Timbre II
“En la textura de las imágenes que me propongo describir, recordando la infancia, gobierna el blanco y negro y sus grises intermedios. En primer plano insiste en aparecer la nieve y un día terminando, o la llegada prematura de la noche aplastando con las penumbras de un cielo plomizo el paisaje.
Invierno en el escaso movimiento de un suburbio donde el horizonte se marca como una línea blanquísima sobre un telón gris que es el cielo, espacio donde solo se puede descubrir el rápido transito de alguien que entre esas sombras tempranas, desea llegar a su refugio, a su hogar.”
No está mal, pensé. Trataba de plasmar una idea en borrador con letra que luego lograra entender.
Y nuevamente el silencio fue ocupado por la chicharra del timbre. Ahora sonaba en cortos lapsos estridentes, seguidos por pequeños silencios, cual sonido de los pasos de alguien que camina lentamente. Repetidos y metálicos golpes de ese aparato odioso con una continuidad que me hizo cerrar el cuaderno y arrojarlo al suelo.
El perro más interesado que yo dejo su lugar de descanso y en una corta carrera cruzó la galería hasta quedar con el hocico pegado a la puerta del garaje, mirando hacia arriba, inquieto. Luego ensayo un gruñido amariconado ante los tibrazos que no se detenían.
Quien carajo, dije en voz alta y se me cruzo la imagen de mis hermanos y de Rocio parados tras la puerta. Era alguien conocido y que sabía que estaba en casa.
Rocio tiene llave, dije también en voz alta -casi cuchichiando-, a no ser que la haya olvidado, o perdido.
El ruido sincopado del timbre continuaba explotando en mis oídos y en los de Tino que me miraba con cierta desesperación, ahora ya apoyaba sus patas delanteras en la puerta, sonando a uñas contra la chapa.
De un salto deje la reposera, y mi cómodo lugar bajo la sombra del ciruelo, para ir a ver quien era el dueño del dedo que continuaba apretando espaciada y rítmicamente el puto timbre.
Cuando cruzaba el comedor entre penumbras de ventanas cerradas, el sonido se detuvo.
Sentí la alegría de alguien al que dejan de torturar y aliviado diminuí el paso, hasta llegar a la puerta que da a la calle.
Abrí casi con violencia después de darle dos ruidosas vueltas a la llave.
No había nadie.
Pensando en una joda corrí bajo el sol -que pegaba con ganas- hasta la vereda, pero el barrio parecía un desierto.
(2007)
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