En aquel lejano claroscuro paisaje sin tonalidad
nunca dominé la empedernida insistencia del corazón,
que acechó recuerdos llevándome
inconscientemente hasta ti.
Busqué perdido entre mis sueños,
pero jamás te encontré,
solo a mi corazón leyendo aquel escrito,
calmando así, por momentos,
el pensamiento de tu inexistencia.

Todas las cosas me atraviesan,
dejando solo la cosmopolita ausencia del pasado
consumado por el tiempo.

Recorrí cada lugar de mi memoria,
en el conformidable ocaso sobre la llanura del desierto
para comprender como seria tu corazón.
Entregando una mirada a la infinidad,
fui sumergiéndome en la idiosincrasia
del antiguamente llamado…AMOR.

Nada en el horizonte y en el cielo,
implorando torpemente al ensordecido espacio y,
al suplicio de la tempestad imperturbable
que solo obedecia al infinito.

Mi alrededor fue de oscuridad
de bruma, soledad
en el tumulto tempestuoso y ciego de la noche.

Mis manos se crisparon……se cerraron,
tomando al cerrarse….la nada.

Vientos, nubes, estrellas,
Todo fue inútil; qué hacer?

El cansancio y la desesperación,
se apoderaron de mi cuerpo,
fui dejándome llevar, entregándome al ensueño;
a las lúgubres profundidades de la oscuridad.

La mar es la inexorable noche,
en que la penalidad arroja a sus condenados.

La mar es la inmensa distancia.

El alma naufragando en este abismo,
podría convertirse en cadáver.

Su miserable presencia
no es más que un punto
en la inmensidad de la noche.

Alcé la vista cuando el viento sopló
sin poder divisar más que la lividez de las nubes,
solo la fragilidad de la noche cargada de hojas
que volaban, cantaban y,
se cernían por sobre los aires.

Entonces…….agonicé.