Se detienen en uno de esos pintorescos puestos de venta de zumo de fruta que tienen servicio al coche. Ella aceptó su invitación, de todas maneras no tenía nada que hacer y había que desviarse muy poco de la ruta que la llevaría a su casa. Además, la compañía le resultaba agradable, acababan de terminar un partido de tenis y no tenían porqué irse a casa enseguida. Él pone algo de música, el volumen está bajo, la conversación en todo caso no permite concentrarse en la melodía, ninguno le presta atención. Pasados pocos minutos, sin que fuese del todo predecible, el silencio terminó imponiéndose justo desde el momento en que él la acerca hacía sí sin que hubiese resistencia alguna por parte de ella. Se escucha entonces la música. A siete mil kilómetros de distancia él se pregunta si ella ha mantenido la promesa durante todo este tiempo, si mantiene la fortaleza necesaria para esperarle como él lo ha hecho. Planea llamarla mañana, lo de siempre, tratando de recordar a que hora le dijo que iba a jugar tenis esta vez.

En el coche estacionado al frente del puesto de venta de zumo de fruta ya no se escucha música, nadie habla, hay manos ocupadas.