia, pero la suficiente como para marcar en aquel tablero qué páginas de qué libro estaban permitidas para la lectura. La sacerdotisa bajó de la plataforma y al acercarse a la biblioteca cogió un libro. Volvió a subir a la plataforma y pidiendo silencio comenzó a leer:
“Cuando sean encontradas las diosas cautivas en los alrededores de este mundo, aquella persona que las encuentre será convertida, sea quien y como sea, en diosa suprema y dueña de todo el poder”
En ese momento, la sacerdotisa dejó de leer y bajó a por otro libro, lo abrió allí mismo. Las misas Sikas tenían siempre una parte teórica, en la que se leía una oración sagrada, una parte práctica, la hora del ritual y una última parte de interpretación. La sacerdotisa salió del templo y volvió con un gato negro en sus manos. Subió a la plataforma y delante de toda la gente, le arrancó un ojo al gato mientras éste estaba aún vivo. El gato comenzó a gritar y a sangrar. La sacerdotisa lanzó el gato al fuego. Cogió una aguja con un hilo, y atravesó con ella el ojo mientras murmuraba extrañas palabras. En el instante, una intensa luz salió del ojo desintegrando por completo a la sacerdotisa sin dejar rastro alguno de ella. Sin que nadie se inquietara ni apenara por la muerte de la sacerdotisa, otra mujer, que al parecer acababa de ser ascendida de rango, cogió el libro y se apoyó en él.
- Éste es el Ojo de Minina, un arma muy poderosa que nos abrirá camino hacia el mundo exterior. En cuanto salgamos, podríamos usarlo para acabar con las Nanditas, pero no lo haremos así, pues los dioses nos muestran otro camino. En cuanto salgamos, comenzaremos la búsqueda de las diosas, y cuando una de nosotras se convierta en diosa suprema, entonces nadie, ni las Nanditas, ni los Bakals, ni ninguno de los pueblos existentes al otro lado del bosque, serán capaces de hacernos sombra. Su majestad, la reina Aurora, ha predispuesto que sea su propia hija la que se convierta en diosa, así que esta misma noche se celebrará una fiesta en honor a la princesa María, futura diosa suprema- dijo la nueva sacerdotisa. María se acercó a Aurora, su madre.
- ¿Tú ya lo sabías? – le dijo.
- Las cuestiones religiosas son demasiado complicadas para ti, cuando seas reina, o quizás incluso diosa, lo comprenderás mejor. - dijo Aurora
- ¿Pero me vas a dejar marchar así, sin más? ¿Marina podrá venir conmigo? - dijo María.
- No, y no te preocupes. No te pasará nada si vas protegida con el Ojo de Minina, ya viste su poder -dijo Aurora
- ¿Y si me pasa a mí lo mismo que a ella? - dijo María pensando en la sacerdotisa que acababa de desintegrarse.
- No te pasará. Corre a palacio, debes prepararte para la fiesta que se celebrará en tu honor. - dijo Aurora.
Esa noche estaba muy ambientada. Aquella noche además, las mujeres debían consumar el acto con los jóvenes ya adolescentes. Las antorchas decoraban todo el lugar y varias mujeres tocaban música y cantaban, otras bailaban y bebían, algunos chicos también estaban bailando. Y allí lo conoció, era el chico más atractivo que jamás había visto, y notaba vibrar todo su cuerpo cuando él estaba cerca. Bailaron un rato juntos, hasta que ella le abrazó y, cogidos de la cintura, pensó que él sería la mejor persona que jamás podría conocer, no podía dejarle morir. En un momento de inseguridades y dudas María le dijo que saliera corriendo y que le esperara en el bosque, advirtiéndole del futuro que le esperaba si pasaba esa noche en la tribu. Él, aterrorizado por lo que le acababan de revelar, le hizo caso y huyó, ahora ya sabía por qué no había hombres adultos en su ciudad.
Aquella noche, María no tenia el valor suficiente de estar con otro hombre, así que, en cuanto el chico que habían elegido para ella, un joven pelirrojo y atlético, entró en su habitación y se lanzó ansioso de carne sobre ella, María cogió un cuchillo y se lo clavó en el pecho, y acto seguido salió corriendo mientras lloraba.
A la mañana siguiente, la princesa María partió muy temprano de palacio hacia el Bosque Ciego, ésta vez podrían atravesar el frondoso bosque, ya que contaban con la ayuda del Ojo de Minina que, según la sacerdotisa había leído, simbolizaba el vínculo eterno del propietario con la diosa. Tenía un aspecto sangriento, pero la fe que tenía María en Minina hacía de él un arma poderosísima, capaz de causar una muerte sin retorno. Pero no eran los árboles y las bestias del camino lo que le movió a salir tan temprano, solo le importaba encontrar a ese joven que, al parecer, había desaparecido.
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