La mano, como hoja muerta arrojada por el viento al camino nunca recorrido, sobre la mortecina palma descansa.

El pecho hendido, cual huella que en el húmedo barro se hunde para dejar su marca, sobre el tronco de un reseco aromito espera por ver el astro mayor, regidor del día y escuchar sus pregones con los primeros destellos de cada amanecer.

Como quien espera oír la buena nueva para dar sus voces en honor a la Sabiduría.

Y aquel árbol sobre el cual reposa, es brisa perfumada y es también herida. Es esencia fragante y es espina.

Y la mirada se fija sobre la imagen de la ausencia cercana.

Estoy, no es donativo. Sólo es percepción del desenvolvimiento del Soy que auto-acontece.

Por eso a la Tierra alguien le ha dicho “Solo, Soy”.

Y ella dijo que alguien ha respondido “Soy, solo”.

Y en un frío manantial se detiene nuestro tiempo.

Y la caricia sonora, que pareciera ser premonitoria de una canción ausente, se revela mansamente en quien ama, calla y espera.

”Contame tu condena.
Decime tu fracaso.
[…]
Y hablame simplemente”