El tatuaje esta allí, airoso, elocuente, quemando como la llaga que su dueño tiene en el alma.
Esta allí desafiante, conmovedor, corrosivo, como un recuerdo que golpea inesperadamente.
A su amparo las imágenes se dibujan sin dificultad: un niño solo, abandonado a su suerte y una fila larga de muchos otros como él, despojados de toda inocencia, violados, indignos.
Una fila pareja, gris y silenciosa, henchida de miedo. Las miradas bajas, los pies descalzos a pesar del frío y el horror. La incertidumbre en el cansancio del cuerpo y el gastado avanzar de los que a pesar de todo siguen vivos.
El tatuaje esta allí, hiriendo con su profundidad, obligando a desviar la mirada.
Y otra fila, sufriente, anhelante, desgraciada, de mujeres, que no callan, claman por sus niños, sus hombres, sus verdades. Gritan, se revelan y caminan sin conocer el destino oblicuo de un baño de vapores mortales que les espera, simio gigante que se ha de tragar sus sueños, sus dudas y su amor para siempre.
El tatuaje esta allí mudo recuerdo de una infancia perdida en el viejo mundo, de una adultez espinosa en horizontes nuevos.
Y otra fila, una hilera pareja de símbolos grabados, una marca indeleble de haber padecido aquello que se quiere olvidar para siempre.
El tatuaje esta allí hiriendo un brazo de anciano cansado, hiriendo los ojos de quienes aún tienen memoria.
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