El cielo estaba de un gris oscuro, ya hasta los niños eran capaces de pronosticar una lluvia que tan solo se retrasaba gracias al viento que soplaba, haciendo revolotear la basura que giraba en tristes remolinos. Bajo el puente, los coches pasaban apresurados, uno detrás de otro, de manera continua. Si no fuera porque los oidos de los presentes ya estaban mas que acotumbrados a la vida urbana, el sonido resultaría ensordecedor.
Allí, en la parada bajo el puente, un grupo dispar de gente se agrupaba como un rebaño somnoliento y helado a la espera de un autobus que los llevase a su destino. Un par de sauces, totalmente pelados a estas alturas del año, parecían acariciar la estructura de metal y cristal que daba cobijo a los que esperaban. Sus raices se hundían en un lodazal, que algun día tubo pretensiones de ser parte del cesped frente al hipermercado cercano.
Por suerte o por desgracia no hacía demasiado frio para esta epoca del año, y el cielo prolongaba aquella extraña tregua. Uno de los miembros del rebaño trataba deseperadamente de alzar una muralla de notas musicales para protegerse del molesto sonido del trafico, pero este era demasiado alto, y al elevar también él el volumen de las notas, estas se distorsionaban, y se convertían en un nuevo tipo de ruido.
Por entre la corriente de coches fueron asomando aqui y allá los camiones de carga, y al poco, y una fina polvareda cubría la carretera, sin llegar nunca a depositarse azuzada por el trafico. Un niño, de unos diez años, embutido a duras penas en su uniforme escolar, engullía con avidez algun tipo de bollería de chocolate, sin percatarse siquiera del fino polvillo que ya lo rodeaba. Cualquiera diría que aquel ambiente, cargado de humo y polvo, era irrespirable, y que junto con el ruido hacían de aquel lugar un paraje hostilpara la vida, pero nuestro rebaño seguía resistiendo somnolientamente estoico bajo la parada de autobus, con sumo cuidado de no acercarse demasiado unos a otros.
Por fin un autobus se vislumbró doblando la lejana curva de la avenida, y los componentes del rebaño se comenzarón a mover lentamente, a pequeños pasos, anticipando el orden por el que subirían al transporte. El ruido y el polvo permanecían inalterables. Cuando sonó su movil, no percibió en absoluto el sonido, pero si pudo notar la vibración en el bolsillo. Lo tomo en su mano y miro la pantalla mientras subía al autobus.
Allí se encontraban escritas, con las tecnicas letras de este tipo de aparatos, tan solo dos palabras. Las dos palabras que todo el mundo desea oir. Quizás, al fin y al cabo, aquel no fuera un lugar tan hostil para la vida. |