(…) Ante una seña del barman, Alejandro giró para recibir las copas, fue por eso que no la vio venir.

Gabriela estaba junto con dos amigas y tres jóvenes caballeros, todos ellos eran compañeros en la facultad donde ella estudiaba. Su cabellera rojiza flotaba en su espalda, llevaba un vestido corto con tirantes finos y sandalias bajas, apenas había dado un toque de color con maquillaje a su rostro ovalado. Se acercaba decidida a la barra, sorteando la gente gracias a su corta estatura cuando golpeó con el costado de su cuerpo el brazo de Alejandro. La mitad del vodka de Virginia se derramó en la camisa gris de él, transformándola en un reguero negro.
Ella volteó a ver y se encontró con las dagas de sus ojos azabaches. Él perdió la mitad de su furia cuando bajo la mata de pelo la reconoció y la otra mitad casi se desvaneció al ver el susto en el fondo de sus ojos redondos. –No puedo creer que sea tan torpe, qué horror … Gabriela buscó sobre la barra unas servilletas de papel y trataba de secar la mancha en la ropa de Alejandro, quien sólo acertó a sonreír estúpidamente mientras le repetía –Dejá, dejá, no hay problema, fue un accidente … -Soy terrible, qué vas a pensar de mí, lo único que hago desde que nos conocimos es molestarte, levantó la cara para mirarlo y él sintió que se le encendían hasta las uñas. –Disculpame por favor, vas a terminar nombrándome como la “pesada del séptimo”. A él el pensamiento se le encendió brillante y redondo como un neón: “Imposible”, pero se contuvo y solo dijo: -Por favor, los accidentes pasan, hay mucha gente y no pudimos evitar chocar. Gabriela lo refrescó con una sonrisa de agradecimiento y los dos permanecieron así mirándose por unos segundos hasta que una voz femenina los despertó del letargo.
-¿Alejando? ¿Qué te pasó? Los ojos de Virginia, iban de la mancha en la camisa, al rostro de él y de allí a la cara de Gabriela. –Un accidente, la respuesta brotó instantánea y al unísono, lo que provocó que se miraran con picardía infantil y se rieran con ganas. Gabriela se despidió diciendo: -Perdón de vuelta, y si necesitás que te limpie esa horrible mancha traeme la camisa … Ya sabés donde vivo, ¿no? Le guiñó un ojo y se fue muy resuelta a reunirse con sus amigos. La expresión de Virginia pasó de sorpresa a enojo y Alejandro empezó a balbucir una aclaración pero resignado a que esa noche ya estaba perdida en materia de conquistas.
Mientras cenaba sentado junto a Virginia, quien se había transformado en una estatua de sal, buscó entre las mesas hasta que encontró dónde estaba Gabriela sentada. Se la veía animada y divertida. Tres mujeres y tres varones, todos jóvenes. -¿Alguno será su novio? ¿Y a mí que cuernos me interesa? No podía despegar la memoria de esos ojos café, cálidos y apasionados -¿Por qué dijo lo que dijo? No podía creer que un ángel así estuviera enviándole señales de humo permitiéndole que se acercara.
Cuando llegó la hora de la despedida se vio en el compromiso de acompañar a Virginia hasta su casa. Se alejó del local saboreando la última imagen de Gabriela, guiñando un ojo y alejándose con un gesto tan femenino y seductor. Pero mientras iba en el taxi rumbo a su departamento, ya sin Virginia, el dulce se transformó en amargo cuando se escurrió la imagen de Gabriela bailando muy alegre con uno de aquellos hombres.
Le costó como nunca vencer el insomnio esa madrugada y cuando el cansancio lo venció sus sueños fueron turbulentos.

CONTINUARÁ