Al muñeco Fernando, él ya sabe por qué.
La tapa del inodoro, todo se reduce a eso. Y la revolución comienza por casa, claro está. Y la lucha no es sólo de igual a igual contra una misma –como reza la canción- sino también de igual a igual contra otras mujeres, para convencerlas de que también ellas exijan a los hombres que levanten la tapa del inodoro. Y hay batalla y prédica también contra Ellos. Porque en ese lugar donde el espejo nos desnuda hasta el último punto negro de la nariz, donde nos rascamos con jabón la grela de la calle y los dedos escarban sin pudor sabrá usted qué orificio, se juega el respeto mismo por el género femenino. Sí, señor. Es en el baño, más precisamente en la mismísima tapa del inodoro, donde un hombre demuestra cabalmente cuánto estima la compañía de aquellas a las que nada nos cuelga entre las piernas. Es allí donde nosotras sugerimos que la tapa se levante (a la segunda vez de recomendarlo el tono de la sugerencia va oscureciéndose, ustedes comprenderán) o bien donde algunas habrán de agachar la cabeza y pasar un trapo antes de sentarse.
Que somos etéreas, sensibles, tiernas, perceptivas, pacientes. Puros lugares comunes, ya tenemos 2007 años de civilización como para seguir cayendo en esos burdos estereotipos. Cacofónicamente: conozco tipos mucho más etéreos, sensibles, tiernos, perceptivos y pacientes que muchas de mis amigas. Va siendo hora de que se nos reconozca, al menos, el derecho a trazar el destino propio, sin necesidad de conformar a alguien más que al propio espíritu. Como me escribió un amigo: Aquí, nosotras inventándonos una moral propia.
Cuando digo nosotras digo mi tía Mirta, cincuentona y escritora, vegetariana y sin hijos (ambas por pura convicción), viviendo en un pueblo pacato donde la miran de reojo no más por usar zapatos rojos. Digo también las gringas hermosas, como mi amiga Rocío, que sólo por cargar con eso que el Koleston nunca logrará tienen que andar esforzándose en convencer a un montón de idiotas de que no son como ellos (idiotas). Digo también Jessica, entregando su vida a un psiquiátrico donde cuentan más los certificatruchos que las sonrisas que ella les inspira a pacientes antes cabizbajos; de novia con un pibe cuatro años más chico que ella, y no le importa, ¡claro que no, porque estamos en 2007!… pero quizás su familia, y muchas de por estos lados, no sean tan modernas.
Cuando digo nosotras digo también las que escriben, las analfabetas, las que cantan, las que pintan y sacan fotos, las que actúan, las que cosen como mi abuela, las que cocinan, las que limpian, las que nos curan, las que tienen hijos, las que no, las que aman a otras mujeres, las que aman a los hombres, las que aman; las que defienden lo que sienten y quieren con pasión, las que usan bombacha, las que tienen las tetas chicas, grandes, con siliconas o caídas, las que perdieron una por culpa del cáncer; las que usan toallitas higiénicas, las que usan tampones, las que sienten los calores de la menopausia; las que hacen dieta, las gordas, las flacas, las putas, las mojigatas y puritanas; las ateas, las católicas, las islámicas, las judías, las protestantes; las negras, las blancas, las orientales, las tobas, las verdes; las de su casa, las piqueteras, las top ten, las pobres y las ricas, las locas; las rubias, las morochas, las pelirrojas, las peladas; las que sufren, las que son felices, las que todavía no saben.
Como vio, somos muchas. Y hay una, o más, por cada hogar. Como para ir cuidando que ninguna tapa de inodoro guarde gotitas amarillas. Esa moral que estamos tejiéndonos las mujeres incluye valores participativos, no racistas, no clasistas y no sexistas. Si conseguimos plantarla sobre buen terreno, sobre una tapa bien sequita, tenga por seguro, señor lector, señora pacata, que la conquita será para tod@s.
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