Laura Inés retornaba a su hogar un día antes de lo esperado. Apenas descendió del avión sintió ganas de llamar a Carlos Armando, quería darle la sorpresa. --Será más sorpresa cuando de pronto me vea en casa –pensó, guardó el móvil y se dirigió a la salida en busca de un taxi.
Eran las nueve de la mañana cuando el vehículo se detuvo frente a la suntuosa residencia en la que compartía tantos sueños con su marido, además de los mejores momentos de su vida. Se sintió aliviada. Terminaban muchas horas de aeropuertos, de aduanas, de transbordar aviones y de vuelo para regresar a su hogar. Había permanecido fuera un par de semanas, lejos de toda comodidad, sumida en su proyecto arqueológico en desiertos de Egipto.
Se detuvo un instante para mirar la fachada -diseño de la misma pareja-; en ella volcaron todos sus gustos y todos sus caprichos para obtener la vivienda que siempre soñaron. Pero esta vez, lejos de sentirse orgullosa, como era costumbre, Laura Inés tuvo un terrible presentimiento que le produjo extraña sensación de frío intenso.
En la cochera estaba un automóvil que enseguida reconoció, era el Honda de Lucrecia, su mejor amiga. Estaba junto al BMW de Carlos Armando, significaría que ambos se encontraban en el interior de la casa. El primer impulso fue de correr y sorprenderlos; no, mejor dicho, quería sorprenderse a sí misma y descubrir que nada malo ocurría muros adentro. Laura Inés era fría y calculadora, de manera que prefirió entrar con sigilo.
Adentro, el panorama era aterrador. Todo era desorden. --¿Qué ocurrió aquí? --pensó horrorizada. Llevó sus manos al rostro y se cubrió la cara. Estuvo a punto de lanzar un grito, pero lo contuvo. Sintió que sus piernas flaqueaban, temía caer al suelo, sus fuerzas estaban superadas por la sensación que le produjo aquella imagen.
No podía creer lo que sus ojos miraban. Su vida entera se desmoronó de pronto. Cajas de pizza con algunos residuos regados por todas partes. Innumerables latas de cerveza vacías, Una “cajita feliz” de Mc Donald's. Los cojines de los sillones por el suelo y rastros de que alguien había estado asando bombones en la chimenea.
Se encaminó hacia la escalinata que conducía hacia la planta alta. Evitó pisar un par de copas champañeras y una botella vacía de Gosset Brut Excellence -cerca de 200 euros la botella-; en los primeros escalones el panorama empeoró. Ropas femeninas que sin lugar a dudas coincidían con la talla de Lucrecia. Ahora sabía lo que encontraría luego del último escalón. Ahora estaba segura de la desgraciada realidad.
--¿Por qué Lucrecia? ¿Por que tenía que ser Lucrecia? --se repetía Laura Inés a cada paso que daba. La puerta de su recámara estaba entreabierta. Con discreción miró hacia el interior y notó dos cuerpos bajo las sábanas. Conversaban despreocupados, y aunque no alcanzaba a comprender todas las palabras, comprobó que eran las voces de Carlos Armando y de Lucrecia.
Laura Inés fue a otra habitación procurando que su presencia siguiera desapercibida. De una cajonera extrajo un arma y volvió a la puerta de su recámara. Aventó la puerta con mucha violencia y apenas dando un par de pasos al interior gritó con el rostro desencajado:
--¡Malditos, miserables!
Sonaron seis disparos, Agotó toda la carga del revolver sin darles tiempo de nada. Los dos cuerpos quedaron inertes sobre la cama y brotaban chorros de sangre que enrojecieron las albas sábanas. Laura Inés se desplomó presa de angustia.
---
Creyendo haber terminado su obra, el escritor se acomodó sus gafas y bebió un sorbo de café antes de comenzar a leer en voz alta de la cuartilla que aún permanecía en su vieja máquina Olivetti modelo Valentine.
--...Laura Inés se desplomó presa de angustia, punto final... ¡Esto es una porquería! --gritó muy molesto –Todo es tan previsible... ¡Esto es basura!
El escritor se levantó de su silla, caminó en círculos dentro de la misma habitación, se detuvo un momento ante la ventana. Vio sin mirar. Enseguida regresó ante su máquina de escribir, de bruzco tirón arrancó la cuartilla, y luego de hacerla bollo la lanzó a la papelera. Se sentó y metió una nueva cuartilla en el rodillo. Enseguida volvió a escribir.
