Con tu puedo...cap 6
El almuerzo
La noche caía con todo su esplendor nortino, la bóveda espacial está llena de estrellas. El frío también sé ha hecho presente, en poco caerá la camanchaca. Alamiro apura el tranco para entrar en calor, se dirige a la habitación que aún comparte con Atanasio y Jesús, los otros dos han emigrado a otras oficinas, uno porque le ofrecieron más salario y el otro a la siga una morena de ojos grandes y largo cabello.
Las palabras del maestro Juvencio, giran en su cerebro Alamiro, no guarde nada en la tierra. Pero si a nadie le he contado, un poco de pólvora a cada tiro no se nota
La charla con Juvencio le dejó con un mar de dudas. Desea llegar luego a su habitación y tirarse a dormir, su mente no deja de trabajar, no le deja en paz:
Ojalá me hayan guardado un vasito de aguardiente, con eso me entibiaré. El maestro Juvencio me dice que no haga tonteras, imagino que me intuye, por otro lado, he oído algunas conversas de pampinos, ellos hablan de responder a los capitalistas, que acumulan riqueza a costa de nuestras vidas, que el estado debe destruirse y que debe ser de manera drástica, que los obreros deben aplicar la Ley del Talión y responder de la misma forma en que les
golpean… A lo mejor tienen razón.
El otro día uno de ellos, de los que se hacen llamar anarquistas me invitó a irme con él a la Oficina San Lorenzo, la misma en donde se inició la huelga de 1907. Si no fuera por Marianita me cambio de trabajo.
El domingo almorzaré con la familia de la niña, voy a pedirle a la Julia de la cantina que me planche el traje. No entiendo por qué me invitan, nunca le he dicho nada a Marianita, sólo la miro en los ensayos, ni siquiera mi papel en la obra es de gran importancia ¿Será que la niña piensa en noviazgo? A Don José no lo puedo dejar con la invitación, algo me quiere decir, ¿será que me vio cuando Mariana me tomó la mano y me acompañó a dejar al niño Manuel?
—¿Queda algo de aguardiente? –preguntó Alamiro -
—Pero claro, para el amigo siempre hay –dice Atanasio -
Un vaso con aguardiente le pasa, la bebe de un trago, pasa la manga de la camisa por sus labios.
—Por Dios que está bueno, Atanasio este es de tu casa, huele y tiene el gusto a damascos, tu viejo todos los años destila alcohol de damasco. Que no te vayan a pillar compañero, que te echan.
—No te preocupís Alamiro, sólo lo tomamos entre los de la casa.
—Yo me acuesto ahorita, que mañana debo estar en pie a las cinco.
—Lo mismo que nosotros.
—Sí, pero, con esta cosa del teatro y de las clases para leer y escribir, me cansan hartazo.
—¿Y mirar a la niña Mariana?.
—Ya déjense de güeviar.
A las cinco de la madrugada, luego de prepararse un café salen de la “casa”. Enrumban a la faena, van con sus pantalones encayapados como le dicen a los pantalones parchados y la cota, camisa blanca hecha de tocuyo. Cada cual con su chaqueta puesta, a pesar que apenas salga el sol comenzará a quemar. Alamiro recuerda las charlas con su padre. Hijo hay que ponerse chaqueta a pesar del calor ya que uno sabe a la hora que sale pero nunca en donde va a pasar la noche.
En el rajo, comienza a perforar con la barrena más delgada, la que servirá de guía para las más anchas hasta llegar a una perforación de unos treinta centímetros de grosor, lo suficientemente profunda y ensanchada en el fondo para sacar la mayor cantidad de mineral.
Entre perforación y perforación, piensa en la muerte de Manuel, solamente les pagaron un mes extra y nada más por la pérdida de un hijo. ¿Tan poco vale la vida de un trabajador?
Algunas charlas con los amigos del teatro le carcomen el alma.
Tienen razón cuando dicen que el sistema es el malo y que hay que destruirlo desde los cimientos y construir una sociedad sin gobierno ya que estos sólo reprimen a los obreros y están al servicio de los más ricos.
Contrapone esos argumentos a los de Juvencia y del joven Arsenio.
Que hay que prepararse, debo aprender a leer bien y escribir y que la unidad y organización para golpear con fuerza.
Amo la bomba que estalla,
Porque la bomba que estalla,
Con su fragor de tormenta
Ha de vencer la metralla
En la refriega sangrienta
Bonita la poesía de Pesoa Veliz que recitaba el Facundo.
