Dedicado a todas las personas que quiero y que amo,
y a mi vida, plena de inmensa felicidad gracias a todas ellas.
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Cierro los ojos. Los mantengo bien apretados.
- “Duérmete, venga, duérmete” me digo. “Debes descansar. Mañana tienes mil cosas que solucionar. Venga, duerme, relájate…”.
Vueltas, vueltas, y más vueltas. - “Basta”.
- “No, definitivamente, no puedo…”.
Hoy me siento especialmente inquieta. No sé qué tengo. No ha sido un día singularmente duro… lo normal.
- “No sé, tengo un mal presentimiento… Sí, eso debe ser”.
Media vuelta, boca abajo, al otro lado,…
- “Nada. No puedo dormir”.
Siento una especie de soplo cálido tras mi oreja derecha, como una presencia sobre mi hombro, que se acerca desde atrás. Es una sensación que percibo de forma relativamente frecuente, y por ello, no le doy mayor importancia.
Sin embargo, esa noche, de forma súbita, algo se iluminó en mi interior. Presentí una revelación terrorífica que pareció detener el tiempo unos segundos. El pánico me recorría el cuerpo como aceite hirviendo, que sin llegar a abrasarme, me hacía sudar gotas de desasosiego. Me falta la respiración, el aire de aquella penumbra se volvió irrespirable. La espantosa verdad me engarrotó el cuerpo y los sentidos:
Mañana moriré.
-“¿Mañana? ¿Pero de dónde me saco yo estas ideas tan pesimistas y deprimentes con lo positiva que soy? No puede ser… no. ¿Yo? ¿A mí? No, es imposible… No puedo morir mañana, apenas he empezado a aprender a vivir…”.
Pero era evidente e indudable, fue una revelación de veracidad absoluta. Mi consciencia era plena y no había tiempo que perder en auto-compadecerse.
- “Mañana es mi último día en esta dimensión que llamamos vida”.
- “Esta sí que es gorda, madre mía, con la de cosas que me quedan por hacer. Mañana tenía cita con el notario. Debía recoger unos libros… ¿Y la multa? Joder… tendré que pagar el recargo”...
- “No me fastidies, ¿estás tonta? ¿Qué diablos te importa a ti un ridículo recargo, si la palmas en unas horas? Venga, no me jodas. Seguro se te ocurre algo mejor”…
- “Ya lo tengo,…sí. Debo apresurarme o moriré sin volver a vivir lo más importante… Mañana cojo el primer avión a mi tierra. Tengo que abrazar a mi madre y decirle lo afortunada que he sido por ser su hija y crecer bajo sus faldas. Mi mamá querida… qué hubiese sido de mí sin ella”...
- “Y a mi padre. A mi padre tengo que cubrirlo de besos por última vez… el pobre, ya está mayor. Y yo me muero mañana…”.
- “Y a mi hermana. A mi hermana del alma. Tengo que pedirle perdón y resarcirla por tantas peleas que tuvimos cuando niñas…”.
- “Y mi abuela, ay mi abuela, mi abuela linda. Está tan sola desde la muerte del abuelo, hace ya tantos años… Tengo que verla también…”.
- “Y a mi tía, mi adorable tía… y a mis primitas, tan inocentes… ¡Ay! y a mis amigos, siempre amigos desde la infancia… y…”…
- “Dios, apenas unas horas y debo amar por última vez a tanta gente…, agradecerle tantas cosas…”.