---
--¿Por qué Lucrecia? ¿Por que tenía que ser con Lucrecia? --se repetía Laura Inés a cada paso que daba. La puerta de su recámara estaba entreabierta. Con discreción miró hacia el interior y vio dos cuerpos bajo las sábanas. Conversaban despreocupados, y aunque no alcanzaba a comprender todas las palabras, comprobó que eran las voces de Carlos Armando y de Lucrecia.
Laura Inés se encaminó a la cocina procurando que su presencia siguiera desapercibida. De un cajón extrajo enorme cuchillo. Luego de tres o cuatro pasadas con la barra de afilar sintió que estaba listo. --Es todo –se dijo.
Miró a un lado y a otro hasta localizar con la vista unos guantes de goma entre platos y cazuelas que llevaban sucios varios días. Se los puso y pensó unos instantes mirando el entorno de aquella descuidada cocina. Alcanzó un sartén con residuos pegados de algún alimento quemado. Una sarcástica sonrisa se dibujó en sus labios.
Cuando hubo terminado en la cocina se encaminó de nuevo hacia la planta alta sin hacer el menor ruido. Tropezó con la botella vacía de Gosset Brut Excellence y estuvo a punto de caer... Por un momento creyó que había sido descubierta, permaneció inmóvil, contuvo la respiración hasta que se convenció de que nadie había escuchado.
Ante la recámara comprobó con la mirada y con el oído que nada había cambiado. Carlos Armando y Lucrecia seguían conversando despreocupados bajo las sábanas. Con el pie derecho abrió suavemente la puerta, sólo lo suficiente para poder entrar. La pareja no se percató de la presencia de Laura Inés sino hasta que estuvo parada al pie de la cama. La sorpresa fue mayúscula y un grito ahogado salió de ambas bocas...
Laura Inés llevaba en las manos una mesilla con un par de desayunos compuestos por huevos con jamón y jugo de naranja. Mientras los ofrecía a los angustiados amantes les explicaba con amable sonrisa en los labios.
--Cuando me percaté de lo que ocurría sentí mucho coraje, luego me preguntaba ¿por qué Lucrecia? Pero comprendí que yo tengo la culpa por haber descuidado a mi marido para ocuparme tanto en ese proyecto arqueológico. Ademas, prefiero que haya sido con mi mejor amiga, y no con una cualquiera. Supuse que estarían cansados y como me di cuenta que no se han alimentado bien en estos días, pues les preparé algo...
---
Sin terminar de escribir la frase, el escritor lanzó un bufido al momento de arrancar la cuartilla con fuerza, tanta que se estremeció la carcasa de rojo plástico de la Olivetti Valentine. Y gritó reclamándose a sí mismo.
--¡Bahhhh! ¡Esto no es creíble!
Se levantó para servir otra taza de café. Caminó de nuevo en círculos, se tumbó en viejo sillón y sacó de abajo de su tracero el libro que recibió todo el peso de aquel robusto cuerpo. Lo hojeó despreocupado.
Pasados unos minutos retornó ante la Olivetti Valentine y colocó una nueva cuartilla en el rodillo. Volvió a escribir.
---
--¿Por qué Lucrecia? ¿Por que tenía que ser con Lucrecia? --se repetía Laura Inés a cada paso que daba. La puerta de su recámara estaba entreabierta. Con discreción miró hacia el interior y vio dos cuerpos bajo las sábanas. Conversaban despreocupados, y aunque no alcanzaba a comprender todas las palabras, comprobó que eran las voces de Carlos Armando y de Lucrecia.
Laura Inés fue a otra habitación procurando que su presencia siguiera desapercibida. De una cajonera extrajo un arma y volvió a la puerta de su recámara. Aventó la puerta con mucha violencia y apenas dando un par de pasos al interior gritó con el rostro desencajado:
--¡Malditos, miserables!
Pero en ese momento, la hoja de la puerta retornó de rebote con la misma violencia con la que fue empujada y golpeó fuertemente a Laura Inés en pleno rostro, quien se desvaneció... Sorprendidos, los amantes contemplaron cómo caía Laura Inés sin sentido y aprovecharon el momento para huir de la habitación. Tan solo alcanzaron a recoger algunas ropas para cubrir su desnudes...
---
El escritor volvió a arrancar la cuartilla y la hizo bollo para lanzarla al bote de basura. En una carpeta guardó cuidadosamente las 242 cuartillas ya escritas. Se levantó; antes de salir de la habitación que le servía de estudio apagó la luz y se fue a dormir refunfuñando.
--Otro día vendrá... Otro día llegará la inspiración; otro día será...
En Cancún, costa mexicana del Caribe.
|