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Ya no se cumplirán más sueños entre la hierba que rueda al compás del silencio. Ni abandonarán las horas su rutina de siempre, mientras barren con sus manos los pequeños cuerpos vegetales con que tejen mantas de amarillo quebradizo. Nunca volverán las ciudades soñadas a repartirse entre las tierras extrañas mientras que en la mirada del mundo los pájaros nacen hipnotizados por la sonrisa que dibujan las alas en sus picos de alabastro.

Había una ciudad volcada en su reverso mientras mostraba los hijos del espejismo a su otra mitad. Nuestras miradas creaban un ritmo de olas en la niebla que se dispersaba rozando las piedras y los caminos. Ahí, el malabarista del mundo avanzaba entre líneas y corría entre los surcos trazando aristas y nuevas vegetaciones para bautizar una nueva tierra que ansiaba la vida. Cuando cesó el trabajo del demiurgo los relojes se destaparon de sus tumbas y dispararon dardos sobre las pautas inventadas.

Había nacido otra ciudad ante los ojos de los hombres. Sólo unos pocos dieron su veredicto al margen de los días, con el valor de sus mentes hastiadas de las torres y las mazmorras.

Nueva, con su polvo de estrella, se sacudía los últimos vestigios mientras refulgía como un diamante omnipotente que avanzaba por el territorio, creciendo entre sus propios confines de luz.


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Bilbao, 2003 ®-I.B.R.