Tienen razón, sí, con un par de bombas no queda nada de la Administración. Trabajo con explosivos, y en el regimiento me enseñaron a disparar. No le voy a sacar el poto a la jeringa, una huelga y nos tomamos la administración. En la pulpería hay comida para muchos días, ¿Y después qué?
El domingo, Alamiro se levanta temprano, se da un baño, se afeita la barba y parte a la cantina donde desayunará y la Julita le tendrá su ropa limpia y planchada. Es una de las mujeres que trabajan allí, de carácter alegre, siempre bromeando con todos sin permitir que ninguno se acerque demasiado ya qué, en el puerto de Pisagua está el Alberto con quien tiene serios compromisos de casamiento; a Pisagua viaja una vez al mes a reunirse con su novio.
A las doce en punto, partió hacia la casa de su amada, no sabe lo que le espera, lleva en la mano una cesta. Al llegar toca la puerta de calamina, a esa hora han de estar en la parte trasera, en donde José Manuel ha hecho un anexo de madera y sacos, allí la temperatura es más baja. En el interior de la casa, no se puede estar. Los casi cincuenta grado la hacen un horno.
—Adelante Alamiro, mi viejo le espera en el patio.
—Gracias señora, le traje unas manzanas que me enviaron desde Illapel.
—Gracias, pase con confianza, en el patio está menos caluroso. Y la cazuela está muy buena.
Aún cuando es domingo, la costumbre se mantiene, a las doce, ni antes ni después, se almuerza. La mesa está puesta. Alamiro saluda a cada uno de los hijos. Mariana se ruboriza un poco cuando Alamiro le saluda, él también se coloca algo colorado, luego extiende su brazo para estrechar la mano del dueño de casa, quien está sentado a la cabecera de la mesa, inmediatamente a su derecha el hijo mayor, al lado de este hay un lugar, allí le indica que se siente.
Durante el almuerzo se habla del sur añorado, de la familia de Alamiro y de la de José, ambas son del mismo origen, llevan sus vidas entre la agricultura, la minería y la cría de cabras.
Miguel saca una botella de vino tinto, sirve en algunos vasos, menos a los niños y agradece a Alamiro por aceptar la invitación. Alamiro, a su vez, le da las gracias por recibirlo. Cuando acaba el almuerzo, los hijos salen disparados con distintos rumbos, cada uno con una manzana. José y Alamiro quedan solos, es como si hubiese habido un acuerdo. Alamiro se sienta más cerca de Miguel.
—Alamiro, viajamos en el mismo tren hasta acá.
—Si, somos de los que engañó en jutre.
—A ustedes, yo había trabajado en otras oficinas, me regresé a Illapel luego de lo de la Escuela Santa María, por esos días trabajaba en la oficina Rosario. La noche del veinte dormí en la casa de un compañero del puerto y es que en la Escuela no cabía un alfiler. Me escapé de la muerte, luego en la Oficina Rosario no aceptaron a ninguno de los huelguistas.
—Si, he oído de eso.
—Es la vida, nada más, pero se sacan lecciones.
—En el regimiento, nos dijeron que los mineros se habían sublevado y atacado al ejército, así que solamente se habían defendido, que estaban llenos de armas y bombas.
—Alamiro ¿Y usted cree eso?
—La verdad Don Miguel, es que cuando estaba de soldado lo creí, si nos decían que habían muchos peruanos y bolivianos que harían la guerra otra vez.
—¿Qué piensa hoy?
—Qué me hicieron leso, como cabro chico.
—Si, no es cierto, ellos desembarcaron en el puerto con la orden de terminar con la huelga, y había que ser ejemplar con el enemigo. Nosotros éramos el enemigo, llegaron a asesinar a todos los que estabamos en la huelga. Muchos de los heridos fueron repasados con bala o bayoneta y, en el hipódromo se fusiló a uno de cada cinco, pero, de eso no le quería hablar.
—¿Y de qué?
—Tampoco de la Marianita, ella es una buena niña y mejor hija, acá la queremos mucho y no deseamos le ocurra nada malo con nadie, Ustedes son amigos y ella le acompañó a la casa de Manolito a entregarlo. Me gusta mi niña, tiene el carácter de la madre.
El mensaje estaba entregado, el padre habló claro, todos en la oficina saben que es un hombre a todo dar y que no se achica ante nada ni nadie. Alamiro también lo entendió, cómo no había ningún compromiso entre los jóvenes, no había nada que decir.
—¿Cómo se siente ahora Alamiro?