- “Ya no tengo tiempo de realizar el último viaje planeado junto al hombre de mi vida, ni nuestra infinidad de proyectos en común. Bueno, cambio de planes, cambio de rumbo. Cogeré su mano por última vez y volaremos juntos hasta la génesis de mi existencia, hacia el contexto básico de lo que hoy soy. No puedo vivir sin él, y menos mi último día. No, él vendrá conmigo. Ya no tengo tiempo para compartir con él todos nuestros sueños y esperanzas, ni para dedicarle todas las caricias pendientes, ni todo el amor que le reservaba. Pero mañana,… mañana le regalaré mi corazón en cada beso, mi alma en cada mirada y todo mi ser en cada sonrisa. Ya no veré crecer junto a él, a los hijos que nunca tendremos, ni a nuestros nietos,… que nunca nacerán. Pero mañana cumpliré mi promesa y mi deseo, que desde el momento que cogí su mano por vez primera, fue vivir amándolo hasta el último de mis días. Me desgarra las entrañas no haberlo vivido más, no haberlo amado todavía más, en todos estos años…”.
- “Basta de lamentaciones. Ahí lo tienes. Justo al otro lado de la cama. Abrázalo, venga, abrázalo, como nunca antes lo habías hecho. Ya no esperes un mañana. El mañana sólo existe hoy…”- me ordené con tono resolutivo.
Y… me pasé horas observándolo dormir. Admirando esa preciosa carita con los ojos vidriosos de la emoción. Pasando mi dedo índice desde su frente a la punta de su nariz. Rozando el lóbulo de su oreja. Peinando sus cabellos entre mis dedos. Susurrándole al oído la nana más hermosa que pude recordar… Él como siempre, complaciente, me sonreía y gemía tímidamente entre sueños.
- “Mi angelito tierno… nunca me cansé de admirarte. Nunca me cansé de amarte. Fue un placer adorarte,… nuestro tiempo nunca fue suficiente…”.
Los primeros rayos de sol sorprendieron nuestros cuerpos desnudos, y entrelazados como hiedra fresca.
Al despertar, me sentí relajada, descansada como nunca antes. Extendí los brazos en mi cama vacía y me impregné de la cálida luz de aquella estancia. Sólo me envolvía una inmensa paz y un extraordinario sosiego.
- “Pero… qué sueño tan real…” – pensé sin dejar de suspirar.
No, aquello no fue un simple sueño. Mucho menos un mal sueño.
El olor a café recién hecho y zumo de naranja se acercaba desde la cocina. Sonreí y acaricié mi vientre. Y sonreí aún más, y acaricié mi vientre. Y sonreí… La noche me enseñó a gozar al límite la fantasía de la vida, el amor a la vida, las ganas de vida y una vida nueva.
Y aquel sueño me dejó para siempre tatuado en el alma el sentimiento revelador que jamás olvidaré: moriré mañana. Tengo mucho por hacer. Cada día es mi última oportunidad. Mi tiempo, mi única sazón.
Me incorporé tranquila. Con la serenidad y quietud de quien se sabe más viva que nunca, de quien descubre, conoce y goza palmo a palmo el camino, de quien avanza firme y sin miedo, de quien carece de plomos en la conciencia u opresivos arrepentimientos, de quien afronta cada reto con la mayor ilusión, del emprendedor amante de la vida a quien siempre falta tiempo para colmar sus incontables inquietudes… de quien disfruta y exprime cada instante como si fuese la eternidad.
Su sonrisa bombardeó de dicha mi retina desde la puerta del cuarto, entreabierta:
- “¡¡¡Buenos días, buenos díííííías!!!”- me canturreó él como cada mañana.
Me abalancé a abrazarlo, extática de felicidad: “Amor, cancela todas las citas, hoy tenemos mucho que celebrar. Tenemos más vida que nunca”.
…
Aquella noche, mientras dormía, la luna se apresuró a iluminar sutilmente la sombra de mi lecho. Un espectro blanco azulado y luminoso, se acercó a besarme la sien con infinita ternura. La inefable sensación de paz e ingravidez, y la absoluta ausencia de dolor o mínima perturbación, me hizo suspirar profundamente, sonreír y entreabrir los ojos. Pude observar cómo aquella suave nube de luz, de contorno familiar, se alejaba a través del túnel de mis pupilas. Pero alcancé a susurrarle con la voz de mi alma:
“Gracias abuelo. Te quiero…, te quiero”.
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