Cuando se encontraron por primera vez supieron que el momento era aciego para ambos. Con sus miradas forzaron el debacle de sus vidas. Los minutos estaban contados. La desavenencia con sus pensamientos los indujo a tomar la decisión equivocada. No se evitaron. Sus pupilas se encontraron, reflejando sus miedos repetidas veces, hasta el infinito, como dos espejos que se encuentran frente a frente. El cielo gris asqueroso de ciudad humedecía la escena con la lluvia ácida de siempre, y las calles planas, solitarias de tanta gente que las camina sin escuchar sus pasos, ofrecían el escenario triste y desconsolador de un instante sin importancia para el resto del universo.

No supieron qué decirse, tampoco les hacía falta. El destino, el cual aceptaron renuentes, les obligó esa situación... ¿de qué escribo con tanta palabrería barata?, de nada, sólo de dos idiotas que se conocen en plena calle, en un día manido de semana. Amor a primera vista, o ganas de follar. Decidieron follar. En la casa de él. No fue lo mejor, tampoco lo peor. Un poco de fellacio por acá, una metida de dedos por ahí, una verga profunda en el hoyo equivocado, lengua en el punto G, saliva, mordidas, golpes, arrancadas de cabello, gritos, balbuceos, pedidas de perdón, ojos de huevo cocido, nalgadas, rasguños... el programa completo. No hubo besos, ni uno solo. Los evitaron para no arriesgarse a lastimar el alma, a sentir que sienten, que no son tan fríos e indiferentes como quieren creer y hacerle creer al resto de la humanidad.