El Hijo de la Gran Perra en estos momentos duerme. Entonces, me acerco en puntillas y con alevosía le jalo violentamente las cobijas para sobresaltarlo. En algún momento preciso, cuando se lleve la cuchara a la boca, le mostraré mi peor texto para horrorizarlo y tomado de sorpresa, derramará la sopa en sus pantalones, si es que los usa.

Así, a cada momento, me apareceré de repente en las esquinas para asustarlo, le mesaré los cabellos, le cerraré el agua cuando se encuentre jabonado en la ducha, le cortaré los cables de su computador, le haré cosquillas en la planta de sus pies y por último, buscaré su improbable fisonomía, ya que pareciera no tenerla y le gritaré con ganas:
¡Que poca cosa eres perrito, que no te atreves a colocar un par de letras bajo mis textos para exteriorizar tu opinión! Y dicho esto, le daré un coscorrón y una patada en el trasero, estipendios justos y acertados para una alimaña como él. Aprovechando la ocasión, saludaré a su progenitora…