El baño de la mujer
Su baño es como todos, práctico, funcional, privado, íntimo, y además, aseado. No es que me importe cómo son las habitaciones o la cocina de las casas, ni que tenga fijaciones o me haya quedado pegado en la etapa anal. Es decir, soy un hombre normal en lo que a baños se refiere y una vez que explique mis razones, verán que no es algo personal.
Sin duda los lectores hombres empatizarán conmigo, pues cada mujer ve en el baño la posibilidad de darle identidad a ese lugar íntimo, colocando para ello pequeñas caracolas, canastitos con flores secas, velas, inciensarios, lunas y estrellas de toda gama de colores y materiales, sin contar con todo el surtido de cosméticos, estuches y cepillos. Para ello no encuentran mejor lugar que sobre la tapa del estanque del inodoro. Pero tal colección de artefactos no puede ir simplemente sobre la loza fría del estanque. No. Ahí es donde más se esmeran ellas, en elegir cuidadosamente una funda, ojalá en colores pastel, lilas o violetas, y lleno de vuelos y blondas como decorado de torta. Lo ideal es que esa funda esté acolchada, de modo que cada objeto quede eternamente inestable. Pero hasta ahí es solamente un aspecto estético. Lo grave es el conjunto, pues la funda de la tapa del estanque debe hacer juego con la funda de la tapa del inodoro, obviamente, también llena de vuelos y ondas y debidamente acolchada. Y ahí comienza el drama del hombre que ingresa a ese baño, más aún si es la primera vez, la primera visita, pues con tanta insistencia cultural respecto a que los hombres no levantamos el asiento para orinar, estamos atentos a no dejar escurrir una sola gota de orín fuera de la taza.
Pero en estos baños, al levantar la tapa y el asiento, inevitablemente ambos rebotan en la masa de colchas y vuelos y caen nuevamente a la taza. Si el hombre no estaba prevenido, ya arruinó la primera visita con un chorrito de orina sobre la funda de la tapa. Si logró contenerse ante el ataque acolchado, deberá con una mano sujetar las tapas del inodoro y con la otra sostener el miembro y dirigir el chorro. Y esto de dirigir el chorro no es meramente un asunto lúdico, es un largo aprendizaje que viene de la infancia, pues si se deja caer el chorro sobre el agua de la taza, además de generar un inconfundible sonido, podría enviar salpicaduras al piso, donde siempre hay un pequeño tapete del mismo color de las fundas.
Hasta ahí todo es soportable, nadie nos ve en semejante postura y de hecho nos interesa agraciar a la dueña del baño.
Lo físicamente imposible, lo indigno, se produce si llegas a querer orinar teniendo una erección. No basta que sujetes las tapas con una mano y con la otra comandes la maniobra. Por leyes físicas, la orina al salir del miembro erecto tiende a describir una parábola cuyo final está justamente en la tapa del inodoro que sostienes. Si no estas advertido, hasta ahí llegó tu preocupación y deberás secar tapa y piso con papel. Si aún controlas el envío, deberás necesariamente alejarte de la taza e ir acercándote progresivamente hasta que el chorro disminuya. La otra alternativa que exige práctica, es inclinarte casi levitando sobre la taza en una diagonal imposible, forzando al muchacho, niño o como lo llames, a apuntar a la taza sin la ayuda de las manos.
Es importante tener en consideración que sólo si la erección es “leve” intentes someterlo a formar un antinatural ángulo recto, ninguna mujer, tapete ni funda vale el dolor que se siente.
Finalmente, si llegas al baño procedente de un ambiente calefaccionado, o abandonaste el lecho semidesnudo para orinar, cuidado con la fatalidad, pues sin saber cómo ni de dónde, un escalofrío te recorrerá de la cabeza a los pies y al llegar al desprevenido surtidor, éste desplegará un arcoiris de orina que decorará la cortina de la ducha, el tapete, caracolas, flores secas y la dichosa funda de la tapa del inodoro.
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