“LA ESCALA”
No vino a despertarme como siempre, se subió sobre la cama y me aplastó con su cuerpo entero, con su sedoso cuerpo, con su tierno cuerpo, con su apetitoso cuerpo. Me hice el muerto, como cuando floto sobre la piscina boca abajo.
--Ya no me engañas, cerdo, te voy a comer el cuello…
--¡AAAAAAAAaaaaahhhhhhhh!
-- Estas no son maneras de despertarme de la siesta, Viky, sabes que no he dormido apenas esta noche. Salía del taller a las 6 de la mañana. No tienes corazón, nena.
-- Cuando te enteres de la razón de por qué te despierto así…
-- ¿Qué ha pasado?—Dije al tiempo que la volteaba en la cama y quedaba bajo el peso de mi tronco erguido.
-- Han llamado del Ayuntamiento y te quieren hacer un encargo, Jorge. ¡¡¿No es maravilloso?!!
Balbuceé algo ininteligible y salté de la cama como si un resorte me hubiera despedido. Agarré el teléfono y pedí que me pusieran con Relaciones Externas del Consistorio.
Después de varios cambios de interlocutor, por fin me pasaron con el Concejal de Urbanismo.
-- “Hemos llegado al acuerdo en el último Pleno de encargarle a usted una escultura que realce la Plaza del Progreso, en la rotonda central. El costo de la obra no deberá sobrepasar los dos millones de euros. No hay más límites de nuestra parte para su ejecución, ni en el tema ni en nada en particular”.
Acepté el compromiso, pero lo más arduo venía a continuación… ¿Qué hacer?
¡Ideas, necesito ideas!
Mi mente, corazón y espíritu entraron en catalepsia. Bloqueados, acorchados, blandos, gelatinosos, no daban de sí.
Quedé mudo para el mundo, también para Viky, ella sabía que me convertía en cangrejo ermitaño.
Cené con poco apetito y me acosté pronto, tenía sueño a capazos.
No sé qué hora sería de la noche, creo que próxima al despertar. Una idea surgía brillante y nueva en las retinas de mi alma errática. Como piezas de un rompecabezas surgían las partes de la escultura con fluidez. No entendía nada, no veía significado alguno en aquellas imágenes, pero me complacían sobremanera, algo me decía que podría encontrarle una explicación más tarde.
Bajo un cielo diamantino se erigía altiva y rotunda, en medio del césped de una gran rotonda de la ciudad, una tuerca gigantesca de 8 metros de altura; brillante, octogonal, con la rosca interior en surcos espirales perfectos de un diámetro de 4 metros y cuyo grueso no superaba los 2 metros.
Una esfera de acero de 2 metros de diámetro giraba en el aire en el centro del espacio de la espiral de la rosca. Desde cualquier punto de vista, esa bola gigante no se sujetaba a nada, flotaba realmente.
Pero había más en el conjunto escultórico. Sí… Veía muchos paquetes de coches de desguace prensados, dispuestos de forma que parecían una escalera hacia la cima del octaedro, a cuyo nivel quedaba el último escalón de chatarra automovilística. La escala tenía ¼ de punto en su espiral incompleta.
No podía adivinar la clave de tal escultura, cuando veo, en el sueño, que se acerca gente a verla. Pasean por el césped rodeándola y mirando desde todos los ángulos. La admiran y siento ese placer íntimo de quien trasciende.
Hay una mujer con un niño de unos nueve o diez años. Da un respingo hacia atrás el niño y, asustado en extremo, señala a su madre con la mano un lugar en uno de los vehículos aplastados. La madre le pregunta, el niño no acierta a explicar pero sigue señalando.
Mi mirada de sonámbulo recorre la distancia que me separa del conjunto escultura-público y busca entre los hierros retorcidos algo que llame mi atención, que sea capaz de asustar tanto a un niño. No veo nada extraño pero no me conformo, me traslado a la visión del muchacho y miro a través de sus propios ojos, sólo entonces me sobresalto y mi asombro se torna espanto cuando, entre el amasijo, distingo un brazo con la mano aplastada y retorcida, el cuello mejilla y un ojo de una cabeza que asoma a medias entre el neumático oscuro y el paragolpes delantero de un peugeot 205. Sigo mirando con la visión infantil prestada y en cada paquete se pueden distinguir miembros y cabezas de hombres, mujeres y niños.
Salgo de esa maldita videncia y miro angustiado al resto de público. Nada, ellos siguen admirando mi obra. No ven lo que el chico, tampoco su madre.
Me separo de allí con la inquietud de no saber el mensaje ni por qué ve el niño los restos humanos.
Despierto sobresaltado y recuerdo todo el sueño, casi intacto.
Llamo a Viky que duerme a mi lado quien me escucha con paciencia maternal.
-- Viky, qué pedazo de sueño he tenido, nena. Tengo la idea, la imagen de la escultura, pero ahora, despierto he de encontrar las claves que encierra pues dormido no me ha sido posible.—Viky ha cerrado los ojos hace un rato y su respiración rítmica y profunda me dice que se ha vuelto a dormir-- ¡Dios mío, qué falta de sensibilidad hacia un momento tan mágico como el que acabo de vivir!
Para que flote en el aire, burlando la ley de la gravedad, esa bola de rodamiento gigante, colocaré electroimanes dentro de la gran tuerca, se sentirá tan atrapada dentro del orificio que ni el viento más fuerte la podrá sacar de ahí. Los coches empaquetados los conseguiré fácilmente en algún desguace y formaré la escala. “LA ESCALA”, ese es el título de la obra.
Una tuerca en cuyo centro flote la esfera brillante de acero pulido, inverosímil, atrevida, imponente, casi milagrosa, centro y punto de mira para un futuro más imaginativo y menos cruel con los elementos terrestres, origen y punto primero de una línea recta hacia la evolución en ingeniería.
Apoyándonos, peldaño a peldaño, en restos prensados de automóviles, que son los grandes representantes de la sociedad de consumo, llegamos a la cima, a la cumbre, al “non plus ultra” de la industria, la tuerca que sujeta piezas, une compuestos y aglutina motores. Desde allí existe otra panorámica más esperanzadora.
--¿Cómo interpretar los restos humanos vistos por el niño?
-- Por supuesto que no los pondré en la escultura, pero ¿qué mensaje me traen?
-- Comprendo. Son quienes me brindan estos escalones para llegar a otra atalaya. Ellos tuvieron que ser el paso intermedio entre los inicios de la industria y nuestros días. Ofrecieron su vida al progreso.
-- ¿Por qué sólo bajo la visión infantil? … Bueno, a eso no necesito responderme.
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