—Bien, contento.
—¿Sabe?
—Mande.
—Usted ha cambiado luego de la desgracia.
—Don José, cuando lo vi volar, se me hizo un nudo en la garganta, no podía gritar ni llorar, solamente fui verle, la verdad es que me siento más viejo.
—La gente de este campamento tampoco lo mira igual, le miran con respeto, cosa que usted se ganó.
—Me siento igual y no veo que haya cambiado nadie conmigo.
—Si hasta en la cantina a usted le sirven los mejores platos ¿Se ha fijado que algunos niños se le acercan?. Las mujeres hablan de lo que usted hizo. Los viejos dicen que usted es de aquellos en quien se puede confiar.
—Don José, me da un poco de vergüenza, lo que hice, lo hubiese hecho algún otro compañero.
—Pero, lo hizo usted, es la diferencia. Le voy a dar un consejo, la gente de la administración aunque no hayan dicho nada también le miran, algunos piensan que usted se puede convertir en un rojo que les subleve a la oficina. Tome sus previsiones y en el teatro también, ya que hay muchachos con ideas de hacer cosas menos pacificas.
—Ellos tienen ideas claras de cómo acabar con esta situación, me gusta como piensan, si hicieran algo más, quizá yo estaría a su lado.
—Las palabras son lindas, pero cuénteme ¿Cómo va con Arsenio, aprende?
—Sí, es un buen maestro, debió haber seguido estudiando para profesor. Ya sabía un poco, Arsenio me ha ayudado mucho y sus ideas son claritas.
—Estudie Alamiro, lo más que pueda aprender guárdelo, es bueno saber.
—Me gusta aprender y también me gusta el teatro.
—¿Y mi niña?
—Don Miguel, somos amigos.
—Decía nomás, Alamiro, mire le voy a prestar un periódico para que lo lea, le tengo que contar que un amigo mío quiere conocerlo.
—Pero, acá en la oficina me conocen todos.
—Ajá, no, este amigo viene desde Iquique, en un par de días estará por acá, esto es algo entre usted y yo. Este amigo es otro de los que escaparon de la escuela. En la oficina no le quieren, así que viene en secreto.
—¿Para qué viene? ¿Cómo llega?
—Sólo a conversar, no me pregunte mucho ¿Se atreve?
—Me atrevo.
—Ya sabía que puedo confiar, pero, no le cuente a nadie, tampoco a sus compañeros de habitación, entre ellos hay uno que habla con la gente de la Oficina y les cuenta lo que ocurre entre los mineros.
—Yo confío en mis compañeros de habitación, no creo que alguno sea sapo.
—Se lo digo por su bien y el de muchos más, créame no le mentiría a usted.
—Fea cosa esa que me cuenta.
—Alamiro, las ideas de acabar con el estado es una buena y justa, somos muchos los que pensamos así, la manera es lo diferente, cuando estamos en calma como ahora, las cosas se ven fáciles, no es dificil hacer bombas, tampoco disparar, incluso encontrará gente valiente que use las armas, se requieren muchos, ellos tienen el ejercito, la marina y la policía, si golpeamos en una Oficina vamos a ganar, pero no llegaremos mas lejos que eso, llegará el ejercito y nos aniquilará a todos, hay muchos que tendrán miedo, alguno de esos nos delatará, en esto hay que ir de menos a más, unir a muchos y muchos obreros, de acá y de otras partes del país, golpear en muchos lugares al mismo tiempo, para ello se requiere no solo valor sino organización y unidad. Y usted, no guarde nada de explosivo en escondrijos.
—¿Por qué me habla de explosivos?
—Por nada Alamiro, sólo se lo comento.
—Es la segunda vez que me hablan de lo mismo, Juvencio me dijo lo mismo.
—Alguien le vio mi amigazo, si le descubren le pueden palomear, pero, no se preocupe, lo que tenía escondido fue colocado en un cañón.
—Malo estuvo eso, no me gusta me siga nadie.
—Nadie te sigue, pero, siempre hay amigos que cuidan a sus compañeros y tú tienes amigos.
—Estoy seguro que no me vieron.
—Ya ves que no es así.
—Así veo don José, ya sabré quién fue.
—Ni te imaginas Alamiro, ni te imaginas. Mira la reunión se hará en uno de los rajos que dejó de explotarse. Será de noche. Si le preguntan que conversamos, diga que de teatro y de mi niña.
—Gracias, Don José.
—Alguien le hablará en la cantina.
Curiche
Marzo 2, 2007
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