Paulo, de pronto, se cegó y actuó movido por el impulso de sus instintos. La razón se fue de vacaciones y el hombre, tampoco muy dotado de ella, se transformó en un fauno babeante que sólo deseaba saciarse.
Caminó por la calle polvorienta en busca de una presa, era un depredador, una alimaña, cualquier cosa, menos un hombre sensato, como parecía serlo la mayor parte de las veces.
Quiso la mala fortuna que Pepita, se cruzara en su camino o fue el destino quien elaboró sus enrevesados cálculos para ponerlos allí, uno frente al otro. Ella, tímida e insegura, intentó huir, ya que en su fuero interno, algo le decía que todos los hombres eran peligrosos y cada uno de ellos sólo deseaba de ella una sola cosa. Era algo ancestral, un tema que estaba escrito con letras bien demarcadas en las páginas de la naturaleza. Ella, por lo mismo, intentó escabullirse, pero Paulo fue más rápido y la atrapó con sus dedos ávidos, después no supo más.
Paulo se la llevó a las inmediaciones de unos cerros que no frecuentaban ni las ánimas. Con los ojos sanguíneos, buscó entre los riscos, hasta encontrar una fisura en medio de las rocas. Allí se arrojó, ya absolutamente obnubilado por la pasión y arrastró a la angustiada Pepita al caudal de esas tormentosas aguas en las que naufragaba su espíritu.
Mientras forcejeaba, apresurado por sus urgencias, entre chillidos absurdos y gemidos animales, uno de los codos del tipo chocó con una piedra, la que, a su vez, provocó el desplome de otras y de pronto, con un estruendo espantoso, una roca inmensa cayó con el peso de una sentencia, sobre las espaldas del tipo.
Al día siguiente, dos mozuelos encontraron el cadáver de Paulo y bajo su reventado vientre, apenas asomaban las patas de Pepita, la inocente gallinita…
(Historia adaptada de un suceso acontecido años atrás en Orense, España).
Se comenta que el HIJO DE LA GRAN PERRA en su otra vida fue gallina y por supuesto, violentada, de allí que, choqueado ante tan terrible situación ahora picotea compulsivamente por aquí y por allá...
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