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Inicio / Cuenteros Locales / juant / Los boletos rojos.

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Las personas que van dentro del ómnibus son apenas distinguibles unas de otras, no hay iluminación interior y en el cielo hace años que se ve el sol. Se puede ver el polvo que se acumula en las ventanas y en los asientos, y también en las personas, que aunque menos visible en su cuerpo, es un polvo más visible en sus rostros. Por la ventana derecha del ómnibus se puede ver como los de negro golpean a un hombre tirado en el piso. Se ve que se resistió. “Pobre desgraciado, por suerte no soy yo” piensa cada uno de los que va dentro del ómnibus, antes o después, sintiéndose más o menos culpables al hacerlo.

El hombre se sube al ómnibus, anda apurado, tiene que llegar al trabajo y si llega tarde lo dejan en la calle, y últimamente la calle no es un buen lugar para estar, con tantas bandas dispuestas a matar por cualquier cosa que uno tenga y ellos no. Se sube dejando pasar antes de él a dos viejas eternas, que demoran en subir y por eso son abucheadas por el resto de los pasajeros del ómnibus, que andan igual de apurados que el hombre, pero éste hace caso omiso a los gritos, y deja que las viejas suban a su velocidad. Se considera un tipo con valores, o por lo menos que cree en los valores que le enseñaron personas igual de viejas que esas viejitas, que ahora ya están adentro, reciben su pasaje del guarda y se sientan.
El guarda, que venía actuando con total indiferencia, mira al hombre con lástima al momento de darle el boleto, quizás pensando que él es tan solo el mensajero, que no tiene nada que ver con el Sistema, y que su suerte no sería mejor si desobedeciera. El hombre, que estaba completamente indiferente al guarda, al ver su expresión, baja la vista y ve lo que el guarda acaba de darle: el último boleto de la cinta, un boleto rojo.
El hombre no lo quiere agarrar, no quiere tocar ese boleto, pero no tiene más remedio que hacerlo, sabía que este momento podía llegar cualquier día. Pero no hoy. Por lo menos no hoy. Lo toma y mira al guarda con una mirada comprensiva, no hay nada que hacerle, ahora lo que toca es esperar.
Esperar, qué mierda, esperar. Afuera empieza a llover, el gris de las ventanas empieza a irse de a poco, como limpiado por dedazos violentos. El hombre empieza a sudar, nervioso, empieza a entender lo que va a pasar. Ha visto a los hombres de negro varias veces, esos que cumplen las órdenes del Sistema sin pensar. Desde chiquito le dijeron que se cuidara de ellos, que no tienen alma. Pero son humanos. Creo. Los había visto actuar varias veces, y eran movimientos mecánicos siempre. Todos terminaban igual. Siempre recuerda cuando vio como llevaban al primero, iba con pies y manos colgando, siendo llevado por los brazos, su cara estaba llena de lágrimas, él tenía ocho años e iba con su madre. Le prometió a su madre que él no lloraría. La madre ni le contestó, no hay que hacerle caso a lo que uno dice cuando niño. Mierda, ahora no lloraría, la promesa a su madre nunca se le había olvidado.
Una sola vez vio que alguien se les escapara, aunque pensándolo bien, no es que se haya escapado, es que nunca vio que lo atraparan. El Sistema siempre dijo que nunca escapaba nadie.
El Sistema también dijo que esto estaba siendo hecho por el bien del país, que era lo mejor para todos, que era necesario. Mierda, todo mierda. Y él creyó en toda esa mierda. Ahora le parecía tan al azar. Era un tipo ordenado, quiso a su esposa cuando los dejaron vivir juntos. Quiso a su hijo mientras el Sistema les ordenó su crianza. Y aceptó que todo eso se fuera, por el bien de la Patria. Y ahora, de la nada, el Sistema decide que todo lo que hizo ya fue suficiente.
¡Era un juego de azar! Le había tocado el último boleto porque había dejado pasar a las viejas, tendría que haber pasado antes que ellas como cualquiera hace, faltarles el respeto como cualquiera hace. Por lo menos no estaría muerto. Prometí no llorar. Prometí no llorar.
Estamos cada vez más cerca de la última parada. ¿Correr o aceptar?. Correr no tiene sentido, pero aceptar es lo que ha hecho siempre, toda su puta vida ha aceptado que el Sistema tiene razón, ¡pero hoy ha comprobado lo contrario!, aunque capaz que no…que lo que está pensando es egoísta, que en verdad el Sistema sí tiene razón….¡qué diablos, como va a tener razón!. Es azar, es un puto juego de azar.
El hombre permanece inmóvil en su asiento, el sudor que emana de su frente cae por sus cejas, las circunda y termina formando una gran gota que cae encima del boleto rojo. El hombre lo mira. Está a punto de llorar, pero se prometió no hacerlo. Arruga el papel, y salta por la puerta de atrás del ómnibus, y sale corriendo. Las personas que estaban adentro del ómnibus se dan cuenta de que han viajado con un “marcado”, y miran todos al vidrio de atrás del ómnibus, desde donde se ve al hombre correr a toda velocidad, siendo seguido por los de negro.
Lo lograré, tengo que escapar, no me podrán alcanzar, seré el primero, el único que no podrán atrapar. Del otro lado, estaré del otro lado, con los infectados. Si, tan malo no puede ser. Es tan solo salir de la ciudad, ahí ya no hay Sistema, ahí no hay control. No me van a despedazar en las afueras como reza la leyenda, me van a aceptar como un hermano, como otro escapado de los de negro. Siempre se puede. Siempre se puede.
El hombre, por más que corre, es alcanzado por los de negro, que le atinan un golpe seco en el hombro que lo deja paralizado, tirado en el suelo. Después, le dan una descarga eléctrica, para terminar de dejarlo quieto, dos de ellos lo agarran de los hombros y lo comienzan a arrastrar. El hombre no lloró.

A dos cuadras viene otro ómnibus, lleno de personas grises, que verán como arrastran al hombre por la vereda, completamente dominado. Y todos pensarán “pobre desgraciado, por suerte no soy yo”.

Texto agregado el 02-03-2007, y leído por 143 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
05-03-2007 Impactante, extrapolando (solo un poco), has llegado a imaginar un mundo no muy lejano del nuestro, en el que todos son culpables potenciales que un día u otro deben enfrentarse al dilema ¿Correr o aceptar? Muy bien estructurado, es un placer leerte. loretopaz
 
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