Sus ojos sin vida me observan dormir. Sentado en su pequeña silla al otro lado del cuarto, sin moverse, muy quieto, como un lobo hambriento, acechándome. Mi sueño intranquilo lentamente se convierte en pesadilla. Rostros horriblemente pintarrajeados sobre cuerpos de proporciones terroríficas e imposibles me persiguen en una habitación que no termina jamás. Corro, pero no avanzo. Mis pies se hunden en el lodo de la angustia mientras el terror lentamente consume la fuerza de mis piernas. Mi respiración se acelera. Escucho claramente los desbocados latidos de mi corazón, casi como si lo tuviera en la cabeza. Apoyo mis manos en el suelo, en un intento desesperado de huir, de alejarme de aquellas monstruosas figuras que emiten graves y agudos sonidos a la vez, como antiguas ventanas balanceándose sobre bisagras oxidadas. Mis manos humedecidas por el miedo no logran aferrarse, mientras el piso se aleja a una velocidad aterradora de mis pies. Un pequeño instante suspendido en el aire. Y entonces caigo por un pozo infinito, invisible pero odiosamente real. Mi estómago se comprime con la fuerza de la caída, mientras abajo comienzan a vislumbrarse las siluetas, las formas, las desproporciones, las irreales contorsiones de mis perseguidores. Vuelvo a escuchar el sonido que me hiela la sangre y eriza mis cabellos. Cerca. Mas cerca. Ya casi me atrapan. Uno de ellos estira un brazo imposiblemente largo hacia mí con un sonido ensordecedor, mientras a una velocidad vertiginosa veo los dedos inertes de aquella mano amorfa crecer más y más. El miedo llena mis entrañas. Siento en el rostro el terror y la horrible mueca que lo acompaña. Ya casi me atrapa. Sus dedos se cierran sobre mi cabeza con una explosión ensordecedora. El grito se niega a salir de mi garganta. Y entonces despierto, bañado en sudor, la imagen de aquellas bestias todavía latiendo insistentemente en mi cerebro. Afuera se desata una tormenta. Viento, truenos y relámpagos. Imágenes y sonidos que retumban en mis oídos con una familiaridad incomprensible. Un flash celestial lo ilumina, todavía sentado en su pequeña silla al otro lado del cuarto. Muy quieto. Imposiblemente quieto. Por un instante casi inexistente logro ver sus ojos. Muertos, como la primera vez que lo vi. Y así me levanto, temblando de frío y de miedo. Por un momento lo enfrento, pero como siempre la sensación es demasiado fuerte. Arrojo mi chaqueta sobre su cabeza como todas las noches. Vuelvo a mi cama. Mi sueño es ahora tranquilo. Negro. Sordo. Ciego. Sin sorpresas. Tal como me gusta.
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